Por Claudi Pérez
El País 05-07-2009.-
Bismarck decía que Dios favorece a los locos, a los borrachos y a los Estados Unidos de América. Pero tal vez -sólo tal vez- la parte final de esa frase se haya quedado algo anticuada. Estados Unidos, la primera potencia económica del mundo, sufre un declive fenomenal. La crisis amenaza con llevarse por delante a varios de sus símbolos: General Motors, Citigroup y los arrogantes banqueros de inversión de Wall Street se han despeñado en los dos últimos años junto con una forma de ejercer el capitalismo que se ha revelado tóxica, salvaje, casi suicida. El estallido de la burbuja inmobiliaria y el colapso del sistema financiero han llevado a Estados Unidos a una recesión histórica. )
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Como consecuencia de todo eso, la nueva Administración de Barack Obama se encuentra con un déficit público disparado y una economía muy debilitada. E incluso el todopoderoso dólar está en entredicho como moneda de referencia. Lo que prácticamente equivale a poner en tela de juicio la supremacía económica norteamericana: algo que se anuncia desde hace 25 años, pero que no acaba de suceder.
La quiebra de un banco de inversión en Estados Unidos provocó un pánico financiero que llegó hasta Europa, derivó en una crisis de crédito y dejó a miles de empresas sin financiación y a decenas de miles de personas sin trabajo. No, no se trata del relato de la crisis actual. Corría el año 1873 cuando el pánico causado por un banquero insaciable llamado Jay Cooke -unido a una epidemia de gripe que introduce un siniestro paralelismo adicional con la recesión que ahora atravesamos- marcó el comienzo del declive del imperio británico (y de la libra esterlina) y el inicio de la hegemonía norteamericana (y del dólar).
Sencillamente, los británicos no podían competir con el coste de la mano de obra de Estados Unidos ni con el empuje procedente del otro lado del Atlántico. Algo que recuerda peligrosamente a lo que les pasa ahora a los estadounidenses con China. Aun así, tuvieron que pasar muchos años -y una crisis morrocotuda, la de 1929- para que Estados Unidos se asentara en ese liderazgo. Y todavía algunos más -y nada menos que la Segunda Guerra Mundial- para que el dólar empezara a dominar, allá por 1945. El billete verde se impone sin discusión desde entonces.
O quizá con discusión. Reproduciendo el patrón del relevo de Estados Unidos por el Reino Unido, de nuevo hay un cambio de guardia en la economía mundial que la crisis ha exacerbado, pero que estaba ahí latente desde hace tiempo. Un movimiento tectónico que desplaza parte del poder económico hacia el Este, a la costa asiática del Pacífico. Pero el final de la hegemonía del dólar no llegará antes de 2050, según las previsiones más fiables (si es que ese adjetivo conserva su significado después de esta crisis, con la economía convertida en la ciencia del "ya veremos"). Sólo a muy largo plazo puede pensarse en algo parecido a la caída del imperio -económico- americano y del dólar. Y a largo plazo, todos muertos: algo así decía Keynes, cuya abrumadora presencia en los periódicos y en boca de los políticos de izquierdas y de derechas debe tener a su antagonista, el liberal Milton Friedman, revolviéndose en su tumba.
Pero la cosa no va de Keynes ni de Friedman. Zhou Xiaochuan, ése es el hombre. El gobernador del Banco Central chino se ha convertido en una de las figuras clave de la economía mundial, y particularmente en el tablero de ajedrez de las divisas.
Justo antes del G-20 de abril en Londres, un informe firmado por Zhou causó un revuelo considerable en los mercados financieros. Propuso reemplazar el dólar como reserva global -algo que China reiteró la semana pasada- y sustituirlo por una supermoneda controlada por el Fondo Monetario Internacional (FMI). Se trataría de una cesta formada por las principales divisas y materias primas, algo parecido a lo que ya hace el FMI (y una idea que ya lanzó el inevitable Keynes hace 60 años, por cierto). Zhou obtuvo eco inmediato en el presidente ruso Medvédev y en sus socios del BRIC, el acrónimo que agrupa a los cuatro grandes emergentes: Brasil, Rusia, la India y China.
"El problema es que China y compañía poco o nada pueden hacer: son países que dependen de sus exportaciones, y para ello deben mantener sus monedas devaluadas, para competir mejor. Eso supone que deben acumular enormes reservas en otras monedas para mantener el tipo de cambio. El mercado de la zona euro no es ni lo suficientemente profundo ni tiene la liquidez adecuada, y la supermoneda del Fondo Monetario Internacional es una idea que tardaría años en hacerse realidad, así que la única opción es seguir comprando bonos del Tesoro de Estados Unidos. Y eso deja al dólar sin competidores", afirma Daniel Gros, presidente del Centro de Investigación de Políticas Europeas.
El peso de la economía estadounidense va a seguir reduciéndose en los próximos años, de eso no hay duda, pero el cambio de liderazgo va a ser mucho más lento de lo que se sugiere en ocasiones. Lo mismo ocurrirá con el dólar: todo indica que, de nuevo con mucha lentitud, también su peso internacional se irá deslizando a la baja. Vicente Pallardó, director del Observatorio de Coyuntura Económica Internacional de la Universidad de Valencia, asegura que la pérdida de peso del dólar se producirá "en favor del euro, como ya ha ocurrido en ciertos mercados como el ruso", y no a favor del yuan chino.
"El dólar sigue dominando el comercio mundial, el de materias primas; sigue respaldado por los mercados financieros más amplios, profundos y flexibles, y cuenta con la referencia de la deuda pública estadounidense, que, a pesar de todo, sigue siendo la más fiable. Todo ello irá cambiando, pero con mucha lentitud, y en todo caso, a favor del euro, sólidamente anclado por el Banco Central Europeo", añade Vicente Pallardó.
Pero incluso ese papel cada vez más protagonista del euro está en entredicho. "No hay alternativa al dólar", asegura Desmond Lachman, del think tank American Enterprise Institute, de Washington. "El euro va a recibir fuertes presiones en los próximos años por los problemas de Irlanda, Portugal, Grecia y España, y el yen japonés se enfrenta a una deflación y a una crisis inacabable", sostiene Lachman.
Expertos como Nouriel Roubini, profesor de la Universidad de Nueva York y el gran gurú de esta crisis, discrepan al sugerir que la alternativa es el yuan chino. "Pero eso no lo veremos en vida", señalaba el Nobel Paul Krugman -que cuenta 56 lúcidos años- en un artículo reciente.
Pallardó destaca que China "no tiene libertad de movimientos de capitales, ni libre convertibilidad de la moneda -ligada al dólar-, ni peso en los mercados mundiales como para que el yuan sea una moneda de referencia. La economía china, además, va a tener graves problemas en los próximos años por los desequilibrios de renta entre la cuidad y el campo, la ausencia de un sistema de protección social, la dependencia extrema de la demanda extranjera" o el hecho de que la morosidad en la banca "está en el 15% y las autoridades chinas presentan esa cifra como un éxito", añade José Carlos Díez, economista jefe de Intermoney.
Actualmente, cinco monedas (dólar, euro, yen, libra y franco suizo) actúan como divisas de reserva internacionales. Dos terceras partes de esas reservas están denominadas en dólares. China acumula en torno a 1,4 billones de dólares en bonos del Tesoro estadounidense -algo así como todo lo que produce España en un año-, un activo supuestamente muy seguro y que, por tanto, da una rentabilidad mínima.
Y ahí, en esa acumulación de dólares en la que lleva años, radica el problema: China ha caído en la trampa del dólar. Los chinos tienen miedo de que el déficit público galopante de la Administración de Obama acabe erosionando el valor de la divisa estadounidense -y por tanto, sus ahorros de tantos y tantos años-, sobre todo si sigue emitiendo deuda y los mercados empiezan a pensar que corre el riesgo de no poder pagarla.
Las medidas excepcionales del banco central estadounidense, que ha puesto en marcha la máquina de emitir dinero para paliar los efectos de la crisis, también despiertan recelos en China: si renace el espectro de la inflación en Estados Unidos, pueden esfumarse sus ahorros. Todo son miedos, pero los chinos están atados de pies y manos: cualquier movimiento en contra del dólar sería como pegarse un tiro en el pie, porque supondría un golpe para la cotización del dólar y eso empobrecería las reservas del gigante asiático.
"Para China, sería una debacle que se cumplieran sus deseos: si el dólar pierde peso como moneda de referencia, su valor se resentirá, se depreciará aún más. Si los chinos venden parte de sus dólares para diversificar sus reservas, provocarán un desplome de la divisa estadounidense. Y el dólar ya lleva meses cayendo con respecto a las grandes monedas. Los derroteros que está tomando todo esto pueden causar graves perjuicios a China", resuelve Federico Steinberg, investigador del Real Instituto Elcano.
Tomás Baliño, ex subdirector del FMI, sostiene que es natural que los países que han estado acumulando grandes reservas en dólares muestren inquietud por la situación en Estados Unidos. "Pero su retórica va más lejos que las acciones que pueden tomar: no es fácil para un país como China cambiar rápidamente la composición de sus reservas internacionales, porque puede desestabilizar el mercado. Pero sí puede esperarse que a partir de ahora diversifique sus compras", asegura Baliño, quien declara que no debe olvidarse que Estados Unidos sigue siendo "la mayor economía del mundo, quizá la más flexible y con una política económica más fácil de corregir que, por ejemplo, la de la zona euro". "Por ello es de esperar que el dólar mantenga su posición como moneda de reserva principal, aunque pierda importancia relativa, por bastante tiempo más", zanja el ex subdirector del FMI.
Los propios estadounidenses son muy pragmáticos con "su" dólar y el potencial de su economía. Charles Morris, autor del libro El crac del crédito, uno de los grandes superventas de esta crisis, explica que el billete verde "debería perder gran parte de su valor aristocrático, y me temo que eso va a suceder más pronto que tarde. Esa tendencia es inexorable. Si las importaciones estadounidenses siguen cayendo por la crisis económica, países como China e India empezarán a invertir más en clave interna, y entonces un cambio de guardia en las divisas a favor de las monedas asiáticas será inevitable".
Lo que ha llevado la economía internacional al borde del abismo es su tendencia a los desequilibrios. China, Alemania y Japón consumen poco y ahorran mucho; Estados Unidos -y España- ha vivido años en una fiebre consumista en la que apenas existía el ahorro. Lo normal es que eso se corrija: que los chinos consuman más y los norteamericanos aprendan a ahorrar. "Eso evitaría presiones sobre los tipos de cambio. Pero mientras eso no se resuelva, los mercados seguirán muy nerviosos", apunta José Carlos Díez.
Y si eso no se produce, vienen curvas. Toda grave crisis económica provoca en algún momento una crisis de divisas. El dólar se enfrenta a unos meses en los que los mercados pueden caer de nuevo presa del pánico, por las especulaciones acerca de la posibilidad de que Estados Unidos tenga problemas para pagar las ingentes cantidades de deuda que está emitiendo. Al fin y al cabo, a los estadounidenses les viene bien en medio de esta profunda recesión una moneda débil, que es algo así como una válvula de escape contra la crisis: encarece las importaciones y hace sus propios productos mucho más competitivos en el exterior.
A principios de junio, el secretario del Tesoro estadounidense, Timothy Geithner, viajó al gigante asiático para disipar las dudas que no dejan de sobrevolar el dólar, para estrechar lazos con China, para limar asperezas. Tras acusar en los últimos meses a China de manipular el tipo de cambio, Geithner se mostró tan conciliador como debe serlo el máximo responsable de la política económica de Obama en tiempos de turbulencias. Hay un vídeo en YouTube que da cuenta de ello, una conferencia de Geithner en la Universidad de Pekín. Algo debe estar pasando, porque las imágenes de esa conferencia son reveladoras: al hablar del dólar y soltar la parrafada habitual para calmar los ánimos -"Estados Unidos es partidario de un dólar fuerte"-, la cámara se fija en los estudiantes chinos. Y hay unos cuantos partiéndose de risa.
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Como consecuencia de todo eso, la nueva Administración de Barack Obama se encuentra con un déficit público disparado y una economía muy debilitada. E incluso el todopoderoso dólar está en entredicho como moneda de referencia. Lo que prácticamente equivale a poner en tela de juicio la supremacía económica norteamericana: algo que se anuncia desde hace 25 años, pero que no acaba de suceder.
La quiebra de un banco de inversión en Estados Unidos provocó un pánico financiero que llegó hasta Europa, derivó en una crisis de crédito y dejó a miles de empresas sin financiación y a decenas de miles de personas sin trabajo. No, no se trata del relato de la crisis actual. Corría el año 1873 cuando el pánico causado por un banquero insaciable llamado Jay Cooke -unido a una epidemia de gripe que introduce un siniestro paralelismo adicional con la recesión que ahora atravesamos- marcó el comienzo del declive del imperio británico (y de la libra esterlina) y el inicio de la hegemonía norteamericana (y del dólar).
Sencillamente, los británicos no podían competir con el coste de la mano de obra de Estados Unidos ni con el empuje procedente del otro lado del Atlántico. Algo que recuerda peligrosamente a lo que les pasa ahora a los estadounidenses con China. Aun así, tuvieron que pasar muchos años -y una crisis morrocotuda, la de 1929- para que Estados Unidos se asentara en ese liderazgo. Y todavía algunos más -y nada menos que la Segunda Guerra Mundial- para que el dólar empezara a dominar, allá por 1945. El billete verde se impone sin discusión desde entonces.
O quizá con discusión. Reproduciendo el patrón del relevo de Estados Unidos por el Reino Unido, de nuevo hay un cambio de guardia en la economía mundial que la crisis ha exacerbado, pero que estaba ahí latente desde hace tiempo. Un movimiento tectónico que desplaza parte del poder económico hacia el Este, a la costa asiática del Pacífico. Pero el final de la hegemonía del dólar no llegará antes de 2050, según las previsiones más fiables (si es que ese adjetivo conserva su significado después de esta crisis, con la economía convertida en la ciencia del "ya veremos"). Sólo a muy largo plazo puede pensarse en algo parecido a la caída del imperio -económico- americano y del dólar. Y a largo plazo, todos muertos: algo así decía Keynes, cuya abrumadora presencia en los periódicos y en boca de los políticos de izquierdas y de derechas debe tener a su antagonista, el liberal Milton Friedman, revolviéndose en su tumba.
Pero la cosa no va de Keynes ni de Friedman. Zhou Xiaochuan, ése es el hombre. El gobernador del Banco Central chino se ha convertido en una de las figuras clave de la economía mundial, y particularmente en el tablero de ajedrez de las divisas.
Justo antes del G-20 de abril en Londres, un informe firmado por Zhou causó un revuelo considerable en los mercados financieros. Propuso reemplazar el dólar como reserva global -algo que China reiteró la semana pasada- y sustituirlo por una supermoneda controlada por el Fondo Monetario Internacional (FMI). Se trataría de una cesta formada por las principales divisas y materias primas, algo parecido a lo que ya hace el FMI (y una idea que ya lanzó el inevitable Keynes hace 60 años, por cierto). Zhou obtuvo eco inmediato en el presidente ruso Medvédev y en sus socios del BRIC, el acrónimo que agrupa a los cuatro grandes emergentes: Brasil, Rusia, la India y China.
"El problema es que China y compañía poco o nada pueden hacer: son países que dependen de sus exportaciones, y para ello deben mantener sus monedas devaluadas, para competir mejor. Eso supone que deben acumular enormes reservas en otras monedas para mantener el tipo de cambio. El mercado de la zona euro no es ni lo suficientemente profundo ni tiene la liquidez adecuada, y la supermoneda del Fondo Monetario Internacional es una idea que tardaría años en hacerse realidad, así que la única opción es seguir comprando bonos del Tesoro de Estados Unidos. Y eso deja al dólar sin competidores", afirma Daniel Gros, presidente del Centro de Investigación de Políticas Europeas.
El peso de la economía estadounidense va a seguir reduciéndose en los próximos años, de eso no hay duda, pero el cambio de liderazgo va a ser mucho más lento de lo que se sugiere en ocasiones. Lo mismo ocurrirá con el dólar: todo indica que, de nuevo con mucha lentitud, también su peso internacional se irá deslizando a la baja. Vicente Pallardó, director del Observatorio de Coyuntura Económica Internacional de la Universidad de Valencia, asegura que la pérdida de peso del dólar se producirá "en favor del euro, como ya ha ocurrido en ciertos mercados como el ruso", y no a favor del yuan chino.
"El dólar sigue dominando el comercio mundial, el de materias primas; sigue respaldado por los mercados financieros más amplios, profundos y flexibles, y cuenta con la referencia de la deuda pública estadounidense, que, a pesar de todo, sigue siendo la más fiable. Todo ello irá cambiando, pero con mucha lentitud, y en todo caso, a favor del euro, sólidamente anclado por el Banco Central Europeo", añade Vicente Pallardó.
Pero incluso ese papel cada vez más protagonista del euro está en entredicho. "No hay alternativa al dólar", asegura Desmond Lachman, del think tank American Enterprise Institute, de Washington. "El euro va a recibir fuertes presiones en los próximos años por los problemas de Irlanda, Portugal, Grecia y España, y el yen japonés se enfrenta a una deflación y a una crisis inacabable", sostiene Lachman.
Expertos como Nouriel Roubini, profesor de la Universidad de Nueva York y el gran gurú de esta crisis, discrepan al sugerir que la alternativa es el yuan chino. "Pero eso no lo veremos en vida", señalaba el Nobel Paul Krugman -que cuenta 56 lúcidos años- en un artículo reciente.
Pallardó destaca que China "no tiene libertad de movimientos de capitales, ni libre convertibilidad de la moneda -ligada al dólar-, ni peso en los mercados mundiales como para que el yuan sea una moneda de referencia. La economía china, además, va a tener graves problemas en los próximos años por los desequilibrios de renta entre la cuidad y el campo, la ausencia de un sistema de protección social, la dependencia extrema de la demanda extranjera" o el hecho de que la morosidad en la banca "está en el 15% y las autoridades chinas presentan esa cifra como un éxito", añade José Carlos Díez, economista jefe de Intermoney.
Actualmente, cinco monedas (dólar, euro, yen, libra y franco suizo) actúan como divisas de reserva internacionales. Dos terceras partes de esas reservas están denominadas en dólares. China acumula en torno a 1,4 billones de dólares en bonos del Tesoro estadounidense -algo así como todo lo que produce España en un año-, un activo supuestamente muy seguro y que, por tanto, da una rentabilidad mínima.
Y ahí, en esa acumulación de dólares en la que lleva años, radica el problema: China ha caído en la trampa del dólar. Los chinos tienen miedo de que el déficit público galopante de la Administración de Obama acabe erosionando el valor de la divisa estadounidense -y por tanto, sus ahorros de tantos y tantos años-, sobre todo si sigue emitiendo deuda y los mercados empiezan a pensar que corre el riesgo de no poder pagarla.
Las medidas excepcionales del banco central estadounidense, que ha puesto en marcha la máquina de emitir dinero para paliar los efectos de la crisis, también despiertan recelos en China: si renace el espectro de la inflación en Estados Unidos, pueden esfumarse sus ahorros. Todo son miedos, pero los chinos están atados de pies y manos: cualquier movimiento en contra del dólar sería como pegarse un tiro en el pie, porque supondría un golpe para la cotización del dólar y eso empobrecería las reservas del gigante asiático.
"Para China, sería una debacle que se cumplieran sus deseos: si el dólar pierde peso como moneda de referencia, su valor se resentirá, se depreciará aún más. Si los chinos venden parte de sus dólares para diversificar sus reservas, provocarán un desplome de la divisa estadounidense. Y el dólar ya lleva meses cayendo con respecto a las grandes monedas. Los derroteros que está tomando todo esto pueden causar graves perjuicios a China", resuelve Federico Steinberg, investigador del Real Instituto Elcano.
Tomás Baliño, ex subdirector del FMI, sostiene que es natural que los países que han estado acumulando grandes reservas en dólares muestren inquietud por la situación en Estados Unidos. "Pero su retórica va más lejos que las acciones que pueden tomar: no es fácil para un país como China cambiar rápidamente la composición de sus reservas internacionales, porque puede desestabilizar el mercado. Pero sí puede esperarse que a partir de ahora diversifique sus compras", asegura Baliño, quien declara que no debe olvidarse que Estados Unidos sigue siendo "la mayor economía del mundo, quizá la más flexible y con una política económica más fácil de corregir que, por ejemplo, la de la zona euro". "Por ello es de esperar que el dólar mantenga su posición como moneda de reserva principal, aunque pierda importancia relativa, por bastante tiempo más", zanja el ex subdirector del FMI.
Los propios estadounidenses son muy pragmáticos con "su" dólar y el potencial de su economía. Charles Morris, autor del libro El crac del crédito, uno de los grandes superventas de esta crisis, explica que el billete verde "debería perder gran parte de su valor aristocrático, y me temo que eso va a suceder más pronto que tarde. Esa tendencia es inexorable. Si las importaciones estadounidenses siguen cayendo por la crisis económica, países como China e India empezarán a invertir más en clave interna, y entonces un cambio de guardia en las divisas a favor de las monedas asiáticas será inevitable".
Lo que ha llevado la economía internacional al borde del abismo es su tendencia a los desequilibrios. China, Alemania y Japón consumen poco y ahorran mucho; Estados Unidos -y España- ha vivido años en una fiebre consumista en la que apenas existía el ahorro. Lo normal es que eso se corrija: que los chinos consuman más y los norteamericanos aprendan a ahorrar. "Eso evitaría presiones sobre los tipos de cambio. Pero mientras eso no se resuelva, los mercados seguirán muy nerviosos", apunta José Carlos Díez.
Y si eso no se produce, vienen curvas. Toda grave crisis económica provoca en algún momento una crisis de divisas. El dólar se enfrenta a unos meses en los que los mercados pueden caer de nuevo presa del pánico, por las especulaciones acerca de la posibilidad de que Estados Unidos tenga problemas para pagar las ingentes cantidades de deuda que está emitiendo. Al fin y al cabo, a los estadounidenses les viene bien en medio de esta profunda recesión una moneda débil, que es algo así como una válvula de escape contra la crisis: encarece las importaciones y hace sus propios productos mucho más competitivos en el exterior.
A principios de junio, el secretario del Tesoro estadounidense, Timothy Geithner, viajó al gigante asiático para disipar las dudas que no dejan de sobrevolar el dólar, para estrechar lazos con China, para limar asperezas. Tras acusar en los últimos meses a China de manipular el tipo de cambio, Geithner se mostró tan conciliador como debe serlo el máximo responsable de la política económica de Obama en tiempos de turbulencias. Hay un vídeo en YouTube que da cuenta de ello, una conferencia de Geithner en la Universidad de Pekín. Algo debe estar pasando, porque las imágenes de esa conferencia son reveladoras: al hablar del dólar y soltar la parrafada habitual para calmar los ánimos -"Estados Unidos es partidario de un dólar fuerte"-, la cámara se fija en los estudiantes chinos. Y hay unos cuantos partiéndose de risa.
1 comentario:
Sin duda un articulo muy interesante entre las relaciones de China y EE.UU en el mercado de divisas y otros aspectos.
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