Listín Diario 18/06/2010.-
Los globalistas, académicos e intelectuales que, creyéndose dueños del mundo tras el colapso del bloque soviético, armaron de la mano de los sectores dominantes del mundo occidental industrializado todo un marco teórico para promover las bondades de la mundialización de la economía con la intención de crear un solo marcado financiero, bursátil, comercial, crediticio y monetario.
En el fondo de las bondades predicadas para justificar lo que conocemos como globalización, estaba el desmantelamiento de las barreras arancelarias para que funcionara de forma eficiente el mercado global tras un inducido frenesí consumista que daría oportunidad al accidente industrializado de incrementar su producción de bienes para colocarla en el inmenso ejército de consumidores que tapiza los países del tercer mundo o en vías de desarrollo.
Pero yendo por lana han salido trasquilados porque resulta que Estados Unidos y su hermano siamés, Reino Unido, principales promotores de la globalización, jamás sospecharon que su fortaleza industrial y económica sería una debilidad frente a la pobreza de ciertos países como China, la India y otras naciones de economías emergentes, que instrumentalizaron su condición económica para sacar ventaja a la globalización. Estas naciones pobres se abrieron al mercado y con su mano de obra barata comenzaron a atraer capitales de los países industrializados que de a poco se van convirtiendo de supermercados de bienes y servicios, en clientes consumidores de los bienes que sus industrias producen en aquellos países.
Aquella empobrecida China calculada como gran mercado por las potencias occidentales a propósito de sus 1300 millones de potenciales consumidores, le vende al mundo el 60 por ciento los reproductores de DVD que compra, el 60 por ciento de los zapatos que calzamos; desplazó a Alemania como la tercera economía industrializada del planeta; amenaza con desplazar a Japón, e incluso al propio EE.UU. con una balanza comercial que le deja maltrecho frente al gigante asiático que el pasado año vendió más autos que el país norteamericano, 13,64 millones frente a 10,43.
El BRIC, ese bloque de naciones compuesto por Brasil, Rusia, India y China, es una consecuencia directa de la lana que llega a los que debieron ser trasquilados y hoy irrumpen como actores de primera línea en el nuevo orden económico mundial que crearon sin darse cuenta los globalistas.
Pero yendo por lana han salido trasquilados porque resulta que Estados Unidos y su hermano siamés, Reino Unido, principales promotores de la globalización, jamás sospecharon que su fortaleza industrial y económica sería una debilidad frente a la pobreza de ciertos países como China, la India y otras naciones de economías emergentes, que instrumentalizaron su condición económica para sacar ventaja a la globalización. Estas naciones pobres se abrieron al mercado y con su mano de obra barata comenzaron a atraer capitales de los países industrializados que de a poco se van convirtiendo de supermercados de bienes y servicios, en clientes consumidores de los bienes que sus industrias producen en aquellos países.
Aquella empobrecida China calculada como gran mercado por las potencias occidentales a propósito de sus 1300 millones de potenciales consumidores, le vende al mundo el 60 por ciento los reproductores de DVD que compra, el 60 por ciento de los zapatos que calzamos; desplazó a Alemania como la tercera economía industrializada del planeta; amenaza con desplazar a Japón, e incluso al propio EE.UU. con una balanza comercial que le deja maltrecho frente al gigante asiático que el pasado año vendió más autos que el país norteamericano, 13,64 millones frente a 10,43.
El BRIC, ese bloque de naciones compuesto por Brasil, Rusia, India y China, es una consecuencia directa de la lana que llega a los que debieron ser trasquilados y hoy irrumpen como actores de primera línea en el nuevo orden económico mundial que crearon sin darse cuenta los globalistas.
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