Listín Diario 06/01/2012.-
Algunos intelectuales que se han dedicado al estudio de la historia económica y militar de las naciones poderosas de los últimos 500 a 600 años, coinciden en establecer que a raíz de la caída de la Unión Soviética se inició un proceso de unipolaridad que se fue rompiendo para desencadenar en una lucha económica, comercial, diplomática y política que ha venido definiendo un mundo multipolar en el que antiguos países subdesarrollados encontraron la oportunidad de sentarse a la mesa para servirse del gran pastel que facilita la globalización.
Algunos intelectuales que se han dedicado al estudio de la historia económica y militar de las naciones poderosas de los últimos 500 a 600 años, coinciden en establecer que a raíz de la caída de la Unión Soviética se inició un proceso de unipolaridad que se fue rompiendo para desencadenar en una lucha económica, comercial, diplomática y política que ha venido definiendo un mundo multipolar en el que antiguos países subdesarrollados encontraron la oportunidad de sentarse a la mesa para servirse del gran pastel que facilita la globalización.
El nuevo esquema geoeconómico trajo entre piel, tuétanos, vísceras y cerebro, andamios financieros con manos sueltas para especular y jugar a su antojo con la economía real, y así ir convirtiendo al capitalismo en más inhumano, para que su naturaleza individualista llevara a sus ideólogos a desmontar el estado de bienestar, que desde el mismo sistema y para salvarlo del colapso, inventaron los más inteligentes amparados en la lógica de que repartiendo las ganancias en colectivo mantenían el negocio abierto y funcionando adecuadamente.
La cuestión es que el modelo, a medida que fue hinchando la brecha entre los que disponen de los instrumentos para ajustar las leyes del mercado a las necesidades del botín y los que solo disponen de sus fuerzas trabajo y algunas instrucciones que se funden en la lucha por una oportunidad de subsistir, se fue agotando en medio de la indignación popular, y no tan popular, que comenzaron a tomar espacios abiertos para reclamar la preservación de derechos adquiridos durante décadas de luchas, y otros para que la conquista de éstos no se les ponga más lejos.
En este contexto, Estados Unidos, vanguardia y celador del sistema, comienza a mostrar signos preocupantes de debilidad económica y hegemónica. Siendo evidente que la primera le ha llevado a la segunda, porque como dijo Paul Kennedy en su libro Auge y Caída de las Grandes Potencias: “La historia del auge y la caída posterior de los países del sistema de grandes potencias desde el progreso de Europa occidental en el siglo VXI –esto es de naciones como España, los Países Bajos, Francia, el imperio británico y, en la actualidad, los Estados Unidos- muestra una correlación muy significativa a largo plazo entre capacidades productivas y el aumento de ingresos, por un lado, y el potencial militar, por otro”.
La afirmación de Kennedy, asociada a la realidad multipolar que va dando ascenso económico a países que hasta hace un par de décadas eran definidos como de Tercer Mundo por su escaso aporte a la producción de bienes y servicios a escala mundial, parece indicarnos que vivimos una coyuntura de crisis de la hegemonía estadounidense y de definiciones, o indefiniciones, del liderazgo que deberá conducir al mundo hacia un modelo de producción más justo y humano como están demandando los pueblos que, indignados, se toman las calles.
La cuestión es que el modelo, a medida que fue hinchando la brecha entre los que disponen de los instrumentos para ajustar las leyes del mercado a las necesidades del botín y los que solo disponen de sus fuerzas trabajo y algunas instrucciones que se funden en la lucha por una oportunidad de subsistir, se fue agotando en medio de la indignación popular, y no tan popular, que comenzaron a tomar espacios abiertos para reclamar la preservación de derechos adquiridos durante décadas de luchas, y otros para que la conquista de éstos no se les ponga más lejos.
En este contexto, Estados Unidos, vanguardia y celador del sistema, comienza a mostrar signos preocupantes de debilidad económica y hegemónica. Siendo evidente que la primera le ha llevado a la segunda, porque como dijo Paul Kennedy en su libro Auge y Caída de las Grandes Potencias: “La historia del auge y la caída posterior de los países del sistema de grandes potencias desde el progreso de Europa occidental en el siglo VXI –esto es de naciones como España, los Países Bajos, Francia, el imperio británico y, en la actualidad, los Estados Unidos- muestra una correlación muy significativa a largo plazo entre capacidades productivas y el aumento de ingresos, por un lado, y el potencial militar, por otro”.
La afirmación de Kennedy, asociada a la realidad multipolar que va dando ascenso económico a países que hasta hace un par de décadas eran definidos como de Tercer Mundo por su escaso aporte a la producción de bienes y servicios a escala mundial, parece indicarnos que vivimos una coyuntura de crisis de la hegemonía estadounidense y de definiciones, o indefiniciones, del liderazgo que deberá conducir al mundo hacia un modelo de producción más justo y humano como están demandando los pueblos que, indignados, se toman las calles.