Listín Diario 05/03/2010.-
La crónica es un género interesante que se concentra en los detalles de una historia y comienza en el desenlace para meternos en cada pulgada de los acontecimientos que aborda. Sabemos que no es noticia, pero puede alimentarse de ella hurgando en sus interioridades, en sus rincones más íntimos.
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La fotografía en su definición clásica y popular es la reproducción de imágenes que, cuando son sucesivas se pueden convertir en lo que conocemos como película en donde las personas, animales y objetos palpitan, se mueven: viven. El periodismo, ejercicio profesional dedicado a informar sobre los sucesos que se van produciendo al momento, combina crónica y fotografía, sólo que hasta que conocí el trabajo de Franklin Guerrero pensé que la conjunción del género con el recurso podía darse únicamente en periódicos y revistas, porque las imágenes fijas son para la imprenta, para la rotativa, no para la televisión.
Sin embargo, la imaginación de este avispado reportero gráfico ha logrado meter con resonado éxito su “foto crónica” en la televisión apegado de forma rígida a las exigencias del género periodístico que, por demás, aborda con un sentido de profesionalidad y creatividad admirables. Soy capaz de suspender cualquier actividad para estar los sábados frente a mi televisión viendo el espacio, porque las noticias que sufrí durante la semana, las disfruto a través del lente de Franklin, de esas imágenes que fluyen junto a un texto bien pensado y estructurado.
A veces sus fotos son versos, metáforas que se hilvanan con las palabras que brotan como efluvios siderales arrancados del tono que pone a cada frase, del tono que imprime y en que embute los detalles de un acontecimiento que fue noticia, noticia rústica y banal, noticia que presentaron los medios informativos con cara de morbo, con puntas que amenazan la tranquilidad de espíritu, que angustian, que siembran desazón.
Siempre siento que las imágenes fijas que presenta tienen vida, porque él se las pone con un texto que les hace respirar: las lágrimas corren, los gases lacrimógenos te arden, las llamas dejan sentir su calor, el hambre se hace física, el hedor de las cañadas penetra en las narices, el grito de las protestas se hace audible. Y así, entre flashes y palabras quedas atrapado en la historia.
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La fotografía en su definición clásica y popular es la reproducción de imágenes que, cuando son sucesivas se pueden convertir en lo que conocemos como película en donde las personas, animales y objetos palpitan, se mueven: viven. El periodismo, ejercicio profesional dedicado a informar sobre los sucesos que se van produciendo al momento, combina crónica y fotografía, sólo que hasta que conocí el trabajo de Franklin Guerrero pensé que la conjunción del género con el recurso podía darse únicamente en periódicos y revistas, porque las imágenes fijas son para la imprenta, para la rotativa, no para la televisión.
Sin embargo, la imaginación de este avispado reportero gráfico ha logrado meter con resonado éxito su “foto crónica” en la televisión apegado de forma rígida a las exigencias del género periodístico que, por demás, aborda con un sentido de profesionalidad y creatividad admirables. Soy capaz de suspender cualquier actividad para estar los sábados frente a mi televisión viendo el espacio, porque las noticias que sufrí durante la semana, las disfruto a través del lente de Franklin, de esas imágenes que fluyen junto a un texto bien pensado y estructurado.
A veces sus fotos son versos, metáforas que se hilvanan con las palabras que brotan como efluvios siderales arrancados del tono que pone a cada frase, del tono que imprime y en que embute los detalles de un acontecimiento que fue noticia, noticia rústica y banal, noticia que presentaron los medios informativos con cara de morbo, con puntas que amenazan la tranquilidad de espíritu, que angustian, que siembran desazón.
Siempre siento que las imágenes fijas que presenta tienen vida, porque él se las pone con un texto que les hace respirar: las lágrimas corren, los gases lacrimógenos te arden, las llamas dejan sentir su calor, el hambre se hace física, el hedor de las cañadas penetra en las narices, el grito de las protestas se hace audible. Y así, entre flashes y palabras quedas atrapado en la historia.
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