Antonio Caño - Nueva York
El País 09/10/2010.-
Apenas doblar la esquina del Instituto Cervantes, concluidas las entrevistas, felicitaciones y fotografías, Mario Vargas Llosa era ya uno más en esta jungla sin dueño. Cuando se sentó a comer unos huevos benedict en P. J. Clarke's nadie se fijó en él, excepto una pareja de turistas españoles que le pidió un autógrafo sin saber siquiera que lo estaba firmando el flamante premio Nobel de Literatura. No es fácil volver a la normalidad después de un acontecimiento así. Probablemente, aunque él lo intente, las cosas no volverán a ser ya nunca igual.
Seguir Leyendo... Como escritor, Mario Vargas Llosa se verá amenazado por las expectativas desbordadas; como conciencia crítica de la sociedad sentirá posiblemente el peso de una responsabilidad multiplicada por diez.
Pero promete intentarlo, y Nueva York es el lugar idóneo para hacerlo. "Esta es una gran ciudad para recuperar la modestia, aquí no se reconoce a nadie", admite el escritor. Aquí, un premio Nobel no se libra del trato displicente del indio que gobierna el deli de la esquina. Aquí no hay éxito que te salve de regresar el lunes al trabajo. Vargas Llosa tendrá que volver, por tanto, a las aulas de Princeton para completar su curso de literatura, en el fondo lo que más le apetece después de esta vorágine, sumergirse de nuevo en los libros y descubrirle a los alumnos las lecturas que marcaron su vida.
Este fin de semana previo es, en todo caso, una oportunidad para la recapitulación. Vargas Llosa lo hace un rato en voz alta para EL PAÍS. "En estas horas me he acordado mucho de mi madre, una gran lectora, que seguramente me contagió esa afición, de mi abuelo materno, Pedro, que escribía unos versitos que le hacían mucha ilusión y a quien yo siempre miraba con admiración".
"Me acuerdo de cuando empecé en esto. ¡Quién me iba a decir a mí que acabaría como he acabado! Yo jamás pensé que me ganaría la vida como escritor, jamás pensé siquiera que fueran a editarme un primer libro. Yo creía que la edición me la tendría que pagar yo y que lo leerían apenas un grupito de amigos".
Y continúa: "Y ya ves, aquí estoy, gracias entre otras cosas a que he tenido mucha suerte en la vida". Suerte para encontrar las ayudas necesarias, "sobre todo en España", recuerda. Suerte, por ejemplo, para cruzarse con Carlos Barral, "que peleó como nadie con la censura de entonces para publicar La ciudad y los perros", o con Carmen Balcells, "que creía más en mí que yo mismo". Y aquí está, en efecto, en la portada de The New York Times, convertido en "el escritor que examina los peligros del poder y la corrupción en América Latina". Enorme plataforma y enorme gloria, pero Vargas Llosa quiere relativizar ese logro. "No es lo más importante que me ha pasado en la vida". "Mi matrimonio es más importante, mi familia es más importante. Mi familia es mi vida, siento protección en mi familia. Algunos amigos. Ese aliento vital que recibes de tu entorno íntimo es lo más importante. Siento gran felicidad por este premio, pero no es mayor que la que sentí al ver editado mi primer libro por una pequeña editorial de Barcelona que llevaban un grupo de médicos aficionados a los cuentos; tenía el nombre de uno de los médicos, Roca".
Vargas Llosa pone mucho énfasis en estas horas en los aspectos más privados de su vida y parece pensar que lo otro, lo más público, lo que ha provocado a veces una cierta distorsión de su imagen, es secundario, casi irrelevante. Jamás cambiaría, por ejemplo, su Nobel o su obra literaria por la presidencia de Perú. "Yo quise ser presidente porque el Perú se venía abajo. Fue sobre todo un sacrificio. Cuando perdí no me entristecí, no fue una tragedia, como sí sería una tragedia una enfermedad que me impidiese escribir".
Escribir es, por tanto, lo que quiere seguir haciendo y de la forma más discreta posible. Escribir sobre España, por ejemplo; no lo descarta. El autor se sorprende de que, aunque ha dedicado a España decenas de artículos, su segunda patria no esté presente en su trabajo de ficción, el grueso de su obra. "Seguramente es porque las experiencias de la adolescencia y la juventud son las que más marcan la personalidad, seguramente es porque en España no he tenido traumas y en el Perú sí, y los traumas son el alimento principal de un escritor".
Mario Vargas Llosa ha vivido menos tiempo en su país natal que en España, pero fue allí donde trató con su padre, donde conoció la violencia, la complejidad de una sociedad diversa y conflictiva, fue allí donde se le inoculó el veneno de la política del que nunca se ha liberado.
Siempre pensó que no le darían el Nobel por sus ideas políticas y es consciente del papel que juega en esa materia. "Cuando Zapatero me ha llamado para felicitarme me ha dicho que he conseguido la extraña proeza de que, por una vez, la izquierda y la derecha estén de acuerdo con mi premio en España". Quizá ahora, con el Nobel y los años, el personaje controvertido se transforme en un factor de cohesión. Quién sabe.
Lo que sí sabe es que va a seguir comprometido y conectado intelectualmente con su tiempo. Eso le plantea en estos momentos el reto de las nuevas tecnologías. "Yo sigo prendido del periodismo de antaño", reconoce. Y confiesa que si sus artículos de EL PAÍS apareciesen solo en edición digital, él se sentiría "frustrado". "No me gustaría, sentiría que me faltaba algo".
Pero promete intentarlo, y Nueva York es el lugar idóneo para hacerlo. "Esta es una gran ciudad para recuperar la modestia, aquí no se reconoce a nadie", admite el escritor. Aquí, un premio Nobel no se libra del trato displicente del indio que gobierna el deli de la esquina. Aquí no hay éxito que te salve de regresar el lunes al trabajo. Vargas Llosa tendrá que volver, por tanto, a las aulas de Princeton para completar su curso de literatura, en el fondo lo que más le apetece después de esta vorágine, sumergirse de nuevo en los libros y descubrirle a los alumnos las lecturas que marcaron su vida.
Este fin de semana previo es, en todo caso, una oportunidad para la recapitulación. Vargas Llosa lo hace un rato en voz alta para EL PAÍS. "En estas horas me he acordado mucho de mi madre, una gran lectora, que seguramente me contagió esa afición, de mi abuelo materno, Pedro, que escribía unos versitos que le hacían mucha ilusión y a quien yo siempre miraba con admiración".
"Me acuerdo de cuando empecé en esto. ¡Quién me iba a decir a mí que acabaría como he acabado! Yo jamás pensé que me ganaría la vida como escritor, jamás pensé siquiera que fueran a editarme un primer libro. Yo creía que la edición me la tendría que pagar yo y que lo leerían apenas un grupito de amigos".
Y continúa: "Y ya ves, aquí estoy, gracias entre otras cosas a que he tenido mucha suerte en la vida". Suerte para encontrar las ayudas necesarias, "sobre todo en España", recuerda. Suerte, por ejemplo, para cruzarse con Carlos Barral, "que peleó como nadie con la censura de entonces para publicar La ciudad y los perros", o con Carmen Balcells, "que creía más en mí que yo mismo". Y aquí está, en efecto, en la portada de The New York Times, convertido en "el escritor que examina los peligros del poder y la corrupción en América Latina". Enorme plataforma y enorme gloria, pero Vargas Llosa quiere relativizar ese logro. "No es lo más importante que me ha pasado en la vida". "Mi matrimonio es más importante, mi familia es más importante. Mi familia es mi vida, siento protección en mi familia. Algunos amigos. Ese aliento vital que recibes de tu entorno íntimo es lo más importante. Siento gran felicidad por este premio, pero no es mayor que la que sentí al ver editado mi primer libro por una pequeña editorial de Barcelona que llevaban un grupo de médicos aficionados a los cuentos; tenía el nombre de uno de los médicos, Roca".
Vargas Llosa pone mucho énfasis en estas horas en los aspectos más privados de su vida y parece pensar que lo otro, lo más público, lo que ha provocado a veces una cierta distorsión de su imagen, es secundario, casi irrelevante. Jamás cambiaría, por ejemplo, su Nobel o su obra literaria por la presidencia de Perú. "Yo quise ser presidente porque el Perú se venía abajo. Fue sobre todo un sacrificio. Cuando perdí no me entristecí, no fue una tragedia, como sí sería una tragedia una enfermedad que me impidiese escribir".
Escribir es, por tanto, lo que quiere seguir haciendo y de la forma más discreta posible. Escribir sobre España, por ejemplo; no lo descarta. El autor se sorprende de que, aunque ha dedicado a España decenas de artículos, su segunda patria no esté presente en su trabajo de ficción, el grueso de su obra. "Seguramente es porque las experiencias de la adolescencia y la juventud son las que más marcan la personalidad, seguramente es porque en España no he tenido traumas y en el Perú sí, y los traumas son el alimento principal de un escritor".
Mario Vargas Llosa ha vivido menos tiempo en su país natal que en España, pero fue allí donde trató con su padre, donde conoció la violencia, la complejidad de una sociedad diversa y conflictiva, fue allí donde se le inoculó el veneno de la política del que nunca se ha liberado.
Siempre pensó que no le darían el Nobel por sus ideas políticas y es consciente del papel que juega en esa materia. "Cuando Zapatero me ha llamado para felicitarme me ha dicho que he conseguido la extraña proeza de que, por una vez, la izquierda y la derecha estén de acuerdo con mi premio en España". Quizá ahora, con el Nobel y los años, el personaje controvertido se transforme en un factor de cohesión. Quién sabe.
Lo que sí sabe es que va a seguir comprometido y conectado intelectualmente con su tiempo. Eso le plantea en estos momentos el reto de las nuevas tecnologías. "Yo sigo prendido del periodismo de antaño", reconoce. Y confiesa que si sus artículos de EL PAÍS apareciesen solo en edición digital, él se sentiría "frustrado". "No me gustaría, sentiría que me faltaba algo".
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