Por Occidente andamos celebrando el nacimiento del Mashiah, palabra hebrea que por estos lados conocemos como Mesías. Era el ungido de Dios que llegaría a salvar el mundo de las maldades del demonio o de los demonios y construir un paraíso para la humanidad.
Celebramos porque somos cristianos, o lo que es lo mismo, seguidores o partidarios de la doctrina cristiana que formuló el autoproclamado “Hijo del hombre”, llamado Cristo por los teólogos que sustentan que el Mashiah nació de una virgen, murió y resucitó para redimirnos de nuestros pecados y preparar “junto al Padre” la morada eterna de los fieles en donde se vivirá en paz y felicidad y, el inacabable infierno, para los que se nieguen a reconocerle como salvador.
Otras religiones esperan a su redentor todavía, dos mil años después del nacido en Belén en una fecha no determinada aún, pero que el imperio romano, para facilitar la celebración del natalicio, la fijó el 25 de diciembre; igual ocurre con su muerte, conmemorada cada año en meses distintos.
Pero no solo las religiones han proclamado la llegada o espera de un redentor; los pueblos, si están ubicados en el subdesarrollo político, social y económico, crean sus mesías, sus predestinados, que aunque no esperan de ellos la gloria eterna ni nada que se parezca, creen que éstos son capaces, por sabiduría suprema, de conjurar todos los males de un país.
“Si llega no habrá pobreza”, piensan; o si ya goza de los privilegios que da el poder del Estado, creen que desprenderse o prescindir de él creará un abismo tan grande que el apocalipsis con todo y Armagedón y Dante con los horrendos castigos de la Divina Comedia, no igualarían el desastre y el sufrimiento que podría padecer el pueblo que piense avanzar hacia la democracia real y participativa, porque vendría el Satanás político a gobernar con todo y sus filosos dientes para hundir a las masas redimidas en el hambre, la miseria y la desolación.
Por ello es frecuente que en países con pobreza extrema, con altos niveles de analfabetismo, con atrasos de todo tipo, se formen hordas desesperadas que proclamen a los mashiah políticos como redentores, y griten, convencidos de la verdad que encierra el eslogan: “¡Fulano, sin ti se hunde este país!”.
Unos cuantos, que salieron de la masa hace un rato, asumen la misma consigna por razones diferentes; saben que el tipo no es un mesías, pero lo necesitan allí hasta que aquel se pudra predicando las bondades de su reinado, mientras ellos, como “discípulos” de su evangelio, gozan de los privilegios que dan los milagros de la divinidad, incluido el maná que se derrama con dificultad.
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