Por Manolo Pichardo
Listín Diario 15/05/2009
A raíz del derrumbe de la Unión Soviética y con él la disolución del Pacto de Varsovia, alianza militar de Europa del Este que se creó para hacer contrapeso a la OTAN, pensé que esta estructura de guerra occidental, armada bajo el liderazgo estadounidense, desaparecería también.
Sin embargo continuó reasignándose funciones que desbordaban su ámbito, para inmiscuirse en asuntos propios de la ONU, incluso violando la carta de esta organización con su intervención en Kosovo. El Tratado de Maastricht, firmado en 1992, definió el carácter político de la Unión Europea al establecer la unión económica y monetaria, una ciudadanía europea, una política exterior común y una defensa colectiva.
Con la consagración de la defensa compartida imaginé que el instrumento militar idóneo para la protección de la UE sería la OTAN, aunque no todos sus miembros pertenecieran a la Organización. Mi imaginación no fue producto de un sueño envuelto en flashes cargados de ficción como me sugiriera un funcionario británico, porque resulta que los propios parlamentarios europeos han expresado que ante las nuevas amenazas cibernéticas y medioambientales, los desastres naturales y la delincuencia internacional, entre muchos otros peligros, se debiera construir una relación más estrecha entre la UE y la OTAN.
Muchos de los países que integraban el Pacto de Varsovia hoy son parte del equipo occidental; sin embargo, los europeos aun sin guerra helada, desconfían de la supuesta geofagia Rusa, exhibida en el pasado y mostrada recientemente en Chechenia y Georgia. El asunto es que el papel de la OTAN luego de terminada la Guerra Fría es confuso, pues al dejar de ser contrapeso del Pacto de Varsovia, no ser el instrumento de defensa colectivo de la UE y meterse en asuntos propios de la ONU, ¿qué justifica su existencia? ¿El miedo a una Rusia tercermundista con armas nucleares?
Sin embargo continuó reasignándose funciones que desbordaban su ámbito, para inmiscuirse en asuntos propios de la ONU, incluso violando la carta de esta organización con su intervención en Kosovo. El Tratado de Maastricht, firmado en 1992, definió el carácter político de la Unión Europea al establecer la unión económica y monetaria, una ciudadanía europea, una política exterior común y una defensa colectiva.
Con la consagración de la defensa compartida imaginé que el instrumento militar idóneo para la protección de la UE sería la OTAN, aunque no todos sus miembros pertenecieran a la Organización. Mi imaginación no fue producto de un sueño envuelto en flashes cargados de ficción como me sugiriera un funcionario británico, porque resulta que los propios parlamentarios europeos han expresado que ante las nuevas amenazas cibernéticas y medioambientales, los desastres naturales y la delincuencia internacional, entre muchos otros peligros, se debiera construir una relación más estrecha entre la UE y la OTAN.
Muchos de los países que integraban el Pacto de Varsovia hoy son parte del equipo occidental; sin embargo, los europeos aun sin guerra helada, desconfían de la supuesta geofagia Rusa, exhibida en el pasado y mostrada recientemente en Chechenia y Georgia. El asunto es que el papel de la OTAN luego de terminada la Guerra Fría es confuso, pues al dejar de ser contrapeso del Pacto de Varsovia, no ser el instrumento de defensa colectivo de la UE y meterse en asuntos propios de la ONU, ¿qué justifica su existencia? ¿El miedo a una Rusia tercermundista con armas nucleares?
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