Por Manolo Pichardo
La alta popularidad del candidato oficialista estadounidense espanta, pues las dos últimas administraciones de su partido han llevado a aquella gran nación a una de sus peores crisis. Los ciudadanos están sufriendo en carne viva las consecuencias del endeudamiento, del debilitamiento del dólar, de la caída de las exportaciones, del deterioro en la balanza comercial y de pago, de la falta de financiamiento, del cierre de empresas y pérdidas de empleo, en fin, de los innumerables eslabones negativos que forman la cadena que les asfixia. Para mayor espanto a todo esto hay que sumarle el talante insípido de su personalidad y agregarle el desfasado discurso del miedo que, en cierta forma, fue semilla de la que brotaron las políticas que implementó Bush para desgracia económica de ricos, clase media y pobres.
John McCain, soporte desde el Congreso del equipo responsable de la hecatombe, proclama que representa el cambio. ¿Lo hace pensando que habla para una masa de idiotas? No lo sé, pero el hecho de escoger a una inexperta como compañera de fórmula con el fin de hacer un poco de farándula, le ha dado resultado, pues sus números se han disparado. Obama, el candidato demócrata, representa lo contrario, es el referente de la administración Clinton, en la que el país gozó de prosperidad económica, respeto en el ámbito internacional y seguridad interna.
Nadie pone en duda su carisma, al que algunos llegan a comparar con el del asesinado presidente Kennedy y, como si fuera poco, es dueño de un discurso novedoso, vigoroso, sustancioso y esperanzador, ligado a las expectativas de cambio que debe tener un pueblo angustiado por el deterioro en sus condiciones materiales de existencia. A pesar de todo esto, el pupilo de Bush amenaza con ganar la presidencia. ¿Hay razones históricas y sociales que lo puedan explicar? No quiero pesar que los hermanos estadounidenses prefieran seguir cayendo al vacío a ser gobernados por un mulato con posibilidades de brindarles algo mejor, como piensan algunos amigos que, sustentados en datos estadísticos, afirman que los EEUU es el país más racista del planeta.
John McCain, soporte desde el Congreso del equipo responsable de la hecatombe, proclama que representa el cambio. ¿Lo hace pensando que habla para una masa de idiotas? No lo sé, pero el hecho de escoger a una inexperta como compañera de fórmula con el fin de hacer un poco de farándula, le ha dado resultado, pues sus números se han disparado. Obama, el candidato demócrata, representa lo contrario, es el referente de la administración Clinton, en la que el país gozó de prosperidad económica, respeto en el ámbito internacional y seguridad interna.
Nadie pone en duda su carisma, al que algunos llegan a comparar con el del asesinado presidente Kennedy y, como si fuera poco, es dueño de un discurso novedoso, vigoroso, sustancioso y esperanzador, ligado a las expectativas de cambio que debe tener un pueblo angustiado por el deterioro en sus condiciones materiales de existencia. A pesar de todo esto, el pupilo de Bush amenaza con ganar la presidencia. ¿Hay razones históricas y sociales que lo puedan explicar? No quiero pesar que los hermanos estadounidenses prefieran seguir cayendo al vacío a ser gobernados por un mulato con posibilidades de brindarles algo mejor, como piensan algunos amigos que, sustentados en datos estadísticos, afirman que los EEUU es el país más racista del planeta.
Publicado en el Listín Diario el sábado 21 de septiembre de 2008
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