Por Manolo Pichardo
Listín Diario 28/05/2009.-
Un “tíguere” no es un tigre, no es un felino, aunque no dudo, por esa particular manera en que hablamos el castellano, de que la primera palabra sea una corrupción de la segunda.
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Este dominicanismo tiene varias acepciones. Por ejemplo, puede ser un “tíguere” un individuo que sabe conjugar su inteligencia con habilidades sin importar el uso que dé a estas condiciones; bien puede aplicarlas a cuestiones que riñan con la moral y las buenas costumbres o promover éstas. También es sinónimo de delincuente, del tipo que busca atajo para alcanzar las metas, del que viola las reglas de manera consciente y alevosa, del que violenta las filas, del que se roba las urnas, del que se dopa para superar al rival.
Pues bien, como vivimos en una sociedad en la que los valores tradicionales van entrando en crisis, esta clase de personas va sustituyendo el liderazgo del médico, el maestro, el sacerdote y los personajes que sustentaban dominicanidad. Lo peor es que antes necesitaban moverse con sigilo para alcanzar sus objetivos de enriquecimiento y ascenso social. Ya operan de forma descarada porque sus acciones son aplaudidas y, como si esto fuera poco, se van convirtiendo en imprescindibles en los partidos políticos.
Llegan sin simular para ganar y repartir, para dejar a todos contentos. Entonces entre sus uñas y las de sus cómplices, muchas veces bien ubicados en la cúpula, se llevan el pan, el vestido, la educación, la diversión y el futuro de todo un pueblo. Se libra una lucha entre estos y los que por vocación de servicio se hacen militantes, los que tienen proyectos colectivos claros y sanos, los que decidieron montarse en el carro de Tomás Moro para soñar con la justicia social y económica.
Pero se pierde la batalla, pues el “tigueraje”, valiéndose de todo, permea cada vez más, a través de los partidos, los poderes públicos en donde se define la suerte y futuro de la nación.
jueves, 28 de mayo de 2009
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