Listín Diario 27/03/2010.-
“Dime cual es la estructura organizativa de tu partido y te diré cuál es su ideología”. La frase se la escuché a Leonel Juspin, icono del Partido Socialista Francés, en un Congreso de la Internacional Socialista en 1999. La utilizo ahora para articular esa ideología de la que tanto hablo, y sobre la cual escribí el sábado pasado, con mi tema de hoy: las estructuras partidarias.
Prima facie, la estructura de los partidos políticos parece un factor decisivo en su conformación y su funcionamiento, porque en ella confluyen la ideología que la inspira, y que en ella debe reflejarse como afirmó Juspin, el proyecto político del que el partido es portador, y el gobierno real partidario.
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Sin embargo, después de Michels y de Duverger, los politólogos y sociólogos se han ocupado más de otras cuestiones: los sistemas de partidos, su tipología, sus bases sociales y su impacto sobre el comportamiento electoral.
Sartori al tratar el tema de la estructura, lo enfocó dentro del sistema de partidos, o sea, en el conjunto.
Aunque esa visión holística es importante, creo en la relación dialéctica que existe entre el sistema y sus partes, entre el conjunto y sus elementos.
Buscando para el análisis de la estructura un referente, encontré en Max Weber un modelo razonable, aunque tradicional. De él parto.
Weber habla de cuatro niveles de organización, que en conjunto definirán al partido: su cúpula directiva, que controla, como “un estado mayor” el gobierno de la organización; los miembros activos, que tienen cierto acceso a las instancias de discusión, amonestación y control; las “masas no activas”, que participan solo en los procesos electorales y los “Mecenas”, que para Weber están normalmente ocultos y que financian el partido.
Queda claro que en la interpretación que hago a la versión weberiana prima la ideología como determinante, tal como me enseñó Peña Gómez y escuché de Juspin, en un inolvidable otoño parisino, Aunque cité los niveles en el orden de Weber, mi posición ideológica y mis conocimientos de lógica no me permiten empezar por la cúpula: no se puede edificar en el vacío, la capa superior de un constructo reposa en las bases.
Vemos a los afiliados, los que constituyen las masas activas y las no activas de Weber, esas que dieron vida a la máxima de Peña Gómez, elevada a precepto estatutario en el artículo No. 19: “la soberanía del partido reside en su militancia”.
Los/las militantes, ciudadanos/as que se inscriben, cotizan y activan en un partido político, constituyen la fuerza de una organización política, sobre todo los que por su condición de dirigentes medios y de base, conforman la red que completa y valida el gobierno de las cúpulas. En cuanto a las “masas no activas” de Weber, deben distinguirse los que podemos llamar “inscritos coyunturales”, que se adscriben más a un grupo o aspirante que al partido, y los electores potenciales, no necesariamente inscritos formalmente.
Los partidos modernos, como el Demócrata y el Republicano de Estados Unidos, o el PSOE en España, ganan los sufragios con millones de votos, pero su militancia es más reducida.
El papel que juegan los programas, con ofertas racionales que responden a necesidades sociales articuladas en un proyecto político, es el gran motor que cosecha y cohesiona voluntades electorales a favor de un determinado partido.
La dirección, la cúpula, debe surgir democráticamente de la decisión de las masas activas, con la participación de las no activas inscritas, tomando en cuenta, la opinión de los electores potenciales.
Esa decisión, soberana y solemne, debía funcionar también hacia lo interno movida por programas y proyectos, nunca por clientelismos y cooptaciones crudas.
Los militantes deben asumir que son ellos, en un sistema democrático, que tienen el derecho y la responsabilidad de decidir cuales serán los miembros/as de “la cúpula”. Esa facultad preciosa no deberá ser vendida aunque intenten comprarla. Cuando ese poder se declina concentrándose en unos pocos, la militancia pierde su razón de ser- Toda autoridad requiere de “supervisión, y control”, para que no degenere en dictadura.
¿Los mecenas? Siguen existiendo, hasta públicamente: en nuestro país uno es el Estado dominicano, que otorga a los partidos cuantiosas sumas que solo se justificarán cuando la Ley de Partidos controle su uso y distribución para que no sean solo la “ración del boa” que alimente el electoralismo.
En grandes partidos de países desarrollados, se han sancionado casos de dudosas transacciones entre empresarios y políticos, que pactan trueques inmorales, en los que el Mecenas de hoy, es el beneficiado de exenciones y favores mañana. Y en las campañas internas, cuando se aplican mecanismos espúreos de cooptación, los mecenazgos se evidencian y puede decirse que dinamizan el transfuguismo, fenómeno que crece en forma alucinante.
La estructura de un partido es reveladora.
Analicémosla y obtendremos respuestas y definiciones necesarias.
“Dime cual es la estructura organizativa de tu partido y te diré cuál es su ideología”. La frase se la escuché a Leonel Juspin, icono del Partido Socialista Francés, en un Congreso de la Internacional Socialista en 1999. La utilizo ahora para articular esa ideología de la que tanto hablo, y sobre la cual escribí el sábado pasado, con mi tema de hoy: las estructuras partidarias.
Prima facie, la estructura de los partidos políticos parece un factor decisivo en su conformación y su funcionamiento, porque en ella confluyen la ideología que la inspira, y que en ella debe reflejarse como afirmó Juspin, el proyecto político del que el partido es portador, y el gobierno real partidario.
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Sin embargo, después de Michels y de Duverger, los politólogos y sociólogos se han ocupado más de otras cuestiones: los sistemas de partidos, su tipología, sus bases sociales y su impacto sobre el comportamiento electoral.
Sartori al tratar el tema de la estructura, lo enfocó dentro del sistema de partidos, o sea, en el conjunto.
Aunque esa visión holística es importante, creo en la relación dialéctica que existe entre el sistema y sus partes, entre el conjunto y sus elementos.
Buscando para el análisis de la estructura un referente, encontré en Max Weber un modelo razonable, aunque tradicional. De él parto.
Weber habla de cuatro niveles de organización, que en conjunto definirán al partido: su cúpula directiva, que controla, como “un estado mayor” el gobierno de la organización; los miembros activos, que tienen cierto acceso a las instancias de discusión, amonestación y control; las “masas no activas”, que participan solo en los procesos electorales y los “Mecenas”, que para Weber están normalmente ocultos y que financian el partido.
Queda claro que en la interpretación que hago a la versión weberiana prima la ideología como determinante, tal como me enseñó Peña Gómez y escuché de Juspin, en un inolvidable otoño parisino, Aunque cité los niveles en el orden de Weber, mi posición ideológica y mis conocimientos de lógica no me permiten empezar por la cúpula: no se puede edificar en el vacío, la capa superior de un constructo reposa en las bases.
Vemos a los afiliados, los que constituyen las masas activas y las no activas de Weber, esas que dieron vida a la máxima de Peña Gómez, elevada a precepto estatutario en el artículo No. 19: “la soberanía del partido reside en su militancia”.
Los/las militantes, ciudadanos/as que se inscriben, cotizan y activan en un partido político, constituyen la fuerza de una organización política, sobre todo los que por su condición de dirigentes medios y de base, conforman la red que completa y valida el gobierno de las cúpulas. En cuanto a las “masas no activas” de Weber, deben distinguirse los que podemos llamar “inscritos coyunturales”, que se adscriben más a un grupo o aspirante que al partido, y los electores potenciales, no necesariamente inscritos formalmente.
Los partidos modernos, como el Demócrata y el Republicano de Estados Unidos, o el PSOE en España, ganan los sufragios con millones de votos, pero su militancia es más reducida.
El papel que juegan los programas, con ofertas racionales que responden a necesidades sociales articuladas en un proyecto político, es el gran motor que cosecha y cohesiona voluntades electorales a favor de un determinado partido.
La dirección, la cúpula, debe surgir democráticamente de la decisión de las masas activas, con la participación de las no activas inscritas, tomando en cuenta, la opinión de los electores potenciales.
Esa decisión, soberana y solemne, debía funcionar también hacia lo interno movida por programas y proyectos, nunca por clientelismos y cooptaciones crudas.
Los militantes deben asumir que son ellos, en un sistema democrático, que tienen el derecho y la responsabilidad de decidir cuales serán los miembros/as de “la cúpula”. Esa facultad preciosa no deberá ser vendida aunque intenten comprarla. Cuando ese poder se declina concentrándose en unos pocos, la militancia pierde su razón de ser- Toda autoridad requiere de “supervisión, y control”, para que no degenere en dictadura.
¿Los mecenas? Siguen existiendo, hasta públicamente: en nuestro país uno es el Estado dominicano, que otorga a los partidos cuantiosas sumas que solo se justificarán cuando la Ley de Partidos controle su uso y distribución para que no sean solo la “ración del boa” que alimente el electoralismo.
En grandes partidos de países desarrollados, se han sancionado casos de dudosas transacciones entre empresarios y políticos, que pactan trueques inmorales, en los que el Mecenas de hoy, es el beneficiado de exenciones y favores mañana. Y en las campañas internas, cuando se aplican mecanismos espúreos de cooptación, los mecenazgos se evidencian y puede decirse que dinamizan el transfuguismo, fenómeno que crece en forma alucinante.
La estructura de un partido es reveladora.
Analicémosla y obtendremos respuestas y definiciones necesarias.
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