Alexandria,Virginia 08/06/2011.-
Especial para UMBRAL
Ni los puntos cardinales del planeta que habitamos ni la temporalidad de la existencia física de León David han delimitado jamás la universalidad de su pensamiento. Se crió al amparo de un humanista al que cada día reproduce más y de mejor manera. El eximio filósofo que se sumergía por meses en la lectura de los clásicos de todas las antigüedades del hombre, cuando se ponía de pie, contenía la parte que formaba al humanista tierno y sensible que se perdía en las artes como Reinaldo y en jardín de Armida: “En nada desmerece quien a su padre se parece”.
Dizque con dedicatoria y todo: Aprovecho pues la circunstancia de que mi amigo el presidente Leonel Fernández no está en la actualidad recién reelecto a la presidencia de la República, ni es candidato a la reelección, para dedicarle con el debido respeto y con el holgado afecto que de manera recíproca nos profesamos, este vano intento mío por reseñar el admirable y señero libro Oxidente que acaba de publicar nuestro común amigo y grande escritor León David.
Ni los puntos cardinales del planeta que habitamos ni la temporalidad de la existencia física de León David han delimitado jamás la universalidad de su pensamiento. Se crió al amparo de un humanista al que cada día reproduce más y de mejor manera. El eximio filósofo que se sumergía por meses en la lectura de los clásicos de todas las antigüedades del hombre, cuando se ponía de pie, contenía la parte que formaba al humanista tierno y sensible que se perdía en las artes como Reinaldo y en jardín de Armida: “En nada desmerece quien a su padre se parece”.
Amó el eminente sabio dominicano con pasión a sus tres hijos y a su amada Amada: “Amor de padre, que todo lo demás es aire”. Los tres hijos, de su parte, han amado con igual pasión la búsqueda incesante de la verdad, que en torno a cada hecho concreto, es una sola. El eufemismo de que cada quien tiene su propia verdad, es solo andamio para trepar subjetividades. Juan Isidro Jimenes Grullón contribuyó de manera decisiva e inapelable al recio carácter y a la formación ética del artista egregio y del pensador sin fronteras cuyo más reciente texto, Oxidente, comentamos hoy: “Honor merece quien a su padre se parece”.
Cuando nos referimos a la universalidad literaria del pensamiento leondavidiano no dejamos de evocar a un Jorge Luis Borges colocado por Joaquín Soler Serrano frente a la recurrente sugerencia de que nombrara a un autor predilecto: “Bueno, hay por ahí un joven, Virgilio, que promete mucho”. Se refería Borges al ciudadano romano que antes de morir hizo esfuerzos denodados por prenderle fuego a La Eneida, su obra cumbre. No la estimaba digna de la posteridad.
La proverbial modestia de León David lo ha llevado esta mañana a solicitar por teléfono con la cordialidad que lo caracteriza la recensión que sobre Oxidente pueda hacer este mísero siervo del oficio de escribidor, lleno como anda de pecados literarios. Es el altísimo de las letras con raíces dominicanas quien le ha pedido opinión a este bajísimo pecador.
Antes les gastaba yo la broma a los dogmáticos del cristianismo por cuenta del cliché de un Altísimo impoluto y de unos bajísimos en los cuales los pecados cunden con la esplendidez con que lo hace el arroz yunita cuando por cada taza del grano se ha duplicado al cocerlo la cantidad de agua. Ya no bromaré con esa vaina nunca más. Ya quiso la vida que este bajísimo anduviera también lleno de pecados.
Qué joder. Y lo que me molestaba a mí de joven la pendejada esa de los convertidos: “Coño, pero pequen menos y no jodan tanto”, pensaba yo, de puro ignorante. Como castigo justo y debido, hasta aquí me ha traído Dios. Pecador de mí. Es naturaleza humana, puesta de manifiesto por todas las civilizaciones del mundo, ese sentimiento de inferioridad frente a la divinidad inmarcesible. Así me siento yo frente a la monumental obra poética y ensayística de León David. Me quito con reverencia el sombrero, pero no lo injurio ni lo profano por cuenta de mis propias limitaciones. Su creatividad enriquece el alma de mi pueblo; y envuelto en el alma de mi pueblo busco la gloria de creer en lo que digo.
Mi ejemplar de Oxidente, llega hoy sábado 4 de junio a mis manos por una cadena de cortesías que empezó la misma noche del miércoles de su presentación en el local de la Fundación Corripio de Santo Domingo, y empezó además en las cuatro manos solidarias que juntos tienen León David y Manolo Pichardo. Llovía a chaparrón deshecho. Tengo noticias ciertas de que de haberse tratado de un traspaso de la banda presidencial, los elementos de la naturaleza habrían forzado la posposición del acto. En el caso que nos ocupa, Nacarile del oriente. La gente echó el cuerpo al agua y el acto tuvo lugar ante una audiencia entusiasta y merecedora de lo que oía.
Nuestro ejemplar del libro de León David, junto a otro de la primera novela de la adolescente narradora Náyila Pichardo, avanzaron a la mañana siguiente el segundo tramo de su trayecto hacia Alexandria, Virginia, gracias a las cuatro manos solidarias que juntos tienen Manolo Pichardo y Jedeón Santos, quien hasta NYC los trajo. La tarde del siguiente día, avanzaron en un restaurante de Nueva Jersey los libros de León y Náyila su tercer tramo gracias a las cuatro manos solidarias que juntos tienen Jedeón Santos y Víctor Tirado. Esa misma tarde, y en el mismo restaurante que de Nueva Jersey prefiere Jaime David Fernández Mirabal, iniciaron ambos libros su cuarto tramo por cuenta de las cuatro manos solidarias que juntos tienen Víctor Tirado y Ramón Ruiz, último eslabón de la cadena de favores que trajo ambos libros a mis manos.
Mientras pongo por obra el vano intento de reciprocarle a Ramón con una empanadilla recién frita la milésima parte de los esfuerzos combinados de sí mismo, de León, de Manolo, de Jedeón y de Víctor para que ambos libros llegaran a mis manos, hojeo, y ojeo al azar el libro de mi amigo y maestro León David. Me doy de bruces en el primer párrafo de la primera página con mi primer estremecimiento: “Me tengo por profesional de lo fragmentario y especialista de lo inconcluso; en otras palabras, el aforismo es mi modo de expresión”.
De buen grado le creería, eximio poeta, si no morara usted “…en el descalzo reino de la espuma del poema”. Si no anduviera yo convencido, sin cambiar siquiera de poema y a tan solo una estrofa de distancia, de que no desprecia su numen el pulcro pensamiento.
Usted, señor bardo, que está en el verso como en la prosa, profanado sea su nombre. No se haga nunca su voluntad, ni en la Tierra ni en el Cielo. Dadnos por lástima el verso de cada día, así en el poema como en la prosa. En el ensayo preciso y bien trabado; en el aforismo conciso y depurado. En su ficción gallarda y elegante. Porque usted ha sido capaz de decirnos, a poco oxidentar, que: “Donde el estilo no florece, quizás topemos con algún loable pensamiento, pero jamás con el genuino pensador”. Pensad, poeta del país de los efesios. ¿Quién niega que haya florecido en usted el estilo? ¡Estaría loco! Mejor sería que hiciera quien lo niegue gárgaras, que a usted no le tiembla el pulso para pensar.
Usted nos oxidentaliza paso a paso, poeta: “Lo que don Fulano escribe ni Dios mismo lo entiende. Es de una oscuridad impenetrable; no en balde ha conquistado fama de profundo”. Quién fuera, don León, puertorriqueño para decirle que nos lleva usted tierra por guardarraya: “Críticos hay –y no pocos—incapaces de reconocer el mérito ajeno; cuando dicho mérito fulge por modo tal que sería vergonzoso escatimarle el aplauso, entonces el elogio de esos biliosos Zoilos va infaliblemente acompañado de un ‘pero’ devastador…” Yo le quiero ahorrar a usted, maestro, muchos zoilos, y por eso no diré hoy en público lo que en privado de usted y de su obra profetizaba Juan Bosch.
Mire que le pido que mire bien lo que escribe. Mire hasta donde nos ha traído usted, don León: “La acrobacia verbal no es poesía. Aceptado. Más desafío a que me muestren cualquier poema genuino en el que no tenga parte un mínimo de virtuosismo en el uso de las palabras”. Error. Los acróbatas verbales conquistan premios y lugares. La vileza estriba tal vez en el carácter mecánico de sus habilidades. No entienden la elevada nobleza del virtuosismo que usted menciona.
Descomponer pues la obra poética, ensayística y narrativa leondavidiana en sus elementos constitutivos esenciales es tarea de críticos mucho mejor dotados que este humilde siervo del oficio de escribidor. Son esos profesionales de la crítica literaria quienes manejan los conceptos básicos y la metodología indispensable para identificar, describir y evaluar el texto que al caso venga. Oxidente, tanto por la belleza de su estilo como por la densidad de su contenido, es un texto destinado a darle a ganar a los especialistas el agua que se beben y el aire que respiran.
Cuentan los partes de prensa que suman treintena las obras escritas por León David. Usted, gentil y manirroto con los amigos como su padre, nos los ha dedicado todos con invariable afecto. Nuestro distinguido amigo Hamlet Hermann le augura otros tanto. Sumamos a los de Hamlet nuestros propios votos en favor suyo, don León.
Ni los puntos cardinales del planeta que habitamos ni la temporalidad de la existencia física de León David han delimitado jamás la universalidad de su pensamiento. Se crió al amparo de un humanista al que cada día reproduce más y de mejor manera. El eximio filósofo que se sumergía por meses en la lectura de los clásicos de todas las antigüedades del hombre, cuando se ponía de pie, contenía la parte que formaba al humanista tierno y sensible que se perdía en las artes como Reinaldo y en jardín de Armida: “En nada desmerece quien a su padre se parece”.
Amó el eminente sabio dominicano con pasión a sus tres hijos y a su amada Amada: “Amor de padre, que todo lo demás es aire”. Los tres hijos, de su parte, han amado con igual pasión la búsqueda incesante de la verdad, que en torno a cada hecho concreto, es una sola. El eufemismo de que cada quien tiene su propia verdad, es solo andamio para trepar subjetividades. Juan Isidro Jimenes Grullón contribuyó de manera decisiva e inapelable al recio carácter y a la formación ética del artista egregio y del pensador sin fronteras cuyo más reciente texto, Oxidente, comentamos hoy: “Honor merece quien a su padre se parece”.
Cuando nos referimos a la universalidad literaria del pensamiento leondavidiano no dejamos de evocar a un Jorge Luis Borges colocado por Joaquín Soler Serrano frente a la recurrente sugerencia de que nombrara a un autor predilecto: “Bueno, hay por ahí un joven, Virgilio, que promete mucho”. Se refería Borges al ciudadano romano que antes de morir hizo esfuerzos denodados por prenderle fuego a La Eneida, su obra cumbre. No la estimaba digna de la posteridad.
La proverbial modestia de León David lo ha llevado esta mañana a solicitar por teléfono con la cordialidad que lo caracteriza la recensión que sobre Oxidente pueda hacer este mísero siervo del oficio de escribidor, lleno como anda de pecados literarios. Es el altísimo de las letras con raíces dominicanas quien le ha pedido opinión a este bajísimo pecador.
Antes les gastaba yo la broma a los dogmáticos del cristianismo por cuenta del cliché de un Altísimo impoluto y de unos bajísimos en los cuales los pecados cunden con la esplendidez con que lo hace el arroz yunita cuando por cada taza del grano se ha duplicado al cocerlo la cantidad de agua. Ya no bromaré con esa vaina nunca más. Ya quiso la vida que este bajísimo anduviera también lleno de pecados.
Qué joder. Y lo que me molestaba a mí de joven la pendejada esa de los convertidos: “Coño, pero pequen menos y no jodan tanto”, pensaba yo, de puro ignorante. Como castigo justo y debido, hasta aquí me ha traído Dios. Pecador de mí. Es naturaleza humana, puesta de manifiesto por todas las civilizaciones del mundo, ese sentimiento de inferioridad frente a la divinidad inmarcesible. Así me siento yo frente a la monumental obra poética y ensayística de León David. Me quito con reverencia el sombrero, pero no lo injurio ni lo profano por cuenta de mis propias limitaciones. Su creatividad enriquece el alma de mi pueblo; y envuelto en el alma de mi pueblo busco la gloria de creer en lo que digo.
Mi ejemplar de Oxidente, llega hoy sábado 4 de junio a mis manos por una cadena de cortesías que empezó la misma noche del miércoles de su presentación en el local de la Fundación Corripio de Santo Domingo, y empezó además en las cuatro manos solidarias que juntos tienen León David y Manolo Pichardo. Llovía a chaparrón deshecho. Tengo noticias ciertas de que de haberse tratado de un traspaso de la banda presidencial, los elementos de la naturaleza habrían forzado la posposición del acto. En el caso que nos ocupa, Nacarile del oriente. La gente echó el cuerpo al agua y el acto tuvo lugar ante una audiencia entusiasta y merecedora de lo que oía.
Nuestro ejemplar del libro de León David, junto a otro de la primera novela de la adolescente narradora Náyila Pichardo, avanzaron a la mañana siguiente el segundo tramo de su trayecto hacia Alexandria, Virginia, gracias a las cuatro manos solidarias que juntos tienen Manolo Pichardo y Jedeón Santos, quien hasta NYC los trajo. La tarde del siguiente día, avanzaron en un restaurante de Nueva Jersey los libros de León y Náyila su tercer tramo gracias a las cuatro manos solidarias que juntos tienen Jedeón Santos y Víctor Tirado. Esa misma tarde, y en el mismo restaurante que de Nueva Jersey prefiere Jaime David Fernández Mirabal, iniciaron ambos libros su cuarto tramo por cuenta de las cuatro manos solidarias que juntos tienen Víctor Tirado y Ramón Ruiz, último eslabón de la cadena de favores que trajo ambos libros a mis manos.
Mientras pongo por obra el vano intento de reciprocarle a Ramón con una empanadilla recién frita la milésima parte de los esfuerzos combinados de sí mismo, de León, de Manolo, de Jedeón y de Víctor para que ambos libros llegaran a mis manos, hojeo, y ojeo al azar el libro de mi amigo y maestro León David. Me doy de bruces en el primer párrafo de la primera página con mi primer estremecimiento: “Me tengo por profesional de lo fragmentario y especialista de lo inconcluso; en otras palabras, el aforismo es mi modo de expresión”.
De buen grado le creería, eximio poeta, si no morara usted “…en el descalzo reino de la espuma del poema”. Si no anduviera yo convencido, sin cambiar siquiera de poema y a tan solo una estrofa de distancia, de que no desprecia su numen el pulcro pensamiento.
Usted, señor bardo, que está en el verso como en la prosa, profanado sea su nombre. No se haga nunca su voluntad, ni en la Tierra ni en el Cielo. Dadnos por lástima el verso de cada día, así en el poema como en la prosa. En el ensayo preciso y bien trabado; en el aforismo conciso y depurado. En su ficción gallarda y elegante. Porque usted ha sido capaz de decirnos, a poco oxidentar, que: “Donde el estilo no florece, quizás topemos con algún loable pensamiento, pero jamás con el genuino pensador”. Pensad, poeta del país de los efesios. ¿Quién niega que haya florecido en usted el estilo? ¡Estaría loco! Mejor sería que hiciera quien lo niegue gárgaras, que a usted no le tiembla el pulso para pensar.
Usted nos oxidentaliza paso a paso, poeta: “Lo que don Fulano escribe ni Dios mismo lo entiende. Es de una oscuridad impenetrable; no en balde ha conquistado fama de profundo”. Quién fuera, don León, puertorriqueño para decirle que nos lleva usted tierra por guardarraya: “Críticos hay –y no pocos—incapaces de reconocer el mérito ajeno; cuando dicho mérito fulge por modo tal que sería vergonzoso escatimarle el aplauso, entonces el elogio de esos biliosos Zoilos va infaliblemente acompañado de un ‘pero’ devastador…” Yo le quiero ahorrar a usted, maestro, muchos zoilos, y por eso no diré hoy en público lo que en privado de usted y de su obra profetizaba Juan Bosch.
Mire que le pido que mire bien lo que escribe. Mire hasta donde nos ha traído usted, don León: “La acrobacia verbal no es poesía. Aceptado. Más desafío a que me muestren cualquier poema genuino en el que no tenga parte un mínimo de virtuosismo en el uso de las palabras”. Error. Los acróbatas verbales conquistan premios y lugares. La vileza estriba tal vez en el carácter mecánico de sus habilidades. No entienden la elevada nobleza del virtuosismo que usted menciona.
Descomponer pues la obra poética, ensayística y narrativa leondavidiana en sus elementos constitutivos esenciales es tarea de críticos mucho mejor dotados que este humilde siervo del oficio de escribidor. Son esos profesionales de la crítica literaria quienes manejan los conceptos básicos y la metodología indispensable para identificar, describir y evaluar el texto que al caso venga. Oxidente, tanto por la belleza de su estilo como por la densidad de su contenido, es un texto destinado a darle a ganar a los especialistas el agua que se beben y el aire que respiran.
Cuentan los partes de prensa que suman treintena las obras escritas por León David. Usted, gentil y manirroto con los amigos como su padre, nos los ha dedicado todos con invariable afecto. Nuestro distinguido amigo Hamlet Hermann le augura otros tanto. Sumamos a los de Hamlet nuestros propios votos en favor suyo, don León.
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