martes, 27 de abril de 2010

Génesis si acaso: La singular novela de Ángel Garrido

Por León David
El País.com 27/04/2010.-
Un mínimo de probidad intelectual me obliga a dar inicio a estas acotaciones desaprensivas confesando, acaso para asombro de muchos y escándalo de no pocos que me cuento en el número de los malos lectores de novela… ¿Malos he dicho? Quedé corto, pésimo.
La razón de que en tan desairada categoría me vea constreñido a incluirme es demasiado notoria como para que derroche aliento y sudores en la vana empresa de tapar al sol con un dedo: me tengo por fallido lector en lo que toca género de lo extensos y complejos relatos de imaginación que los italianos denominaran romanzo, romain los franceses y los sajones fiction debido a que, sobre no constituir mi forma literaria predilecta, propendo antes que a precipitarme tras el último título del novelista en boga –que suele caérseme de las manos apenas me he asomado a sus páginas-, propendo, decía, por modo irresistible a retornar una y otra vez a las novelas que en ocasiones anteriores habían suscitado mi embelesada adhesión.
Y es que en materia literaria –no sabría decidir si para ventura o infortunio- me vuelvo cada día más selectivo. Semejante conducta, lejos de hallarse incursa en extravagancia, la juzgo muy en su lugar habida cuenta de que rozando los sesenta años harto comprensible es que empiece a servirme con avaricia del decreciente tiempo de ocio que el porvenir- no por inescrutable menos previsible- me tiene reservado.
Soy- de serlo presumía Borges también- lector hedónico; esto es, leo por placer y sólo por placer. Nada se me hace menos embarazoso que interrumpir la lectura cuando dejan de interesarme los renglones que el resignado papel soporta, sin que cure en que esté en boca de todos el libro que mi impenitencia relegara o en que haya obtenido su autor justificado predicamento; nada me resulta más fácil- creedlo- que preterir el volumen que no acierta a espolear mi fantasía, ni a desatar mi entusiasmo, ni alimentar la roja hoguera del sentir, ni contribuye a que perciba con estremecida certidumbre el significado y valor de la existencia humana… No bien me sorprendo bostezando, sin el menor remordimiento aparto al escrito que ese letárgico efecto provocaba y busco en otros textos – casi siempre clásicos y, por ende, de eficacia artística garantizada -el solaz que mi espíritu anhela.
Este principio de voluptuosidad a que obstinadamente me sujeto en punto a resolver qué obra condesciende a mis caprichos y en cuáles páginas no habré de aventurarme nueva vez, nunca se manifiesta con mayores exigencias y rigores que en el momento en que me dispongo a leer una novela… El asunto nada tiene de misterioso. Basta que reparemos en el hecho de que una de las notas distintivas- no la de menos monta- del género narrativo que nos ocupa es su considerable extensión para que advirtamos por qué suceden las cosas de semejante guisa: es peliaguda tarea expuesta a casi insuperables obstáculos granjearse la continua atención de un lector al que se le apremia a recorrer con escasos intervalos de reposo los trescientos o más folios que cualquier novela, por término medio, suele contener.
El desafío al que autor del referido género debe hacer frente se me antoja descomunal. Cuán empinado no ha de ser su numen, probada su pericia y opima su creatividad para que no decaiga la fabulación y quienes a ella se avecinen, haciendo a un lado las múltiples urgencias cotidianas, consientan acompañar durante horas y horas a los ilusorios personajes que la mente del narrador, ideara por los meandros de una historia que se prolonga, incrementa y ramifica sin cesar.
Permítaseme arriesgar una idea: prolijidad y perfección me lucen supuestos poco menos que incompatibles. Y como no hay novela que no sea por definición prolija – en el entendido de que el detalle, la observación minuciosa y el pormenor se revelan condición ineludible del género-, contadas serán las que me avendré a reputar perfectas.
A tenor de lo que acabo de exponer, procede que insista en el señalamiento amonedado al comienzo de estas divagaciones peregrinas: soy un pésimo lector de novelas. Observo que a mi alrededor personas de muy envidiable formación, no escasa sensibilidad y sincera afición a la buena lectura andan de ordinario con la más reciente saga de algún promocionado autor bajo el brazo y, de dar crédito a lo que declaran, no sólo la leen sino que la disfrutan; y compruebo también que cuando, instigado por los amigos- a cuya influencia no siempre puede uno sustraerse-, me dejo convencer y transijo con la bendita novela en candelero, suele ocurrir que sólo una masoquista tozudez me haga llegar, ahíto y contrariado, al final del relato…¿Qué pasa conmigo?...
Ensayemos una explicación: adolezco de un gusto poco flexible. En materia de literatura y arte sólo me complace lo mejor; y lo mejor en lo que al género novelístico concierne cabe ser compendiado, sin que por ello crea pecar de intransigente, en veinte o treinta títulos cuya universal nombradía ahorra a mi pluma la extemporánea ligereza de la mención.
Ahora bien, la familiaridad con los supremos modelos del arte de novelar (cuya cumbre indiscutible sigue siendo el Quijote de Cervantes) es, si de apariencias delusivas no me pago, lo que me impide hacerme de la vista gorda para con los vicios y carencias de las creaciones novelísticas de última hornada; y la que, de fijo, no me permite tampoco, a diferencia del resto de los despreocupados bibliófilos, saborearlas en paz.
Así las cosas, quienes hasta las fragosas estribaciones de estos razonamientos han tenido la persistencia de acompañarme podrán hacerse cargo de la medida de mi satisfacción y gratitud cuando, al adentrarme en la novela de Ángel Garrido intitulada Génesis si acaso, mientras con marcha cautelosa avanzaba en la lectura, no sólo se iban disipando como por arte de birlibirloque todos y cada uno de mis bien cultivados temores, reservas y prejuicios, sino fue tan honda la fascinación que lo que allí se me contaba alcanzó a provocar que- caso insólito para un irresoluto lector de novelas como era yo- no atiné a despegar los ojos de sus páginas y di cuenta de la obra en una sola sentada que, aunque haya abarcado de la mañana a la noche de un entero día del que no me enteré, no se me figuró más prolongada de lo que tarda la gallina en cacarear el huevo.
¿Qué había sucedido? ¿De qué felices prendas se exornaba la narración de nuestro coterráneo que, contraviniendo lo que era verosímil esperar de un temperamento indócil como el mío, escarmentado si piedad por las torpezas y trivialidades de la hodierna novelística, consiguió contra toda probabilidad mantenerme atado a su yunta sin que en ningún momento me agobiara el ademán expositivo, me aburrieran las sinuosidades del argumento, me desentendiera de la vigorosa fisonomía de los variopintos personajes abocetados o dejara de percibir vívidamente la atmósfera espiritual de un modo de vida pueblerino, rural, en el que emblemáticamente se resume el país dominicano, eso que antaño fuimos y ya no somos o que, acaso, bajo la epidermis de una pretenciosa tardo-modernidad que no acabamos de asimilar, seguimos siendo?
Tantas y tan ostensibles son las bondades de la novela de Garrido que entiendo no cometeré desacato alguno al aseverar que hasta el lector más negligente habrá de columbrarlas. Pero me asalta la sospecha de que para hacer justicia al completo abanico de sus méritos sería menester una péndola menos exangüe que la mía y harto más pliegos tinta que los que una modesta presentación introductoria tiene derecho a reclamar.
Por consiguiente, a partir de ahora rodará mi reflexión sobre tres apenas de las ubérrimas, cuanto señeras, cualidades que esmaltan la obra que nos atañe, quedando para más propicia ocasión la empresa, ciertamente ambiciosa de ponderar con exhaustivo aliento sus plurales aciertos literarios.
En Ideas sobre la novela, apéndice que acompaña su célebre ensayo en torno a la deshumanización del arte, el insigne pensador español José Otorga y Gasset-cuyas fulgurantes intuiciones necio sería echar en saco roto- apuntaba que una de las inconfundibles peculiaridades del género de la novela era su <<>>… voz con la que el filósofo peninsular no pretendía aludir a una supuesta impenetrabilidad del lenguaje o de concepción que entorpecería el acceso al sentido de lo narrado, sino poner de resalto que es virtud intrínseca de la novela actuar en tanto que construcción fabulística que introduce al lector de manera cabal e irrevocable en sus ficticios hontanares, que hasta tal punto lo atrae al espacio propio de los sucesos novelados que, poniendo éste entre paréntesis las leyes por las que se rige el mundo real, da en creer que las cosas sólo pueden funcionar como el autor, en su imaginaria composición, dispone.
Parejo magnetismo, contra el que sería inútil forcejear, es el que desde las primeras frases de Génesis si acaso nos instala en el ámbito prodigioso de un paraje llamado Sabana de la Mar , que es y no es la población que en el mapa figura al sur de la bahía de Samaná, lugar inventado o acaso descubierto, pero que al cabo y a la postre, terminamos por sentir mucho más verdadero que el real. Y así como sobre la terrosa meseta castellana jamás cabalgó con existencia efímera de carne el bueno de Alonso Quijano, y resulta sin embargo poco menos que imposible recorrer los caminos manchegos sin que sobre su desvalido rocín nos escolte la sombra del Caballero de la Triste Figura , así también, quien haya leído la novela de Àngel Garrido no podrá ya contemplar Sabana de la Mar de otra manera que con los ojos abismáticos, visionarios, que el novelista la observó.
Pues Ángel Garrido -alquimia del verbo- al recordar construye; funda cuando menciona; y las anécdotas con las que él familiarizó se desde niño y los personajes que tuvo oportunidad de conocer directamente o por referencia de sus mayores, al ser trasvasados al plano ideal de la ficción se ‘esencializan’, cobran la dignidad de lo indiscutible, la presencia absoluta de lo que de puro auténtico y legítimo ahorra cualquier demostración.
A tenor de lo dicho, me avengo a considerar que solo un temperamento refractario a los primores del relato de literaria urdimbre podría no sentirse convocado al suculento festín que el escritor sabanalamarino aderezó en el fogón de su imaginación creadora. Leer Génesis si acaso y tomar conciencia con inmediatez de pálpito de una Sabana de la Mar paradigmáticamente reveladora de lo que fuimos y somos todavía, es una misma cosa. El efecto de seducción que Ortega y Gasset denominó hermetismo, en la novela de Garrido se cumple – convengamos en ello- de manera venturosa y cabal.
Partiendo del hecho de mero sentido común de que en toda narración encontramos tres elementos fundamentales –acción, personajes y espacio-, W. Kayser propone tres grandes tipos de novelas: la novela de acción, en la que predomina el interés por la intriga y donde los acontecimientos ocupan el primer plano; la novela de personaje, centrada en el análisis psicológico de los caracteres; y la novela de espacio en la que describir un ambiente social y un marco histórico es el objetivo principal que el narrador procura.
Tengo por cosa averiguada que en lo que atañe a la obra Génesis si acaso topamos con un ejemplo típico de novela de espacio, pues si bien es cierto que el autor dibuja personajes nítidamente individualizados, de vigorosa sustancia humana, y que los sucesos, anécdotas y episodios de la más diversa índole e importancia son también abundantísimos, no creo equivocarme al presumir que el interés primordial del novelista se contrae a ofrecer una imagen ferozmente deslumbradora de un régimen de vida y de conducta que lleva por nombre Sabana de la Mar. Cuanto ocurre, aunque ocurra lejos del pueblo mencionado, cuanto piensan, sienten y dicen los personajes del relato cumple la función inequívoca de recuperar para las latitudes perdurables del espíritu una vivencia que trasciende, en virtud de su médula humana, la circunstancia histórica concreta, tantas veces banal, que la voz del autor se impone restituir.
El protagonista de la novela de Garrido, no me cansaré de repetirlo, es Sabana de la Mar. Por los entresijos de su gente e historia se abre paso con incoercibles fervores e irrefragable ímpetu un modo de concebir la existencia que mutatis mutandis brinda preciosas pistas para entender la especificidad de nuestra idiosincrasia insular, la fisonomía del hombre y la mujer dominicanos.
No quisiera, sin embargo, dar remate a estas un tanto desmañadas apostillas sin tratar, así sea a humo de pajas, una de las más incontestables felicidades de la obra que estamos escoliando: la prosa flexible, rica, llana, plástica y sugerente de que hace alarde el autor. Posee la palabra de Ángel Garrido la cardinal virtud de la sinceridad. Es la suya una escritura traviesa, versátil, que si se mueve a sus anchas en el terreno hospitalario del chiste, el refrán ingenioso y la expresión mordaz o socarrona, con igual facilidad adopta la mueca prosaica del improperio, de la blasfemia irreverente, del escarnio feroz… pero no nos extrañe verla de súbito levantar vuelo por líricas regiones, pues henos aquí ante un verbo que con la misma seguridad y sentido del matiz describe, explica e insinúa, como se torna conceptuoso y erudito o blande el rejón viril del elocuente discurso enfebrecido.
Pero acaso la nota menos desdeñable por lo que importa al lenguaje del novelista es su temple. Dificulto, en efecto, que ningún lector medianamente avisado deje de reconocer en los modales retóricos de Garrido, la voz viva, carnal, del narrador nato que ante un extasiado auditorio de rostros familiares, a la temblorosa luz de la lámpara humeante, cuenta sus historias. Pareja cualidad, que acuña radical marchamo de vivencia a lo expresado, que hace de la narración extensión corporal del que la narra como el timbre de la voz o los rictus, posturas y ademanes, pareja cualidad, insisto, infrecuente en la novelística en boga, convierte el espacio fabulístico de Génesis si acaso en hecho literario singular digno de escrutinio moroso.
De lo expuesto se desprende que no camina lejos de la verdad quien sostenga que, lejos de aparecer como el desigual tanteo del bisoño literato que por primavera se aventura en los despeñaderos del género novelístico, la obra a que estamos aludiendo se nos propone en tanto que fruto sazonado de superior inteligencia, de imaginación generosa, de exquisita sensibilidad.
Es en verdad admirable la maestría con que Ángel Garrido rescata para las intimidades diuturnas del espíritu la atmósfera y el ambiente de esa especie de Macondo criollo que era la Sabana de la Mar de los años cuarenta, hasta la caída del ominoso régimen trujillista. Su cálamo no elabora maquetas. Siempre topamos con algo genuino y profundo en cada uno de los caracteres que desfilan – abigarrada muchedumbre- por los renglones de sabrosa factura de Génesis si acaso. Àngel Garrido comenta la realidad. Lo que nos relata no es, en lo esencial invento sino interpretación.
Pero sucede que el poder intuitivo del autor, su portentosa capacidad de contemplar la médula de cada acontecimiento, situación o personaje son tales que dicha realidad, anodina en apariencia, descubre de repente su perturbadora riqueza, su extrañeza apabullante, su absurda y sin embargo lógica urdimbre existencial… Hasta el extremo de que, como sólo acaece en obras del más acabado arte, los sucesos minúsculos de una perdida aldea dominicana, sin que sepamos cómo, se tornan mágico rasero con que medir al hombre de cualquier lugar, tiempo y circunstancia…
Génesis si acaso es novela provocativa, incitadora. Pero su principal excelencia reside tal vez en la modestia de su propósito: contar una historia. ¿No decía Borges que para escribir un libro que las generaciones futuras no se resignaran a olvidar quizás sea conveniente que el autor no se imponga a sí mismo el laborioso objetivo de crear una obra insuperable? Nunca se propuso eso Ángel Garrido, y el resultado no pudo ser más halagüeño: ningún lector medianamente competente será insensible al embrujo de su palabra, y disfrutará, y de otra manera se verá a sí mismo luego de haber leído esta novela.

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