Listín Diario 12/02/2010.-
La patria, un concepto abstracto y sentimental, ligado de forma indisoluble al país en que se nace o adopta, concierne a todo individuo que se siente parte de una unidad histórica que conforma el carácter de nación.
Viéndolo así, los dominicanos constituíamos una nación cuando Boyer, en 1822 decide ocupar la parte este de la isla, proclamada meses antes por Núñez de Cáceres, como Haití Español.
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Pero fue la creación del Estado en 1844 que vino a dar sentido jurídico al sentimiento generado en torno al territorio, a la unidad que fuimos construyendo a partir del idioma, las creencias religiosas, hábitos alimenticios y todo lo relativo a la dinámica interactiva que día a día nos unió a pasar de las diferencias sociales, políticas, raciales y de cualquier índole.
En la dominicanidad se conjugan pues, el país, como unidad territorial y económica; la nación, como unidad histórica y, la patria, como sentimiento que nos envuelve a todos. Somos dominicanos los nacidos en este terruño, no importa si se es de color negro o blanco, si se es mulato, zambo, mestizo o asiático; no importa si se es católico, evangélico, musulmán, budista o agnósticos; si se es comunista, capitalista, socialdemócrata, centrista, derechista, pragmático, paledeísta o perredeísta.
Es por ello que no entiendo cómo siendo todos dominicanos y habiendo escogido la democracia representativa como forma de gobierno, con todo lo que debiera implicar este sistema, legislamos para una parte, lacerando, con esta acción nada democrática, el interés de la colectividad. Y es que hace tiempo padecemos una ley que mueve los días feriados provocando largos fines de semana en que se detiene el aparato productivo nacional y se fomenta la vagancia.
Lo inaceptable es que las fiestas de los católicos no se mueven, con lo que se obliga a todo el que no profesa esa religión a celebrar, mientras por otro lado se da un trato fútil a las fiestas patrias, moviéndolas y creando confusión en la población, sobre todo en los jóvenes que se van formando.
La democracia dominicana necesita madurar y para ello debemos liberarnos del chantaje de grupos que en muchos casos recurren a fomentar la ignorancia para fortalecer el dominio oligárquico y justificar su existencia.
La patria, un concepto abstracto y sentimental, ligado de forma indisoluble al país en que se nace o adopta, concierne a todo individuo que se siente parte de una unidad histórica que conforma el carácter de nación.
Viéndolo así, los dominicanos constituíamos una nación cuando Boyer, en 1822 decide ocupar la parte este de la isla, proclamada meses antes por Núñez de Cáceres, como Haití Español.
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Pero fue la creación del Estado en 1844 que vino a dar sentido jurídico al sentimiento generado en torno al territorio, a la unidad que fuimos construyendo a partir del idioma, las creencias religiosas, hábitos alimenticios y todo lo relativo a la dinámica interactiva que día a día nos unió a pasar de las diferencias sociales, políticas, raciales y de cualquier índole.
En la dominicanidad se conjugan pues, el país, como unidad territorial y económica; la nación, como unidad histórica y, la patria, como sentimiento que nos envuelve a todos. Somos dominicanos los nacidos en este terruño, no importa si se es de color negro o blanco, si se es mulato, zambo, mestizo o asiático; no importa si se es católico, evangélico, musulmán, budista o agnósticos; si se es comunista, capitalista, socialdemócrata, centrista, derechista, pragmático, paledeísta o perredeísta.
Es por ello que no entiendo cómo siendo todos dominicanos y habiendo escogido la democracia representativa como forma de gobierno, con todo lo que debiera implicar este sistema, legislamos para una parte, lacerando, con esta acción nada democrática, el interés de la colectividad. Y es que hace tiempo padecemos una ley que mueve los días feriados provocando largos fines de semana en que se detiene el aparato productivo nacional y se fomenta la vagancia.
Lo inaceptable es que las fiestas de los católicos no se mueven, con lo que se obliga a todo el que no profesa esa religión a celebrar, mientras por otro lado se da un trato fútil a las fiestas patrias, moviéndolas y creando confusión en la población, sobre todo en los jóvenes que se van formando.
La democracia dominicana necesita madurar y para ello debemos liberarnos del chantaje de grupos que en muchos casos recurren a fomentar la ignorancia para fortalecer el dominio oligárquico y justificar su existencia.
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