Listín Diario 08/01/2010.-
“Avatar” sigue vendiendo entradas independientemente de las críticas negativas recibidas en el país por las voces más autorizadas. A la gente de a pie probablemente le atraiga más los impresionantes efectos especiales que la forma en que se cuenta la historia, la que no da la oportunidad a Sam y Zoe de explotar al máximo sus cualidades como actores. Yo disfruté la película porque a los efectos bien logrados, con fallas imperceptibles, se le añade la magia de apreciarlos en tercera dimensión y una trama simple que, desde su planteamiento, me conectó con el mundo real.
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La ficción provocó en mí una especie de impacto con consecuencias sicosomáticas, pues lo que mis ojos vieron erizó mi piel, embutió mi cuerpo y, sin esfuerzo alguno, asumí que el propio filme era un avatar que reproducía las ambiciones, el odio, los vicios propios de la naturaleza humana; la geofagia que lleva al genocidio, a derramar sangre, a la mentira, la prepotencia y el cinismo.
No dejaba de pensar que George Bush, Dick Cheney, Donald Rumsfeld, Ronald Reagan, Margaret Tachter, Tony Blair, y una larga lista de agresores, tenían sus avatares en los uniformados y civiles que buscaban saquear Pandora a toda costa, sin importar que se derramara savia y sangre, sin importar que muriera la flora y la fauna.
Y, como el profeta aquel del apocalipsis, vi a Hiroshima y Nagasaki hundirse bajo el impacto de bombas atómicas, a Vietnam arder en napalm; vi botas en Santo Domingo, en Haití, en Nicaragua, en Granada, en Panamá, en Corea, en Irak; vi botas patear al mundo débil, vi aviones, barcos, balas y marines locos matando, destrozando niños y ancianos.
No sé si James Cameron pretendió crear con su cinta un avatar del planeta, no sé si quiso enviar un mensaje, llamar la atención a los cleptómanos para que busquen tratamiento con los dioses, para que curen sus almas desviadas y no hagan de la tierra el hades que se construye sobre la base de la ambición de riquezas y poder. Los artistas no pueden cambiar el mundo como lo hacen los políticos y los militares, tienen la facilidad de poner encanto a sus propuestas para que se ingieran y digieran con placer y satisfacción. Tal vez fue esa la intensión del director y productor de “Avatar”.
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La ficción provocó en mí una especie de impacto con consecuencias sicosomáticas, pues lo que mis ojos vieron erizó mi piel, embutió mi cuerpo y, sin esfuerzo alguno, asumí que el propio filme era un avatar que reproducía las ambiciones, el odio, los vicios propios de la naturaleza humana; la geofagia que lleva al genocidio, a derramar sangre, a la mentira, la prepotencia y el cinismo.
No dejaba de pensar que George Bush, Dick Cheney, Donald Rumsfeld, Ronald Reagan, Margaret Tachter, Tony Blair, y una larga lista de agresores, tenían sus avatares en los uniformados y civiles que buscaban saquear Pandora a toda costa, sin importar que se derramara savia y sangre, sin importar que muriera la flora y la fauna.
Y, como el profeta aquel del apocalipsis, vi a Hiroshima y Nagasaki hundirse bajo el impacto de bombas atómicas, a Vietnam arder en napalm; vi botas en Santo Domingo, en Haití, en Nicaragua, en Granada, en Panamá, en Corea, en Irak; vi botas patear al mundo débil, vi aviones, barcos, balas y marines locos matando, destrozando niños y ancianos.
No sé si James Cameron pretendió crear con su cinta un avatar del planeta, no sé si quiso enviar un mensaje, llamar la atención a los cleptómanos para que busquen tratamiento con los dioses, para que curen sus almas desviadas y no hagan de la tierra el hades que se construye sobre la base de la ambición de riquezas y poder. Los artistas no pueden cambiar el mundo como lo hacen los políticos y los militares, tienen la facilidad de poner encanto a sus propuestas para que se ingieran y digieran con placer y satisfacción. Tal vez fue esa la intensión del director y productor de “Avatar”.
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