Listín Diario 22/01/2010.-
En La Tortuga se incubó este pueblo. Los imperios se repartían el continente; lo conquistaban. Ingleses, franceses, españoles, holandeses y portugueses se lanzaron en aventuras oficiales y personales que terminaron acercando a reyes y piratas al centro de la ambición para parir, con patentes de corso o sin ellas, el saqueo brutal que diezmó a la población aborigen y creó un inmenso solar multiétnico que aún sufre la resaca del pillaje.
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En el Caribe hervía la acción de la ambición, entonces, la pequeña Tortuga, que parecía cuidar a La Española, descuidada y sola, tomó por amantes a piratas y corsarios, a bucaneros y buscavidas. Osorio, sin conciencia de sus pasos, puso el primer ladrillo con sus despoblaciones. Francia luego colocaría los otros y Toussaint Louverture, junto Dessalines, le dieron fachada cuando canalizaron las ansias de libertad que escaldaba en el interior de una nación con cadenas centenarias, de una nación que con el sudor de la muerte vertido de los trapiches endulzó al mundo y enriqueció a otros.
El hombre y la naturaleza la han llenado de infortunios, pues locos sueltos y desalmados, hijos de sus tierras, han teñido el suelo con su sangre para tener los cetros oligárquicos que dejaron hambre, ignorancia, insalubridad y muerte. Huracanes, sequías y seísmos le surcan la esperanza y la laceran, dejándole abrasiones crónicas que se hacen purulentas. Entonces, con el pus brotando, con la muerte infectando el aire, la histórica indiferencia de los saqueadores abandona la modorra.
El 7.3 de Richter los convoca y como si buscaran orgasmos, dan y se anuncian, promueven sus dádivas y en su acción perversa intentan ignoran a su hermano siamés, siempre presente, siempre presto al auxilio, aun sin emergencias, al que por décadas se ha quitado el pan de la boca para compartirlo desde el hospital, la escuela, el campo fértil, la activa industria de la construcción y los servicios.
La naturaleza imperial de algunos los lleva a actuar, por el reflejo propio de su condición, como policías más que como seres solidarios, pero la tierra de Duarte, con el presidente Leonel Fernández y su gobierno junto a los empresarios, comunicadores y el pueblo en general, están presentes en cuerpo y alma sin exhibir pistolas ni uniformes.
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En el Caribe hervía la acción de la ambición, entonces, la pequeña Tortuga, que parecía cuidar a La Española, descuidada y sola, tomó por amantes a piratas y corsarios, a bucaneros y buscavidas. Osorio, sin conciencia de sus pasos, puso el primer ladrillo con sus despoblaciones. Francia luego colocaría los otros y Toussaint Louverture, junto Dessalines, le dieron fachada cuando canalizaron las ansias de libertad que escaldaba en el interior de una nación con cadenas centenarias, de una nación que con el sudor de la muerte vertido de los trapiches endulzó al mundo y enriqueció a otros.
El hombre y la naturaleza la han llenado de infortunios, pues locos sueltos y desalmados, hijos de sus tierras, han teñido el suelo con su sangre para tener los cetros oligárquicos que dejaron hambre, ignorancia, insalubridad y muerte. Huracanes, sequías y seísmos le surcan la esperanza y la laceran, dejándole abrasiones crónicas que se hacen purulentas. Entonces, con el pus brotando, con la muerte infectando el aire, la histórica indiferencia de los saqueadores abandona la modorra.
El 7.3 de Richter los convoca y como si buscaran orgasmos, dan y se anuncian, promueven sus dádivas y en su acción perversa intentan ignoran a su hermano siamés, siempre presente, siempre presto al auxilio, aun sin emergencias, al que por décadas se ha quitado el pan de la boca para compartirlo desde el hospital, la escuela, el campo fértil, la activa industria de la construcción y los servicios.
La naturaleza imperial de algunos los lleva a actuar, por el reflejo propio de su condición, como policías más que como seres solidarios, pero la tierra de Duarte, con el presidente Leonel Fernández y su gobierno junto a los empresarios, comunicadores y el pueblo en general, están presentes en cuerpo y alma sin exhibir pistolas ni uniformes.
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