Por Juan Carlos Guerra
En el gran teatro del bien y del mal hay una distribución de funciones entre ángeles y demonios. Hugo Chávez es uno de los principales demonios.
Hugo Chávez es un dictador. Ha ganado catorce elecciones en diez años; perdió una por escaso margen reconociendo los resultados de inmediato.
Es el primer presidente, en la historia de la humanidad, que pone su cargo a disposición de la gente en el referéndum revocatorio de 2004, ganando con un 60%.
La Constitución bolivariana no es resultado del pacto de élites, como era en la época del inmaculado demócrata Carlos Andrés Pérez. En la dictadura chavista la ciudadanía es convocada para refrendar redacción, reforma o enmienda constitucionales.
Venezuela es un país extraño. En periódicos, radio y televisión se denuncia diariamente la falta de libertad de expresión. Cada semana hay marchas en Caracas protestando por la falta de libertad ciudadana para expresarse.
Y tienen razón. En Venezuela se cerró un medio de comunicación: Venezolana de Televisión (VTV), pero no fue clausurado por Chávez, sino por la oposición democrática que tomó el poder a través de un golpe de Estado en 2002.
En 48 horas cerraron todo: la Asamblea Nacional, anularon la Constitución, los tribunales. Extraños demócratas.
Lo que sucede en Venezuela está en las cifras. Un alto índice de desarrollo humano. Durante la revolución bolivariana la pobreza extrema se ha reducido a la mitad, el desempleo es menor a 10%, cero analfabetos, tasa de mortalidad infantil de las más bajas de la región y, lo más importante, el petróleo ya no es propiedad de unos pocos es instrumento de progreso para todos y todas.
Visitando Caracas escuché una frase que lo resume todo: “Yo no quiero que Chávez se vaya, porque no quiero volver a ser invisible”.
Chávez, el dictador. Ojalá hayan muchas dictaduras como la suya.
Hugo Chávez es un dictador. Ha ganado catorce elecciones en diez años; perdió una por escaso margen reconociendo los resultados de inmediato.
Es el primer presidente, en la historia de la humanidad, que pone su cargo a disposición de la gente en el referéndum revocatorio de 2004, ganando con un 60%.
La Constitución bolivariana no es resultado del pacto de élites, como era en la época del inmaculado demócrata Carlos Andrés Pérez. En la dictadura chavista la ciudadanía es convocada para refrendar redacción, reforma o enmienda constitucionales.
Venezuela es un país extraño. En periódicos, radio y televisión se denuncia diariamente la falta de libertad de expresión. Cada semana hay marchas en Caracas protestando por la falta de libertad ciudadana para expresarse.
Y tienen razón. En Venezuela se cerró un medio de comunicación: Venezolana de Televisión (VTV), pero no fue clausurado por Chávez, sino por la oposición democrática que tomó el poder a través de un golpe de Estado en 2002.
En 48 horas cerraron todo: la Asamblea Nacional, anularon la Constitución, los tribunales. Extraños demócratas.
Lo que sucede en Venezuela está en las cifras. Un alto índice de desarrollo humano. Durante la revolución bolivariana la pobreza extrema se ha reducido a la mitad, el desempleo es menor a 10%, cero analfabetos, tasa de mortalidad infantil de las más bajas de la región y, lo más importante, el petróleo ya no es propiedad de unos pocos es instrumento de progreso para todos y todas.
Visitando Caracas escuché una frase que lo resume todo: “Yo no quiero que Chávez se vaya, porque no quiero volver a ser invisible”.
Chávez, el dictador. Ojalá hayan muchas dictaduras como la suya.
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