Por Manolo Pichardo
Listín Diario 19/02/2009
China que en producción bruta se ha convertido desde 2007 en la tercera economía del mundo, desplazando a Alemania, no sólo avanza hacia la consolidación como primera potencia del mundo de acuerdo a afirmaciones que hacen economistas y analistas internacionales, sino que en la medida que muestra su nuevo talante de nación desarrollada, va cobrando, como por inercia, una vieja deuda a la antigua Formosa.
El viejo Deng, cuando inició las reformas que han creado el híbrido que conocemos como Economía Socialista de Mercado, no pensó en pasar factura a los herederos de Chang Kai Sheck, instalado en la isla con su ejército y el respaldo de los cañones del general MacArthur, sólo centró su estrategia en impulsar el desarrollo de aquel colosal país definiendo una política exterior sin fricciones que le ha permitido penetrar con sigilo en mercados que de otra forma no hubiera conseguido.
A pesar de la indivisibilidad de la República Popular China conseguida el 17 de noviembre de 1971 mediante resolución de la ONU, el gobierno no se abalanzó contra Taiwán para lograr su control bajo el argumento legal de una sola China. Sus dirigentes, con la paciencia de Job, definieron una de las diplomacias más inteligentes como dijo el futurólogo inglés Paul Kennedy. Pues respetando la isla no chocaban con Estados Unidos, país que en el futuro se convertiría en su principal socio comercial.
Ahora, logrado su posicionamiento económico y diplomático, han logrado convertir a Taiwán en una de sus principales fuentes de inversión, pero además conscientes de la importancia de su mercado han seducido a naciones caribeñas y centroamericanas para que establezcan relaciones diplomáticas o comerciales con ellos, siendo Costa Rica la última en romper con los taiwaneses.
La seducción y la misma flexibilización en la relación de China y Taiwán, luego del nuevo gobierno en la isla, podrían crear un efecto dominó en los 24 pequeños países que mantienen el reconocimiento al Estado creado por Chang Kai Sheck, en opinión de algunos, cuestión que no pongo en duda después de leer esta semana en el periódico Siglo XXI de Guatemala, declaraciones de Mario Marroquín, ejecutivo de la oficina de promoción de inversiones de aquel país en las que considera “peligroso” no atender a los chinos.
El funcionario guatemalteco convencido de las bondades del establecimiento de relaciones con China dijo que se “podría aprovechar los flujos de capital de esa nación para atraerlos y hacerlos producir en suelo chapín, y al final de cuentas salir ganando con mayor generación de empleos”.
Vistas así las cosas, tengo la impresión que el dilema chino/taiwanés terminará favoreciendo al coloso asiático décadas después de las cañoneras de MacArthur y la resolución de la ONU en 1971, porque la misma situación que los separó, el capitalismo, los unirá.
China que en producción bruta se ha convertido desde 2007 en la tercera economía del mundo, desplazando a Alemania, no sólo avanza hacia la consolidación como primera potencia del mundo de acuerdo a afirmaciones que hacen economistas y analistas internacionales, sino que en la medida que muestra su nuevo talante de nación desarrollada, va cobrando, como por inercia, una vieja deuda a la antigua Formosa.
El viejo Deng, cuando inició las reformas que han creado el híbrido que conocemos como Economía Socialista de Mercado, no pensó en pasar factura a los herederos de Chang Kai Sheck, instalado en la isla con su ejército y el respaldo de los cañones del general MacArthur, sólo centró su estrategia en impulsar el desarrollo de aquel colosal país definiendo una política exterior sin fricciones que le ha permitido penetrar con sigilo en mercados que de otra forma no hubiera conseguido.
A pesar de la indivisibilidad de la República Popular China conseguida el 17 de noviembre de 1971 mediante resolución de la ONU, el gobierno no se abalanzó contra Taiwán para lograr su control bajo el argumento legal de una sola China. Sus dirigentes, con la paciencia de Job, definieron una de las diplomacias más inteligentes como dijo el futurólogo inglés Paul Kennedy. Pues respetando la isla no chocaban con Estados Unidos, país que en el futuro se convertiría en su principal socio comercial.
Ahora, logrado su posicionamiento económico y diplomático, han logrado convertir a Taiwán en una de sus principales fuentes de inversión, pero además conscientes de la importancia de su mercado han seducido a naciones caribeñas y centroamericanas para que establezcan relaciones diplomáticas o comerciales con ellos, siendo Costa Rica la última en romper con los taiwaneses.
La seducción y la misma flexibilización en la relación de China y Taiwán, luego del nuevo gobierno en la isla, podrían crear un efecto dominó en los 24 pequeños países que mantienen el reconocimiento al Estado creado por Chang Kai Sheck, en opinión de algunos, cuestión que no pongo en duda después de leer esta semana en el periódico Siglo XXI de Guatemala, declaraciones de Mario Marroquín, ejecutivo de la oficina de promoción de inversiones de aquel país en las que considera “peligroso” no atender a los chinos.
El funcionario guatemalteco convencido de las bondades del establecimiento de relaciones con China dijo que se “podría aprovechar los flujos de capital de esa nación para atraerlos y hacerlos producir en suelo chapín, y al final de cuentas salir ganando con mayor generación de empleos”.
Vistas así las cosas, tengo la impresión que el dilema chino/taiwanés terminará favoreciendo al coloso asiático décadas después de las cañoneras de MacArthur y la resolución de la ONU en 1971, porque la misma situación que los separó, el capitalismo, los unirá.
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