martes, 18 de enero de 2011

¡CUIDADO!, CUANDO DIGAS: SOY BOCHISTA


Por Juan Pablo Plácido

--Fulano, Zutano, acompáñenme, --dijo el presidente, dejando algunos papeles sobre su escritorio en el Palacio Nacional.

La tez blanquísima del mandatario lucía roja como la Pitahaya. Sus ojos inmensamente verdes traslucían una rabia ciega. Se pusieron de pies y salieron presurosos detrás del mandatario que marcaba el paso. Descendieron las escaleras desde el segundo nivel del edificio hacia el sótano, donde abordaron un pequeño vehículo con placa oficial, que al arrancar fue seguido de inmediato por una reducida escolta militar.

En las calles de la capital el Sol reverberaba sobre los techos de zinc y sobre el asfalto de sus calles estrechas. Las barriadas crecían desordenadas por doquier, cinturones de miseria eran visibles por toda parte. En la mente y en la voluntad de aquel hombre extraordinario bullía la idea de cambiar aquel drama, el cual amenazaba con dejar vacios todos los campos del país. Una de sus ideas para detener aquella hemorragia migratoria era construir villas campesinas económicas, adonde albergar a las enormes cantidades de familias apremiadas de dejar sus comarcas para irse a capital en busca de mejor suerte, a estos campesinos se les darían, además, parcelas de terreno para que se ganaran el sustento de sus vidas y las de sus hijos. Hasta nombre se les había buscado a esos asentamientos. Villas de la Libertad. Luego de andar unos quince minutos, la marcha del pequeño vehículo se detuvo frente a un conocido Restaurant de la ciudad, donde frecuentaba para almorzar y tomar tragos uno de los funcionarios del gobierno, según los informes que había obtenido el presidente. Se desmontaron, penetraron al lugar ante el asombro de los parroquianos del establecimiento. Los mozos siguieron al grupo, solícitos. Al verles detenerse frente a la mesa de uno de sus clientes habituales, quisieron agregar algunas sillas más. En efecto, allí estaba el funcionario rodeado de algunos amigos.

--Buenas tarde, -- saludó el presidente.

El funcionario y sus acompañantes no salían de su asombro. Con una servilleta blanca en las manos, el interpelado se puso de pies.

--¡Qué honor!, siéntese señor presidente, por favor, -- dijo con evidente nerviosismo.

Los mozos del establecimiento esperaban atentos.

--No gracias, --dijo el mandatario.

Así, de pie, encrespó al subalterno.

--Me acabo de enterar que tú tienes dos empleos, ¿es eso cierto?

--usted sabe, señor presidente…., -- asintiendo un tanto con los gestos.

¿Cómo se te ocurre hacer algo así? Eso es indigno en un país lleno de desempleados.

--Mire y óigame bien, vine a decirle que desde el gobierno no permitiré ningún tipo de injusticia ni de irritantes privilegios, queda usted cancelado de toda posición oficial.

Dando la vuelta a sus pasos, el presidente Juan Bosch dejó el lugar. Cuando todos volvieron al interior del carro que los trajo, los acompañantes del presidente oyeron una voz iracunda que les sermoneaba.

--Quise que ustedes me acompañaran para que vieran los que les va a suceder a todo aquel que cometa la misma falta.

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