Por Manolo Pichardo
Siempre escuché decir al profesor Juan Bosch, fundador del PRD y el PLD, que no hay nada tan malo que no tenga algo de bueno, cuestión que según algunos sucedió cuando tomó una de las más grandes decisiones políticas de su vida: el abandono del partido blanco para construir el morado. Pues él explicó que el deterioro del Partido Revolucionario Dominicano, le llevó a convertirse en un instrumento agotado y de desecho por haber cumplido su misión histórica, cuestión que lo forzó a construir la organización destinada a realizar las trasformaciones que necesitaba el país para edificar una sociedad moderna, libre y justa. Pues bien, el mundo atraviesa por una situación de crisis energética y alimentaria que desacelera las economías pintando un panorama desolador que pudiera agravarse si no se toman medidas adecuadas para enfrentarla. Esto es bastante malo. Sin embargo, lo bueno de ello es que a raíz de estos males, sectores comienzan a pedir la unidad de todos para que la República Dominicana pueda sortear las dificultades que se presentan. Aquí entonces llega una oportunidad de oro para que, dejando de lado intereses particulares, grupales, partidarios e ideológicos, si es que los hay, nos aboquemos a definir un proyecto de nación que pueda encaminarnos de forma sostenida hacia el desarrollo; se definan políticas públicas y privadas que sean respetadas por los gobiernos sin importar el color que ocupe el Palacio. Y así, respetando los estilos y las formas de caminar, más allá de lo coyuntural, trillemos el mismo camino para resolver los problemas ancestrales de salud y educación, seguridad social y empleo, energéticos y medioambientales; en fin, todo lo que nos afecta, todo lo que nos impida salir del subdesarrollo, de la caquexia económica, cultural y social en que vivimos desde que nos formamos como nación, desde que españoles y africanos engendraran el “mulataje” que da el color dominicano, mucho antes de que naciera la República.
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