miércoles, 27 de mayo de 2009

Claves del conflicto en Pakistán


Por Ahmed Rashid
El Mundo 27/05/2009.-
DESPUÉS de una campaña militar que se ha prolongado durante casi un mes y que ha causado 2.300.000 refugiados, alrededor de 15.000 soldados del ejército de Pakistán han conseguido dar por culminada, prácticamente, en estos momentos, la recuperación del valle de Swat de manos de los talibán paquistaníes.
Seguir Leyendo...

El ejército ha sido expulsado del valle en dos ocasiones desde 2006 por los extremistas pero, en esta ocasión da la impresión de que los militares están decididos a eliminar a los talibán y a mantener sus posiciones en la zona a largo plazo, por lo que los refugiados van a poder volver a sus hogares en muy poco tiempo y sin peligro. No obstante, todavía siguen en pie importantes amenazas extremistas contra Pakistán y es objeto de debate la necesidad de que el ejército adopte una estrategia a largo plazo contra ellos.
Eliminar el extremismo en todo el país va a exigir del Gobierno y del ejército un cambio del modelo estratégico que afectará a la política interior y exterior de Pakistán, a las relaciones con sus vecinos y a una diferente selección de prioridades en los intereses nacionales.
La campaña del Swat constituye la primera ocasión desde el 2001 en que el ejército ha dado la impresión de estar decidido a erradicar el extremismo en una región. El ejército sostiene que ha acabado con más de 1.100 talibán mientras que un centenar de soldados ha perdido la vida. Sin embargo, ante la ausencia de informaciones independientes procedentes de primera línea de fuego es imposible afirmar cuántos civiles han muerto y los militares se niegan a hacer distinciones entre insurrectos y no combatientes.
Las tropas pakistaníes están librando en la actualidad combates con los rebeldes en las calles de Mingora, la capital de Swat, donde unos 20.000 de sus 400.000 habitantes viven en condiciones espantosas, sin agua corriente, comida o atención médica por culpa de los enfrentamientos bélicos.
La campaña militar se ha visto alentada por un vuelco espectacular de la opinión pública en contra de los extremistas, el apoyo de todos los grandes partidos políticos sin excepción y de la comunidad internacional y la promesa de una mayor ayuda internacional, especialmente desde los Estados Unidos. Si no hubiera llegado a producirse la conjunción de todos estos factores es muy poco probable que los militares hubieran demostrado tanta determinación.
Alrededor de un 10% del país se encuentra todavía bajo control de los extremistas. Los talibán paquistaníes y afganos y Al Qaeda no tienen sus cuarteles generales en el Swat sino en las denominadas Áreas Tribales de Administración Federal, en los territorios contiguos a Afganistán. Importantes jefes talibán afganos tienen asimismo sus bases más al sur, en la provincia de Balochistán y Sind, desde donde prestan apoyo logístico a los talibán en su guerra contra las fuerzas de Estados Unidos en Afganistán.
Entretanto, siguen activos en Punjab grupos de milicianos que combatieron en la Cachemira india, en muchos casos, como colaboradores del ejército regular. Algunos de estos grupos, como el que se denominaba Lashkar-e-Tayyaba y su organización matriz, Jamaat-ud-Dawa, que el año pasado llevaron a cabo los atentados de Bombay en los que asesinaron a 166 personas, han montado campamentos de socorro en el norte de Pakistán bajo nuevas denominaciones.
Los seguidores de Lashkar están funcionando en la actualidad como una nueva organización de beneficencia de confesión islámica bajo el nombre de Fundación Falah-e-Insaniat, que da de comer a decenas de miles de refugiados. Militantes de la antigua Lashkar se han movido activamente en España y están siendo estrechamente vigilados por las autoridades españolas. Se cree que han ayudado a reclutar musulmanes españoles para combatir en Irak, Pakistán y Afganistán.
Los objetivos inmediatos del Gobierno deben ser el de hacerse con el control total del Swat de modo que los refugiados puedan regresar a sus casas y el de impedir que el valle se transforme en una base de reclutamiento de los talibán. El Gobierno va a tener que dar pruebas de que gestiona mucho mejor de lo que ha demostrado hasta ahora las ayudas a los refugiados para la reconstrucción de sus casas y para proporcionarles sustento. Miles de soldados van a tener que ser destinados al Swat con carácter indefinido para mantener el control del valle y contrarrestar los ataques de la guerrilla talibán en el futuro.
Incluso después de la victoria en el Swat, el extremismo va a seguir representando para Pakistán una poderosa amenaza que socava su economía, su política y su desarrollo social y que se cierne sobre toda la zona. Para los Estados Unidos y la OTAN, Pakistán constituye ahora la principal fuente de preocupación después de no haber sido más que un apéndice de su nueva política en Afganistán.
No puede haber solución a largo plazo para las milicias si no se eliminan los centros de mando y control de los milicianos en las Áreas Tribales de Administración Federal. Hasta el momento, la misión de hacer frente a las milicias en dichos territorios se ha encomendado, por lo general, a las fuerzas paramilitares del Frontier Corps, o Cuerpo de Fronteras, mal armadas y con una instrucción deficiente.
En el pasado mes de agosto, cuando se procedió al despliegue del Frontier Corps en Bajaur, una de las siete delegaciones tribales que constituyen las Áreas Tribales de Administración Federal, el Gobierno aseguró que su presencia en la zona anunciaba el comienzo de una campaña que le haría recuperar el control de las siete delegaciones de las Áreas Tribales en su totalidad. En lugar de eso, nueve meses más tarde, el Frontier Corps sigue teniendo que librar batalla contra los milicianos de Bajaur.
ESO va a tener que cambiar pero, para que se pueda proceder al despliegue del ejército regular en las Áreas Tribales de Administración Federal con un contingente y un equipo suficientes, van a ser necesarias una financiación exterior y una ayuda militar importantes que Washington y los países de la OTAN tendrán que proporcionar. El ejército va a tener que desembarazarse de su aversión a aceptar instrucción de occidente en la moderna guerra de contrainsurgencia. El ejército insiste en que, debido a que la mayor parte de sus fuerzas están empeñadas en una guerra convencional contra la India, no necesita instrucción de contrainsurgencia.
Alrededor de un 80% de las tropas están desplegadas en la actualidad en la frontera india y tendría que producirse una mejora sustancial de las relaciones con la India para que el ejército se sintiera lo suficientemente seguro como para trasladar a decenas de miles de soldados desde esa frontera a las Áreas Tribales de Administración Federal.
Antes de dar garantías de ese calibre, los indios van a exigir que Islamabad acabe asimismo de una vez con grupos como Lashkar-e-Tayabba, que los militares siguen considerando un activo estratégico frente a la India. Los grupos extremistas han formado parte de la estrategia del ejército contra la India y Afganistán durante las últimas tres décadas. Para que el ejército renuncie a la colaboración de estos grupos tendrán que registrarse avances de importancia en la resolución de los múltiples contenciosos entre la India y Pakistán, desde la cuestión de Cachemira hasta el uso compartido de las aguas de los ríos.
También va a ser necesario un giro no menos decisivo para afrontar la presencia de cabecillas talibán afganos en Pakistán, a los que el ejército otorga asimismo consideración de activo estratégico. La mejora de las relaciones de Pakistán con Afganistán desde el advenimiento de un gobierno no militar refleja un cambio importante y positivo pero, en última instancia, a los talibán afganos habrá que darles un tiempo límite para que abran negociaciones con el gobierno de Kabul y abandonen Pakistán.
Para dar solución a cuestiones como las Áreas Tribales de Administración Federal y la amenaza general del extremismo, será necesario que Pakistán dé un giro muy notable a sus prioridades nacionales, que no podrán estar basadas en su enemistad con la India sino centradas más bien en amenazas internas y en la economía. No obstante, al mismo tiempo, los vecinos de Pakistán tendrán que mostrarse más conciliadores y cambiar de actitud y de política con la finalidad de hacer que ese cambio de estrategia de Pakistán sea a un tiempo posible y duradero.

Ahmed Rashid es periodista y escritor paquistaní, autor del libro Los talibán (Editorial Península).

No hay comentarios: