Por: FIDEL MUNNIGH
Periódico Hoy 18/01/2009
1- En el verano de 2006, cuando se produjo la ofensiva israelí en el Líbano, conocida como la “Segunda Guerra del Líbano”, escribí un texto que titulé “Despojo en Palestina, agresión al Líbano, ocupación en Irak”. Frente al genocidio palestino en Gaza perpetrado por el ejército israelí, creo pertinente reproducir ahora algunas de sus partes. Sólo habría que hacer ligeros cambios, sustituir Líbano por Palestina, Qaná por Gaza, Hezbolá por Hamás, y el texto quedaría igual.
“Frente a estos hechos, uno no puede impedirse preguntar: ¿Cuánto vale un soldado israelí vivo y secuestrado, y cuánto uno muerto? Noam Chomsky reveló en una entrevista reciente que por un soldado secuestrado el ejército israelí ha asesinado a 120 personas en Gaza, y un tercio de ellas eran niños. Detesto las cifras frías que enmascaran el verdadero dolor y sufrimiento humanos. Pero si tuviese que hacer un cálculo frío de la relación de víctimas en la guerra del Líbano sería éste: 1:12, 12 civiles libaneses por cada soldado israelí muerto; 1:30, 30 civiles libaneses por cada civil israelí muerto; 1:600, 600 civiles libaneses muertos por cada soldado secuestrado y aún vivo”.
Con cada episodio nuevo de expansión israelí y estadounidense (despojo en Palestina, agresión al Líbano, ocupación en Irak), el mundo arabo-islámico se radicaliza un poco más y más. A los ojos de árabes y musulmanes en todo el mundo, Hezbolá aparece hoy como el héroe capaz de enfrentar, golpear y derrotar al poderío israelí. Representa un ejemplo de resistencia heroica que los pueblos árabes estaban necesitando desesperadamente desde la derrota de 1973.
La estrategia unilateral estadounidense-israelí de reordenamiento del mapa de Oriente Medio está destinada a fracasar. Un nuevo Oriente Próximo no es posible si se ignora el reconocimiento de los derechos de los palestinos. La tragedia palestina es una herida abierta y sangrante para la humanidad, y un cáncer para el mundo árabe y musulmán. Cualquier auténtico acuerdo de paz para la región pasa necesariamente por la solución del problema palestino. Ello significa: creación e instauración de un Estado palestino libre, independiente y soberano, con todas sus instituciones y fuerzas del orden.
2- Es un hecho incontestable: lo que ha bloqueado los acuerdos de paz (Madrid, Oslo,...) entre israelíes y palestinos ha sido el endurecimiento de la política israelí, sobre todo al autorizar la implantación de nuevas colonias en los territorios ocupados. Me explico: los nuevos asentamientos de colonos judíos en tierras palestinas, autorizados por el Estado y vigilados por el Ejército de Israel. Esto lo reconoce todo el mundo.
Lo afirma incluso un intelectual como Mario Vargas Llosa, de quien no cabe la sospecha de ser “izquierdista”, “radical” o “antisemita”: el meollo de la cuestión son los asentamientos judíos en territorio palestino. Esa política de colonización se lleva a cabo de manera agresiva y brutal, expulsando a los palestinos de sus tierras, destruyendo sus casas y propiedades con bulldozers. Los colonos judíos provocan a los civiles palestinos, que les responden cuando pueden. Es ahí donde entra el ejército israelí para defender a sus ciudadanos y reprimir y asesinar palestinos, sin importar edad ni condición.
El plan de paz ha sido bloqueado una y otra vez por Israel, no por la Autoridad Palestina, ni por las milicias radicales armadas. A Israel no le interesa la paz: le interesa, le obsesiona la seguridad, su propia seguridad. Si le interesara realmente la paz, los acuerdos de paz se hubiesen cumplido, o al menos hubiesen sido apuntalados. Israel pretende expulsar a los palestinos de su propia tierra, pretende que acepten esa realidad como un "hecho consumado". Pero no hay paz sin justicia, y sólo puede haber justicia a cambio de tierra.
La versión del ocupante agresor tiende a escamotear la realidad esencial (y, aún peor, a falsear la verdad de los hechos). Los israelíes dicen que los palestinos sólo hablan de “ocupación, ocupación, ocupación”, cuando de lo que se trata realmente es de “terror, terror y más terror”. Pero igual se podría decir que los israelíes sólo hablan de “terror, terror, terror”, cuando de lo que se trata realmente es de “ocupación, ocupación y más ocupación”.
Obsesionados por su propia seguridad, cegados por la soberbia, favorecidos por el amparo imperial, poseídos por la paranoia del amenazado que se cree y se ve rodeado de enemigos, no toman en cuenta al otro, no dialogan ni aceptan puntos de vista distintos. No reconocen los derechos de los refugiados palestinos. Ni siquiera se plantean el derecho de los palestinos a la autodeterminación y la libertad.
Se ha intentado un psicoanálisis del drama palestino como víctima. Pero igual se podría psicoanalizar la mentalidad judía. Porque existe una patología del poder israelí. La antigua víctima ha introyectado la figura del verdugo. En un trágico cambio histórico de papeles y de actores, los judíos se han convertido en victimarios. Hoy aplican contra otros la noción de culpa y de castigo colectivo que los nazis aplicaron con crueldad en aldeas y ciudades europeas.
Acude a mi memoria la tragedia de Lídice, la aldea checa masacrada por los nazis como represalia por el atentado en Praga que costó la vida a Heydrich, “protector del Reich” en Bohemia y en Moravia. Castigo colectivo: castigar a una población civil entera, escogida fríamente y al azar, por las acciones de la resistencia; castigar a un pueblo por darle el voto a Hamás o por apoyar a Hezbolá. Nada parece más cierto: cuando los judíos actúan como nazis, se convierten en nazis. Si durante siglos se enfrentaron a la amenaza del exterminio y debieron luchar por la supervivencia, hoy obligan a otros (palestinos, libaneses) a enfrentarse también a la amenaza del exterminio y a luchar por su propia supervivencia. No es un secreto que el alto mando militar y la dirigencia política israelíes ya se han planteado la “solución final” al problema palestino.
La tradición judeocristiana enseña que la muerte deliberada de gente inocente siempre es asesinato. En Qaná hubo muerte deliberada de gente inocente y ataque indiscriminado a civiles indefensos. Los israelíes deberían ser confrontados con su propia tradicional moral y su memoria histórica. Si los horrores nazis y las atrocidades de las tropas norteamericanas en Vietnam son absolutamente equiparables, ¿qué decir de las atrocidades israelíes contra los palestinos? ¿Cuánto falta para que ellas sean equiparables a los horrores nazis?
El fondo de todo el problema es esencialmente moral: radica en aplicar un doble rasero, absolutamente injusto y arbitrario, en utilizar dos códigos morales, dos reglas diferentes con dos naciones, dos pueblos. En el conflicto palestino-israelí, Occidente y la comunidad internacional aplican una doble moral. Se reconoce el derecho de Israel a la autodefensa, pero no el de Palestina a su propia existencia. Se cuestiona la resistencia Palestina contra la ocupación, pero no la ocupación misma como raíz del conflicto. Israel tiene pleno derecho a proteger su seguridad, pero Palestina no lo tiene a la libertad, ni a la vida. Se condena el terror insurgente de Palestina, pero no el terror de Estado de Israel. ¿Cómo podemos aceptar que el doble rasero para juzgar las acciones de partes en conflicto siga siendo la norma moral vigente en el derecho internacional? ¿Cómo podemos llegar a una paz justa y verdadera si aún mantenemos culpables favoritos?”.
“Frente a estos hechos, uno no puede impedirse preguntar: ¿Cuánto vale un soldado israelí vivo y secuestrado, y cuánto uno muerto? Noam Chomsky reveló en una entrevista reciente que por un soldado secuestrado el ejército israelí ha asesinado a 120 personas en Gaza, y un tercio de ellas eran niños. Detesto las cifras frías que enmascaran el verdadero dolor y sufrimiento humanos. Pero si tuviese que hacer un cálculo frío de la relación de víctimas en la guerra del Líbano sería éste: 1:12, 12 civiles libaneses por cada soldado israelí muerto; 1:30, 30 civiles libaneses por cada civil israelí muerto; 1:600, 600 civiles libaneses muertos por cada soldado secuestrado y aún vivo”.
Con cada episodio nuevo de expansión israelí y estadounidense (despojo en Palestina, agresión al Líbano, ocupación en Irak), el mundo arabo-islámico se radicaliza un poco más y más. A los ojos de árabes y musulmanes en todo el mundo, Hezbolá aparece hoy como el héroe capaz de enfrentar, golpear y derrotar al poderío israelí. Representa un ejemplo de resistencia heroica que los pueblos árabes estaban necesitando desesperadamente desde la derrota de 1973.
La estrategia unilateral estadounidense-israelí de reordenamiento del mapa de Oriente Medio está destinada a fracasar. Un nuevo Oriente Próximo no es posible si se ignora el reconocimiento de los derechos de los palestinos. La tragedia palestina es una herida abierta y sangrante para la humanidad, y un cáncer para el mundo árabe y musulmán. Cualquier auténtico acuerdo de paz para la región pasa necesariamente por la solución del problema palestino. Ello significa: creación e instauración de un Estado palestino libre, independiente y soberano, con todas sus instituciones y fuerzas del orden.
2- Es un hecho incontestable: lo que ha bloqueado los acuerdos de paz (Madrid, Oslo,...) entre israelíes y palestinos ha sido el endurecimiento de la política israelí, sobre todo al autorizar la implantación de nuevas colonias en los territorios ocupados. Me explico: los nuevos asentamientos de colonos judíos en tierras palestinas, autorizados por el Estado y vigilados por el Ejército de Israel. Esto lo reconoce todo el mundo.
Lo afirma incluso un intelectual como Mario Vargas Llosa, de quien no cabe la sospecha de ser “izquierdista”, “radical” o “antisemita”: el meollo de la cuestión son los asentamientos judíos en territorio palestino. Esa política de colonización se lleva a cabo de manera agresiva y brutal, expulsando a los palestinos de sus tierras, destruyendo sus casas y propiedades con bulldozers. Los colonos judíos provocan a los civiles palestinos, que les responden cuando pueden. Es ahí donde entra el ejército israelí para defender a sus ciudadanos y reprimir y asesinar palestinos, sin importar edad ni condición.
El plan de paz ha sido bloqueado una y otra vez por Israel, no por la Autoridad Palestina, ni por las milicias radicales armadas. A Israel no le interesa la paz: le interesa, le obsesiona la seguridad, su propia seguridad. Si le interesara realmente la paz, los acuerdos de paz se hubiesen cumplido, o al menos hubiesen sido apuntalados. Israel pretende expulsar a los palestinos de su propia tierra, pretende que acepten esa realidad como un "hecho consumado". Pero no hay paz sin justicia, y sólo puede haber justicia a cambio de tierra.
La versión del ocupante agresor tiende a escamotear la realidad esencial (y, aún peor, a falsear la verdad de los hechos). Los israelíes dicen que los palestinos sólo hablan de “ocupación, ocupación, ocupación”, cuando de lo que se trata realmente es de “terror, terror y más terror”. Pero igual se podría decir que los israelíes sólo hablan de “terror, terror, terror”, cuando de lo que se trata realmente es de “ocupación, ocupación y más ocupación”.
Obsesionados por su propia seguridad, cegados por la soberbia, favorecidos por el amparo imperial, poseídos por la paranoia del amenazado que se cree y se ve rodeado de enemigos, no toman en cuenta al otro, no dialogan ni aceptan puntos de vista distintos. No reconocen los derechos de los refugiados palestinos. Ni siquiera se plantean el derecho de los palestinos a la autodeterminación y la libertad.
Se ha intentado un psicoanálisis del drama palestino como víctima. Pero igual se podría psicoanalizar la mentalidad judía. Porque existe una patología del poder israelí. La antigua víctima ha introyectado la figura del verdugo. En un trágico cambio histórico de papeles y de actores, los judíos se han convertido en victimarios. Hoy aplican contra otros la noción de culpa y de castigo colectivo que los nazis aplicaron con crueldad en aldeas y ciudades europeas.
Acude a mi memoria la tragedia de Lídice, la aldea checa masacrada por los nazis como represalia por el atentado en Praga que costó la vida a Heydrich, “protector del Reich” en Bohemia y en Moravia. Castigo colectivo: castigar a una población civil entera, escogida fríamente y al azar, por las acciones de la resistencia; castigar a un pueblo por darle el voto a Hamás o por apoyar a Hezbolá. Nada parece más cierto: cuando los judíos actúan como nazis, se convierten en nazis. Si durante siglos se enfrentaron a la amenaza del exterminio y debieron luchar por la supervivencia, hoy obligan a otros (palestinos, libaneses) a enfrentarse también a la amenaza del exterminio y a luchar por su propia supervivencia. No es un secreto que el alto mando militar y la dirigencia política israelíes ya se han planteado la “solución final” al problema palestino.
La tradición judeocristiana enseña que la muerte deliberada de gente inocente siempre es asesinato. En Qaná hubo muerte deliberada de gente inocente y ataque indiscriminado a civiles indefensos. Los israelíes deberían ser confrontados con su propia tradicional moral y su memoria histórica. Si los horrores nazis y las atrocidades de las tropas norteamericanas en Vietnam son absolutamente equiparables, ¿qué decir de las atrocidades israelíes contra los palestinos? ¿Cuánto falta para que ellas sean equiparables a los horrores nazis?
El fondo de todo el problema es esencialmente moral: radica en aplicar un doble rasero, absolutamente injusto y arbitrario, en utilizar dos códigos morales, dos reglas diferentes con dos naciones, dos pueblos. En el conflicto palestino-israelí, Occidente y la comunidad internacional aplican una doble moral. Se reconoce el derecho de Israel a la autodefensa, pero no el de Palestina a su propia existencia. Se cuestiona la resistencia Palestina contra la ocupación, pero no la ocupación misma como raíz del conflicto. Israel tiene pleno derecho a proteger su seguridad, pero Palestina no lo tiene a la libertad, ni a la vida. Se condena el terror insurgente de Palestina, pero no el terror de Estado de Israel. ¿Cómo podemos aceptar que el doble rasero para juzgar las acciones de partes en conflicto siga siendo la norma moral vigente en el derecho internacional? ¿Cómo podemos llegar a una paz justa y verdadera si aún mantenemos culpables favoritos?”.
*Fidel Munnigh es filósofo y profesor en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). Autor de “Huellas del Errante” y “La Memoria Incautada”.
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