jueves, 14 de abril de 2011

Danilo Medina: La virtud de la paciencia

Por Carlos Báez Evertsz
Bruselas 12, de abril de 2011.-

En el año 1608 Silvestre de Balboa escribió una obra en verso titulada “Espejo de paciencia”. En Cuba se considera que es la primera obra literaria del país. Es un canto a la virtud de la paciencia y la humildad que conduce a la victoria, aunque se sufran pesares para llegar a ella: “la divina providencia para regalar al justo, le suele dar un disgusto, para probar su paciencia.”


El título me parece que refleja una de las cualidades que se tiene que tener en política, como una de las virtudes cardinales de la misma: paciencia. Es decir, saber esperar el momento oportuno. In sin prisas pero sin pausas. La paciencia suele ir unidad a la prudencia y ambas, paciencia, prudencia, unida al trabajo constante, son prerrequisitos de la sabiduría. En francés la palabra “sagesse” expresa ambas cosas, sabiduría y prudencia, y me parece que es una síntesis magnifica. En política, cada vez más y, desde algún tiempo, estas virtudes escasean. Vivimos momentos en que la gente no quiere esperar para nada, se quiere todo pronto, enseguida, ya. De la misma manera que tantos prefieren la “fast food” (la comida rápida llamada por otros “comida basura”), se ha ido imponiendo la “moda” de los políticos al vapor, que quieren hacer su carrera política en un santiamén. No es de extrañar que por una asociación de imágenes, se considere a estos políticos semejante al tipo de comida antes señalada y, se hable de ellos, como “políticos basura”. A un político, es sabido, no se le exige casi nada para dirigir un partido, ser aspirante a candidato a la presidencia o ser el Jefe del Estado. Al contrario de otras profesiones o actividades, donde ser requiere haber demostrado suficiencia para el desempeño de las mismas, en la profesión de político, la condición necesaria, en las democracias de partidos, es tener el apoyo de los dirigentes de un partido y, en algunos casos, de sus afiliados. Lo demás no importa en absoluto o es secundario. Por eso, nadie se extraña ni se lleva las manos a la cabeza cuando los partidos no tienen ningún empacho en presentar hombres o mujeres cuya único mérito destacable es haber sido hábiles en gestionar sus asuntos o relaciones personales, íntimas o sociales. En lo demás, nada que les conceda condiciones dignas de tenerse en consideración. Todo ello está siendo causa del desprestigio de la política y de la condición de político. De manera que cada vez más gente une político con delito, político con oportunismo, político con incapacidad, político con venalidad. Político se asocia a todo lo malo y, menos, con virtudes. Esto no se opaca, como piensan con cierta ceguera, los que creen que poniendo a gente joven o a mujeres, todo se soluciona. Lo que importa no es el género ni la edad, lo que importa es la calidad humana, la experiencia profesional, las cualidades personales y profesionales. De nada vale cambiar material de chatarra vieja por otra joven u hombres chatarra por mujeres chatarra. Esa no es la verdadera cuestión. Todo esto viene al hilo de la reflexión sobre un hombre político, de edad mediana, es decir, maduro, que tiene calidad profesional, experiencia en la profesión de político, buen hacer en la gestión pública, y que a todo ello une el hecho de haberse ganado con trabajo y buen hacer, a buena parte o mayoría de los afiliados de su partido, sin disponer de los medios materiales en abundancia que el Estado proporciona a los que están al frente del mismo y lo utilizan de manera patrimonialista y clientelar. Danilo Medina es conocido por todo ello y estimado, además, fuera de su partido por muchas personas que nunca han flirteado con el PLD y que no les mueve ningún interés político personal en decir que, entre todos los candidatos del PLD, es el que más merece ser seleccionado para aspirar a ser Presidente de la república. Quiero destacar del señor Medina su valentía y profunda honestidad política. Aunque ni él ni los miembros de su equipo hagan pública demostración de ello. Una característica de Danilo y su equipo asesor es la exquisita contención para no provocar reacciones en su contra, de manera que, en las encuestas, salga como uno de los políticos con menor número de rechazo. Y eso es electoralmente efectivo. Visto desde lejos, una interpretación a éste control de las emociones – poco caribeña y muy británica-, es que tratan de no provocar al adversario, o lo que vemos como tal, de Danilo, en el PLD. Ya no se trata de evitar las críticas y de administrar los silencios, sino que, además, dan apoyo a todo lo que sea apoyable, con el fin, creo, de no dar pie a mensajes sobre supuesta “deslealtad”. Es casi tragi-cómico que traten de no promover mensajes de ese tipo los que han estado sometidos a prácticas calificables como tales desde que Danilo dio un paso adelante diciendo que aspiraba a la presidencia. Se les exige ser hiperleales para tener como contrapartida deslealtades. Como dicen en España: ¡manda huevos! Para muchos, el arte de la política se reduce a dos máximas: 1ª) Estar siempre con el que tiene el poder, y, 2ª) dedicarse a poner zancadillas y dar codazos a los demás. A los de abajo simplemente se les pisa sin misericordia, así saben cuál es el lugar que se les asigna en su teatro político. Esta anomalía de la política debe intentar superarse. ¿Será recompensada por el PLD esta paciencia de Job unida a la administración de una sabiduría salomónica en el quehacer político? Pronto lo veremos. Mientras, seguiremos asistiendo al espectáculo de un despilfarro de medios materiales en su contra, con el fin de tratar de imponer el vicio sobre la virtud política. Es una pena que, como lectores del inefable Marqués de Sade, estemos siempre alertas a los llamados del optimismo y no dejemos que éste se sobreponga al racional escepticismo, ya que, sabemos que en la vida –y más aún en la vida política-, muchas veces asistimos impotentes, al auge y la prosperidad del vicio (y del delito), y a los infortunios de la virtud. Estemos atentos a las decisiones en el PLD para ver si, como excepción, la virtud se impone al desvarío narcisisista.

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