Hoy 19/12/2009.-
Hay hechos pequeños y grandes en la práctica de la separación entre lo público y lo privado durante el ejercicio del poder político por parte de Juan Bosch en su primer gobierno constitucional de 1963.
Los datos están en el libro de Mildred Guzmán, “El Bosch que yo conocí”. Pero no por pequeños dejan de ser emblemáticos. El despido de su asistente personal Virgilio Gell, por comprobarse un caso de corrupción ascendente a $ 25.000 pesos, mediante tráfico de influencia.
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Y grandes fueron el despido del Ministro de Industria y Comercio, Diego Bordas, por corrupción, así como el rechazo a la solicitud de ex presidente cubano Carlos Prío Socorrás para instalar en el país un campamento anticastrista. La firmeza de carácter de Bosch se impuso por encima de consideraciones de amistad e incluso del favor político que disfrutó Don Juan bajo el gobierno de Prío. Cuando este último vio que Bosch rechazó su oferta, le planteó otra peor: la compra de 4.000 toneladas de trigo en Canadá para ayudar a la revolución contra Castro. No hay que ser listo para adivinar que el dinero iría a parar a los bolsillos de Prío. Bosch rechazó la segunda oferta con el alegato de que el país tenía suficiente trigo. Ante esta posición, Prío salió del Palacio Nacional con el rabo entre las piernas y solo atinó a mascullar: “Juan ha cambiado mucho, ya es un comunista.” (Op. cit., pp-138-40) El otro gran hecho político fue la separación entre Estado e Iglesia, contenido en la Constitución de 1963 y que en la entrevista de Don Juan con Isaolim Mieses y Wilson Hernández (op. cit., pp. 121-23) explica, a partir de consideraciones históricas eruditas, cómo los intereses franceses en las colonias de Argelia, de Indochina y de países africanos que profesaban distintas religiones impusieron la separación entre Iglesia y Estado. También explica Don Juan el caso español después de Franco y se remonta a los orígenes de esa lucha en España con Francisco Giner, Sanz del Río y otros intelectuales, con lo cual nuestro político dominicano ratifica su posición prístina anterior incluso a la Constitución de 1963.
Pero en nuestro país, donde la fracción burguesa quedó atrapada por el frente oligárquico recompuesto por los norteamericanos después de la muerte de Trujillo, era imposible que tal fracción se planteara la separación entre Iglesia y Estado, tal como lo proclamaba la Constitución burguesa de 1963. Lo que Bosch llama el “atraso” mental, cultural, ideológico, unido a la ausencia de conciencia política, nacional y de clase, impedía –e impide todavía hoy- semejante planteamiento que implica la legitimación de una burguesía nacional independiente.
La herencia política de Don Juan, que según él era el partido, está hundida en el mismo “atraso” mental, cultural e ideológico, y en la misma ausencia de conciencia política, nacional y de clase de cada uno de sus miembros, y por esa razón no ha podido superar el pensamiento político de Don Juan y ha producido, a través de tres mandatos, el tipo de gobierno que su fundador estaba negado a encabezar en 1990, según se lo manifestó a Miguel Cocco.
Ahora me voy al punto de los adversarios y de la amistad. Primero, don Juan, conocedor a fondo de nuestra sociedad, respetó siempre a sus adversarios, sin importar el litoral político de donde proviniesen. Para el militante comunista que le abucheó, tuvo compasión por su ignorancia. A los periodistas pagados y no pagados les comprendió en los ataques que casi siempre dirigieron a su persona, no al político, pero incluso así Don Juan no se lo tomó personalmente. Todo lo analizaba políticamente, con su tesis de la inconsciencia política de la mayoría del pueblo dominicano. El había teorizado el chisme como industria o deporte nacional, y así juzgaba los ataques personales, como lo atestiguan las consideraciones conceptuales de la carta que dirige a Víctor Livio Cedeño, a la sazón director del periódico El Sol, el 1 de octubre de 1979: “Como de todo hombre público, muy especialmente en países de composición social similar a la de la República Dominicana, de mí se han dicho y se dicen con frecuencia mentiras que en algunos casos tienen su origen en servicios secretos extranjeros y en otros son expresiones de pasiones políticas desviadas hacia ataques personales, y a menudo esas mentiras son impresas en periódicos. Tal sucedió, por ejemplo, cuando un señor llamado Ubi Rivas dijo en El Sol que el día 6 de mayo del año pasado yo había dormido en la casa de Ramón Font Bernard…” (pp. 314-315)
No hubo acusación política por mendaz que fuera, tanto en el ámbito nacional como en el extranjero en contra de Juan Bosch que él no la respondiera con una gran altura analítica. Por eso era un líder, un gran líder.
En el plano de la amistad, habría que comenzar un poco antes de su salida al exilio en 1938 para comprobar cómo don Juan hizo y mantuvo relaciones de amistad, más literarias y culturales que políticas, para esa época, con Mario Fermín Cabral, Vicente Tolentino Rojas, Emilio Rodríguez Demorizi, Ramón Marrero Aristy, Héctor Incháustegui Cabral (a quienes dirige la célebre carta antirracista luego de entrevistarse con ellos en La Habana y misiva sin la cual no puede leerse el cuento “Luis Pie”). Relaciones que don Juan recompuso una vez que llegó del exilio en octubre de 1961.
Don Juan mantuvo también intactas sus relaciones intelectuales boricuas hasta el día de su muerte. Y quizá fue una dicha que los grandes amigos que mantuvieron con él la fe en la democracia representativa: Betancourt, Figueres, Muñoz Marín, murieran primero que él, pues su ruptura con tal sistema luego del golpe de Estado de 1963 le llevó a una dolorosa pero necesaria separación.
Y, finalmente, los grandes amigos literarios que vinieron a los festejos del septuagésimo y octogésimo cumpleaños de don Juan en 1970 y 1980, de los cuales hay una relación detallada en el libro de Mildred en cuanto concierne al primer acontecimiento, pero extrañamente echada en falta en el último cumpleaños. Señalo como los grandes amigos de don Juan, más literarios que políticos, a Gabriel García Márquez, Miguel Otero Silva, Nicolás Guillén, Guayasamín, Raúl Rivero, Julio Le Riverand, Carmen Balcells, Manuel Maldonado Denis, José Emilio González y Ruth Vasallo, el francés Regis Debray y un personaje venezolano, extraño según Mildred: Oscar Guaramato, secretario personal de Otero Silva. Pero llamo a la atención que en el cuento “El hombre que lloró”, escrito antes de la caída del dictador Marcos Pérez Jiménez, aparece un personaje, junto a otro de apellido Muñoz, que ha caído en la lucha clandestina en contra de la dictadura. O fue simple coincidencia o fue una mala pasada de humor negro el hecho de que aparezca este Guaramato inmortalizado en una obra de ficción de don Juan.
Hay hechos pequeños y grandes en la práctica de la separación entre lo público y lo privado durante el ejercicio del poder político por parte de Juan Bosch en su primer gobierno constitucional de 1963.
Los datos están en el libro de Mildred Guzmán, “El Bosch que yo conocí”. Pero no por pequeños dejan de ser emblemáticos. El despido de su asistente personal Virgilio Gell, por comprobarse un caso de corrupción ascendente a $ 25.000 pesos, mediante tráfico de influencia.
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Y grandes fueron el despido del Ministro de Industria y Comercio, Diego Bordas, por corrupción, así como el rechazo a la solicitud de ex presidente cubano Carlos Prío Socorrás para instalar en el país un campamento anticastrista. La firmeza de carácter de Bosch se impuso por encima de consideraciones de amistad e incluso del favor político que disfrutó Don Juan bajo el gobierno de Prío. Cuando este último vio que Bosch rechazó su oferta, le planteó otra peor: la compra de 4.000 toneladas de trigo en Canadá para ayudar a la revolución contra Castro. No hay que ser listo para adivinar que el dinero iría a parar a los bolsillos de Prío. Bosch rechazó la segunda oferta con el alegato de que el país tenía suficiente trigo. Ante esta posición, Prío salió del Palacio Nacional con el rabo entre las piernas y solo atinó a mascullar: “Juan ha cambiado mucho, ya es un comunista.” (Op. cit., pp-138-40) El otro gran hecho político fue la separación entre Estado e Iglesia, contenido en la Constitución de 1963 y que en la entrevista de Don Juan con Isaolim Mieses y Wilson Hernández (op. cit., pp. 121-23) explica, a partir de consideraciones históricas eruditas, cómo los intereses franceses en las colonias de Argelia, de Indochina y de países africanos que profesaban distintas religiones impusieron la separación entre Iglesia y Estado. También explica Don Juan el caso español después de Franco y se remonta a los orígenes de esa lucha en España con Francisco Giner, Sanz del Río y otros intelectuales, con lo cual nuestro político dominicano ratifica su posición prístina anterior incluso a la Constitución de 1963.
Pero en nuestro país, donde la fracción burguesa quedó atrapada por el frente oligárquico recompuesto por los norteamericanos después de la muerte de Trujillo, era imposible que tal fracción se planteara la separación entre Iglesia y Estado, tal como lo proclamaba la Constitución burguesa de 1963. Lo que Bosch llama el “atraso” mental, cultural, ideológico, unido a la ausencia de conciencia política, nacional y de clase, impedía –e impide todavía hoy- semejante planteamiento que implica la legitimación de una burguesía nacional independiente.
La herencia política de Don Juan, que según él era el partido, está hundida en el mismo “atraso” mental, cultural e ideológico, y en la misma ausencia de conciencia política, nacional y de clase de cada uno de sus miembros, y por esa razón no ha podido superar el pensamiento político de Don Juan y ha producido, a través de tres mandatos, el tipo de gobierno que su fundador estaba negado a encabezar en 1990, según se lo manifestó a Miguel Cocco.
Ahora me voy al punto de los adversarios y de la amistad. Primero, don Juan, conocedor a fondo de nuestra sociedad, respetó siempre a sus adversarios, sin importar el litoral político de donde proviniesen. Para el militante comunista que le abucheó, tuvo compasión por su ignorancia. A los periodistas pagados y no pagados les comprendió en los ataques que casi siempre dirigieron a su persona, no al político, pero incluso así Don Juan no se lo tomó personalmente. Todo lo analizaba políticamente, con su tesis de la inconsciencia política de la mayoría del pueblo dominicano. El había teorizado el chisme como industria o deporte nacional, y así juzgaba los ataques personales, como lo atestiguan las consideraciones conceptuales de la carta que dirige a Víctor Livio Cedeño, a la sazón director del periódico El Sol, el 1 de octubre de 1979: “Como de todo hombre público, muy especialmente en países de composición social similar a la de la República Dominicana, de mí se han dicho y se dicen con frecuencia mentiras que en algunos casos tienen su origen en servicios secretos extranjeros y en otros son expresiones de pasiones políticas desviadas hacia ataques personales, y a menudo esas mentiras son impresas en periódicos. Tal sucedió, por ejemplo, cuando un señor llamado Ubi Rivas dijo en El Sol que el día 6 de mayo del año pasado yo había dormido en la casa de Ramón Font Bernard…” (pp. 314-315)
No hubo acusación política por mendaz que fuera, tanto en el ámbito nacional como en el extranjero en contra de Juan Bosch que él no la respondiera con una gran altura analítica. Por eso era un líder, un gran líder.
En el plano de la amistad, habría que comenzar un poco antes de su salida al exilio en 1938 para comprobar cómo don Juan hizo y mantuvo relaciones de amistad, más literarias y culturales que políticas, para esa época, con Mario Fermín Cabral, Vicente Tolentino Rojas, Emilio Rodríguez Demorizi, Ramón Marrero Aristy, Héctor Incháustegui Cabral (a quienes dirige la célebre carta antirracista luego de entrevistarse con ellos en La Habana y misiva sin la cual no puede leerse el cuento “Luis Pie”). Relaciones que don Juan recompuso una vez que llegó del exilio en octubre de 1961.
Don Juan mantuvo también intactas sus relaciones intelectuales boricuas hasta el día de su muerte. Y quizá fue una dicha que los grandes amigos que mantuvieron con él la fe en la democracia representativa: Betancourt, Figueres, Muñoz Marín, murieran primero que él, pues su ruptura con tal sistema luego del golpe de Estado de 1963 le llevó a una dolorosa pero necesaria separación.
Y, finalmente, los grandes amigos literarios que vinieron a los festejos del septuagésimo y octogésimo cumpleaños de don Juan en 1970 y 1980, de los cuales hay una relación detallada en el libro de Mildred en cuanto concierne al primer acontecimiento, pero extrañamente echada en falta en el último cumpleaños. Señalo como los grandes amigos de don Juan, más literarios que políticos, a Gabriel García Márquez, Miguel Otero Silva, Nicolás Guillén, Guayasamín, Raúl Rivero, Julio Le Riverand, Carmen Balcells, Manuel Maldonado Denis, José Emilio González y Ruth Vasallo, el francés Regis Debray y un personaje venezolano, extraño según Mildred: Oscar Guaramato, secretario personal de Otero Silva. Pero llamo a la atención que en el cuento “El hombre que lloró”, escrito antes de la caída del dictador Marcos Pérez Jiménez, aparece un personaje, junto a otro de apellido Muñoz, que ha caído en la lucha clandestina en contra de la dictadura. O fue simple coincidencia o fue una mala pasada de humor negro el hecho de que aparezca este Guaramato inmortalizado en una obra de ficción de don Juan.
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