Listín Diario 20/04/2009
Cuando se abrió la precampaña por la presidencia de Estados Unidos definí a mi preferido, como siempre, en el partido Demócrata, independientemente de que la mayoría de las agresiones a América Latina fueron acometidas por los gobiernos de esta organización política.
Seguí con detenimiento el discurso de los precandidatos y, al conocer el contenido del expuesto por el presidente Obama, supe de inmediato que el hombre estaba fuera de la Guerra Fría, que su estructura mental y formación política, alejada del establishment, estaba en sintonía con una sociedad ansiosa por cambios.
Se produjo la sintonía con el electorado estadounidense y su popularidad desbordó aquellas fronteras, al punto de que su candidatura se con virtió en un fenómeno de popularidad en el mundo.
El asunto es que Bush, anclado en la concepción pentagonista de someter a propios y extranjeros, ignoraba que superada la unipolaridad pasamos a la multipolaridad comercial en donde el tema ideológico dejó de ser importante. Obama entendió que mantenerse estacionado en el pasado sosteniendo una arrogancia sin base para sustentarla socavaba el poder de su país en la esfera global.
Por ello creó conciencia de que los fundamentalismos ideológicos y los cañones no impedirían la creciente influencia de la UE, el crecimiento económico de China y todo el sudeste asiático; el surgimiento de gobiernos progresistas en Latinoamérica; en fin, supo interpretar la actual realidad del mundo.
Él no es, en consecuencia, un redentor que apareció de la nada, sino un producto de las dinámicas fuerzas sociales y económicas de su país y el mundo que están destinadas a barrer con las bases de las estructuras políticas, económicas y financieras globales e imponer una diplomacia menos arrogante, como se vio en la V Cumbre de las Américas.
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