Influenciados por las políticas liberales del binomio Reagan/Thatcher, un grupo de países de América Latina, reunido en Washington para discutir junto a organismos financieros internacionales, políticas económicas que sacaran de la modorra a toda una región que vivió diez años de regresión, arribaron a una serie de acuerdos que implicaban un decálogo de reformas estructurales que el economista estadounidense John Williamson llamó Consenso de Washington. Del encuentro, celebrado en noviembre de 1989, último año de la denominada Década Pérdida y ante la previsible desaparición del mundo bipolar, salió la mano invisible de Adam Smith a “ordenar” un mercado abierto, que si bien es cierto estimuló el crecimiento de las economías latinoamericanas, también es verdad que las riquezas creadas se concentraron en pocas manos convirtiéndonos en el continente más desigual.
El hecho de ser más ricos y estar más hambrientos, luego de la desregulación de nuestras economías, la liberalización del sistema financiero, del comercio exterior; la privatización de las empresas públicas y el resto de las medidas desarrollistas que marginaron el tema social, trajo una frustración que fue contagiando al continente, pues el paquete exportado por el BM, el FMI y BID sobre la plataforma de una derecha arrogante que venía de liquidar al Socialismo Real, comenzó a ser rechazado por los que morían de hambre en medio de la abundancia.
Así es que la izquierda, aturdida por el colapso del bloque socialista, comienza a tomar aire, y desde la extrema, que quiere instaurar el socialismo clásico o bolchevique, hasta la que se entiende democrática y ajustada a una nueva realidad que no puede negar el capital, gana terreno asumiendo el control del Estado o penetrando a través de los congresos, gobernaciones y alcaldías.
Publicado en el Listín Diario el 10 de junio de 2007
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