Espacial para UMBRAL 08/05/2011.-
Había una vez una rana sentada en la orilla de un río, cuando se le acercó un escorpión que le dijo:
--Amiga rana, ¿puedes ayudarme a cruzar el río? ¿Puedes llevarme en tu espalda?
¿Qué te lleve en mi espalda? – Contestó la rana --¡Ni pensarlo! ¡Te conozco! Si te llevo en mi espada, sacarás tu aguijón, me picarás y me matarás. Lo siento, pero no puede ser.
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--Amiga rana, ¿puedes ayudarme a cruzar el río? ¿Puedes llevarme en tu espalda?
¿Qué te lleve en mi espalda? – Contestó la rana --¡Ni pensarlo! ¡Te conozco! Si te llevo en mi espada, sacarás tu aguijón, me picarás y me matarás. Lo siento, pero no puede ser.
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--No seas tonta – le respondió entonces el escorpión --¿No ves que si te pincho con mi aguijón, te hundirás en el agua y que yo, como no sé nadar, también me ahogaré?
Y la rana, después de pensarlo mucho se dijo a sí misma:
--Si este escorpión me pica a la mitad del río, nos ahogaremos los dos. No creo que sea tan tonto como para hacerlo.
Y entonces, la rana se dirigió al escorpión y le dijo:
--Mira escorpión, lo he pensado y te voy a ayudar a cruzar el río.
El escorpión se colocó sobre la resbaladiza espalda de la rana y empezaron juntos a cruzar el río.
Cuando habían llegado a la mitad del trayecto, en una zona donde había remolinos, el escorpión picó a la rana. De repente la rana sintió un fuerte picotazo y cómo el veneno mortal se extendía por su cuerpo. Y mientras se ahogaba, y veía cómo también con ella se ahogaba el escorpión, pudo sacar las últimas fuerzas que le quedaban para decirle:
--No entiendo nada. ¿Por qué lo has hecho? Tú también vas a morir.
Y entonces, el escorpión la miró y le respondió.
--Lo siento ranita. No he podido evitarlo. No puedo dejar de ser quien soy, ni actuar en contra de mi naturaleza, de mi costumbre y de actuar de otra forma distinta a como he aprendido a comportarme.
Y poco después de decir esto, desaparecieron los dos, el escorpión y la rana, debajo de las aguas del río.
En la República Dominicana existe un partido político, que fue grande y robusto, al que, incluso, se le llamó partido de la esperanza nacional. Esto sucedió hasta que un día sus máximos dirigentes decidieron inocularse veneno los unos con los otros.
En el último intento por cruzar el río que lo llevaría al poder gubernamental, o dicho de otra manera, en la última convención realizada por ese partido en marzo del año 2011, para escoger al candidato presidencial que lo representaría en las elecciones presidenciales de mayo del año 2012, dos de sus dirigentes estuvieron varados en una de las orillas de ese partido, asido a una precandidatura. Su meta común era construir un puente con las espaldas de las incrédulas ranitas que creyeran en sus propuestas salvadoras. Utilizando un padrón electoral abierto con más de cinco millones de almas, ambos precandidatos tiraron al agua el cebo de sus inconfesas aspiraciones. Empuñaron los micrófonos, y sacando lo mejor de sus gargantas le hablaron a su pueblo. Uno le decía que no desconfiaran de él, le aseguraba que ya estaba curada la picadura que él mismo le había ocasionado durante el periodo 2000-2004, el otro, en cambio, le hablaba con las manos puestas en el corazón, adjurando del pasado tenebroso que encarnaba su opositor, decía que no había por qué temerle, él era diferente como diferente era el nuevo partido que ahora presidía. Así los hechos, cerca de un millón de ranitas blancas comieron de ambas carnadas, misma cantidad de personas que el día señalado fue a votar, bien temprano, confiadas, contentas y disciplinadas.
A prima noche, los precandidatos lucían satisfechos por la confianza demostrada por tantos fieles y crédulos militantes. Entrada la noche de ese día fecundo, las masas estaban a la espera de una celebración nacional. La unidad estaría garantizada, ganara quien ganara, gracias a un pacto de caballeros suscrito entre los precandidatos unas horas antes de lanzarse el río. No habían ocurrido incidentes mayores en todo el territorio nacional, la prensa cubrió cada palmo del proceso sin destacar anomalías graves. Cuando llegó la hora del conteo de los votos, sin embargo, la confianza de las ranitas estaba amenazada de irse al fondo del río. Fue cuando los escorpiones recordaron sus propias naturalezas, no podían permitir que el proceso terminara organizado y transparente. Permitirlo significaba ir en contra de su manera de actuar, se apartaría de su tradición separatista. Entonces, como a las nueve de la noche, las ranitas sintieron el pinchazo que las inutilizaba, el veneno de la división estremecía sus húmedos cuerpecitos. Ambos sectores empezaron a soliviantarse sobre sus asientos y a declararse ganadores. Vinieron luego los alegatos de fraudes, irregularidades y la garata de siempre.
A las diez de la noche de aquel día memorable, grupos de ranitas enardecidas preguntaban a unos enconados escorpiones:
--¿Queridos escorpiones, por qué si fuimos a votar ordenada, militante y pacíficamente ustedes vienen ahora a arman este rebú? --¿No se dan cuenta que con ese proceder perderemos las próximas elecciones?
--Lo sentimos compañeritas ranas. No hemos podido evitarlo. No podemos dejar de ser quienes somos, ni actuar en contra de nuestra naturaleza y costumbre natural, no conocemos otra forma de actuar distinta a como hemos aprendido a comportarnos, --les dijeron a dúo los precandidatos.
Moraleja: En un país donde siempre hay aguas turbulentas por cruzar, dejar que se nos monte en la espalda el candidato que finalmente resulte proclamado por el PRD, equivaldría a que desconozcamos su vieja vocación, hundirse en el fondo del río junto a quien lo siga.
Y la rana, después de pensarlo mucho se dijo a sí misma:
--Si este escorpión me pica a la mitad del río, nos ahogaremos los dos. No creo que sea tan tonto como para hacerlo.
Y entonces, la rana se dirigió al escorpión y le dijo:
--Mira escorpión, lo he pensado y te voy a ayudar a cruzar el río.
El escorpión se colocó sobre la resbaladiza espalda de la rana y empezaron juntos a cruzar el río.
Cuando habían llegado a la mitad del trayecto, en una zona donde había remolinos, el escorpión picó a la rana. De repente la rana sintió un fuerte picotazo y cómo el veneno mortal se extendía por su cuerpo. Y mientras se ahogaba, y veía cómo también con ella se ahogaba el escorpión, pudo sacar las últimas fuerzas que le quedaban para decirle:
--No entiendo nada. ¿Por qué lo has hecho? Tú también vas a morir.
Y entonces, el escorpión la miró y le respondió.
--Lo siento ranita. No he podido evitarlo. No puedo dejar de ser quien soy, ni actuar en contra de mi naturaleza, de mi costumbre y de actuar de otra forma distinta a como he aprendido a comportarme.
Y poco después de decir esto, desaparecieron los dos, el escorpión y la rana, debajo de las aguas del río.
En la República Dominicana existe un partido político, que fue grande y robusto, al que, incluso, se le llamó partido de la esperanza nacional. Esto sucedió hasta que un día sus máximos dirigentes decidieron inocularse veneno los unos con los otros.
En el último intento por cruzar el río que lo llevaría al poder gubernamental, o dicho de otra manera, en la última convención realizada por ese partido en marzo del año 2011, para escoger al candidato presidencial que lo representaría en las elecciones presidenciales de mayo del año 2012, dos de sus dirigentes estuvieron varados en una de las orillas de ese partido, asido a una precandidatura. Su meta común era construir un puente con las espaldas de las incrédulas ranitas que creyeran en sus propuestas salvadoras. Utilizando un padrón electoral abierto con más de cinco millones de almas, ambos precandidatos tiraron al agua el cebo de sus inconfesas aspiraciones. Empuñaron los micrófonos, y sacando lo mejor de sus gargantas le hablaron a su pueblo. Uno le decía que no desconfiaran de él, le aseguraba que ya estaba curada la picadura que él mismo le había ocasionado durante el periodo 2000-2004, el otro, en cambio, le hablaba con las manos puestas en el corazón, adjurando del pasado tenebroso que encarnaba su opositor, decía que no había por qué temerle, él era diferente como diferente era el nuevo partido que ahora presidía. Así los hechos, cerca de un millón de ranitas blancas comieron de ambas carnadas, misma cantidad de personas que el día señalado fue a votar, bien temprano, confiadas, contentas y disciplinadas.
A prima noche, los precandidatos lucían satisfechos por la confianza demostrada por tantos fieles y crédulos militantes. Entrada la noche de ese día fecundo, las masas estaban a la espera de una celebración nacional. La unidad estaría garantizada, ganara quien ganara, gracias a un pacto de caballeros suscrito entre los precandidatos unas horas antes de lanzarse el río. No habían ocurrido incidentes mayores en todo el territorio nacional, la prensa cubrió cada palmo del proceso sin destacar anomalías graves. Cuando llegó la hora del conteo de los votos, sin embargo, la confianza de las ranitas estaba amenazada de irse al fondo del río. Fue cuando los escorpiones recordaron sus propias naturalezas, no podían permitir que el proceso terminara organizado y transparente. Permitirlo significaba ir en contra de su manera de actuar, se apartaría de su tradición separatista. Entonces, como a las nueve de la noche, las ranitas sintieron el pinchazo que las inutilizaba, el veneno de la división estremecía sus húmedos cuerpecitos. Ambos sectores empezaron a soliviantarse sobre sus asientos y a declararse ganadores. Vinieron luego los alegatos de fraudes, irregularidades y la garata de siempre.
A las diez de la noche de aquel día memorable, grupos de ranitas enardecidas preguntaban a unos enconados escorpiones:
--¿Queridos escorpiones, por qué si fuimos a votar ordenada, militante y pacíficamente ustedes vienen ahora a arman este rebú? --¿No se dan cuenta que con ese proceder perderemos las próximas elecciones?
--Lo sentimos compañeritas ranas. No hemos podido evitarlo. No podemos dejar de ser quienes somos, ni actuar en contra de nuestra naturaleza y costumbre natural, no conocemos otra forma de actuar distinta a como hemos aprendido a comportarnos, --les dijeron a dúo los precandidatos.
Moraleja: En un país donde siempre hay aguas turbulentas por cruzar, dejar que se nos monte en la espalda el candidato que finalmente resulte proclamado por el PRD, equivaldría a que desconozcamos su vieja vocación, hundirse en el fondo del río junto a quien lo siga.
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