Editorial de El País
13/02/2009
El resultado electoral anticipa el bloqueo político y aleja un acuerdo con los palestinos
Los dos contendientes principales de las elecciones israelíes se consideran vencedores de unos comicios cuyo perdedor es un país donde parece imprescindible una seria reforma electoral si quiere sortear sus sucesivos atolladeros políticos y sus Parlamentos atomizados e ingobernables. El práctico empate entre Tipzi Livni -inesperada vencedora, con los 28 escaños del centrista Kadima- y el derechista Benjamín Netanyahu, que ha obtenido 27 para el Likud, coloca una vez más en punto muerto la política de Israel, donde los Gobiernos caen con facilidad pero se forman con enorme dificultad. Este terreno de nadie, cuyo reflejo institucional será el encargo del presidente Peres a uno u otro candidato para que forme una coalición viable, que puede llevar semanas, anticipa nuevos escollos en la solución de los gravísimos problemas internos y externos del Gobierno judío.
Para superar los 61 escaños que dan la mayoría en la Knesset, Livni o Netanyahu necesitarán de alianzas múltiples, frecuentemente contra natura, que en el pasado siempre han demostrado su disfuncionalidad por su dependencia de pequeños partidos con intereses parroquiales. Netanyahu lo tiene aparentemente más fácil, pese a no ser el vencedor en votos, porque la imparable extrema derecha de Avigdor Lieberman, tercero en las urnas, con 15 diputados, que ha capitalizado el asalto a Gaza y es llave del próximo Gobierno, busca primordialmente un poder afín y comprometido con la eliminación de Hamás a cualquier precio. El Likud tendría en Lieberman, que considera a los árabes israelíes, 20% de la población, como el verdadero enemigo, un aliado más natural que Livni. Y lo mismo sucede con el Shas (11 escaños), el mayor partido ultraortodoxo, opuesto a cualquier devolución territorial en Jerusalén o Cisjordania. En el poliédrico juego político israelí, sin embargo, no es descartable que, llegado el caso, Netanyahu prefiriese no ofrecer una imagen ultra y buscase con Livni una alianza de derecha moderada.
Barack Obama, en plena revisión de las prioridades internacionales de EE UU y sus métodos de actuación, tiene servido un nuevo desafío. Los resultados electorales israelíes no anticipan, sino más bien lo contrario, un camino practicable hacia la paz con los palestinos. Una paz que desafía el paso del tiempo y cuyas sucesivas hojas de ruta van siendo olvidadas en el fragor de los acontecimientos.
Para superar los 61 escaños que dan la mayoría en la Knesset, Livni o Netanyahu necesitarán de alianzas múltiples, frecuentemente contra natura, que en el pasado siempre han demostrado su disfuncionalidad por su dependencia de pequeños partidos con intereses parroquiales. Netanyahu lo tiene aparentemente más fácil, pese a no ser el vencedor en votos, porque la imparable extrema derecha de Avigdor Lieberman, tercero en las urnas, con 15 diputados, que ha capitalizado el asalto a Gaza y es llave del próximo Gobierno, busca primordialmente un poder afín y comprometido con la eliminación de Hamás a cualquier precio. El Likud tendría en Lieberman, que considera a los árabes israelíes, 20% de la población, como el verdadero enemigo, un aliado más natural que Livni. Y lo mismo sucede con el Shas (11 escaños), el mayor partido ultraortodoxo, opuesto a cualquier devolución territorial en Jerusalén o Cisjordania. En el poliédrico juego político israelí, sin embargo, no es descartable que, llegado el caso, Netanyahu prefiriese no ofrecer una imagen ultra y buscase con Livni una alianza de derecha moderada.
Barack Obama, en plena revisión de las prioridades internacionales de EE UU y sus métodos de actuación, tiene servido un nuevo desafío. Los resultados electorales israelíes no anticipan, sino más bien lo contrario, un camino practicable hacia la paz con los palestinos. Una paz que desafía el paso del tiempo y cuyas sucesivas hojas de ruta van siendo olvidadas en el fragor de los acontecimientos.
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