Listín Diario 09/06/2009.-
La pasada semana J.C. Malone, articulista de este diario, afirmó en un trabajo que tituló “Nada ha cambiado”, que la administración del presidente Obama sigue, como la de Bush, apostando a jugar al miedo.
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Malone, apoyó la candidatura del actual presidente estadounidense, convencido quizá de que con él llegaría un cambio radical, pues desde su precandidatura predicó su oposición a las torturas, a las recurrentes mentiras para justificar guerras programadas bajo intereses personales, a la violación de los derechos humanos, a la voracidad del capital descontrolado y especulativo, concentrador de riquezas, generador de abismales desigualdades y todo lo que representó la era de Bush. Su mensaje se convirtió en bandera de esperanza y muchos, confiados en el indudable liderazgo estadounidense, pensaron que en el mundo habría cambios, que las agresiones estadounidenses terminarían y el odio hacia ellos se apaciguaría. Pero no. Lo del violín y la guitarra asoma, pues no se sabe qué ocurrirá con los presos en las cárceles de Guantánamo, cuando el discurso arrogante regresa y la díscola Corea de Norte, hundida en la pobreza, el aislamiento y la desorientación, lo comienza a sentir.
En un artículo publicado en la revista “Política: teoría y acción” de abril de 1987, titulado “El ritmo cíclico de la historia norteamericana”, Juan Bosch dijo que no existen diferencias entre republicanos y demócratas. Y para dar fuerza a su afirmación recordó que Woodrow Wilson y Lyndon B. Johnson, ambos demócratas, ocuparon militarmente Haití y República Dominicana, y que no fue Eisenhower, un militar de oficio, que inició la guerra en Vietnam, sino Kennedy, quien además sentó las bases para intervenir en el Sudeste Asiático, y Johnson, otro demócrata, llevó las cosas “a peores extremos”. ¿Se ha convertido Obama, como anteriores presidentes demócratas, en un rehén de las fuerzas conservadoras que anidan en el engranaje pentagonista?
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Malone, apoyó la candidatura del actual presidente estadounidense, convencido quizá de que con él llegaría un cambio radical, pues desde su precandidatura predicó su oposición a las torturas, a las recurrentes mentiras para justificar guerras programadas bajo intereses personales, a la violación de los derechos humanos, a la voracidad del capital descontrolado y especulativo, concentrador de riquezas, generador de abismales desigualdades y todo lo que representó la era de Bush. Su mensaje se convirtió en bandera de esperanza y muchos, confiados en el indudable liderazgo estadounidense, pensaron que en el mundo habría cambios, que las agresiones estadounidenses terminarían y el odio hacia ellos se apaciguaría. Pero no. Lo del violín y la guitarra asoma, pues no se sabe qué ocurrirá con los presos en las cárceles de Guantánamo, cuando el discurso arrogante regresa y la díscola Corea de Norte, hundida en la pobreza, el aislamiento y la desorientación, lo comienza a sentir.
En un artículo publicado en la revista “Política: teoría y acción” de abril de 1987, titulado “El ritmo cíclico de la historia norteamericana”, Juan Bosch dijo que no existen diferencias entre republicanos y demócratas. Y para dar fuerza a su afirmación recordó que Woodrow Wilson y Lyndon B. Johnson, ambos demócratas, ocuparon militarmente Haití y República Dominicana, y que no fue Eisenhower, un militar de oficio, que inició la guerra en Vietnam, sino Kennedy, quien además sentó las bases para intervenir en el Sudeste Asiático, y Johnson, otro demócrata, llevó las cosas “a peores extremos”. ¿Se ha convertido Obama, como anteriores presidentes demócratas, en un rehén de las fuerzas conservadoras que anidan en el engranaje pentagonista?
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