sábado, 4 de junio de 2011

La primera novela de Náyila Pichardo

Por León David
Listín Diario 04/06/211.-


Sí recalcaré, empero, pues es resorte de la crítica escrupulosa hacerlo, que la joven novelista muestra una precoz y feliz competencia lingüística, rara sobremanera en personas de sus escasos años. Su frase es dúctil y clara; maneja el idioma con vigor y perfecta corrección no exenta de elegancia; jamás incurre en vulgaridad; sus imágenes, siempre empleadas con comedimiento, no suelen resbalar por la pendiente del lugar común sino que ordinario contribuyen con atinadas pinceladas de color a conferir vida y amenidad a lo que cuenta; desenvuelve los sucesos ficticios con destreza de la que no sospecharíamos capaz a una bisoña adolescente; los diálogos son ágiles, oportunos y a no dudarlo ajustados a la sicología de los imaginarios personajes que la autora creara, personajes, convengamos en ello, cuya verosimilitud, no obstante la atmósfera mirífica del universo en que se mueven, no hallaremos motivo de poner ni por un instante en entredicho.
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Acaso proceda preludiar estas sumarias apuntaciones en torno a la novela psique –fruto primerizo y fresco de la adolescente fantasía de Náyila Pichardo dando razón de las circunstancias que indujeron a mi pluma, harto selectiva y asaz desconfiada, a presentar el relato con que inicia su carrera literaria una jovencita de dieciséis años de la que entiendo que, aparte de su familia y amistades, nadie hasta ahora había oído hablar. ¿Por qué un escoliasta huraño de puro riguroso, pero a quien en todo caso no sería justo reprochar inexperiencia en materia de crítica o tildarlo de opinante advenedizo, condescendiente a apadrinar los primiciales balbuceos narrativos de una autora a la que faltan todavía unos cuantos años para alcanzar la edad adulta en los pagos de la escritura artística?...

Pues bien, confesaré que cuando el buen amigo Manolo Pichardo, padre de la novel narradora cuyo libro me he impuesto comentar, se comunicó conmigo vía telefónica para solicitarme el favor de expresar algunas ideas acerca de la novela de su hija en la puesta en circulación pautada como una de las tantas actividades culturales de la décimo cuarta versión de la Feria Internacional del Libro Santo Domingo 2011, cuando, reitero, me fuera hecha pareja petición por un ser humano al que estimo y siempre he profesado hondo afecto, acepté, va de suyo, ya que nobleza obliga y a los amigos no se les niegan favores que estén en nuestras manos conceder, aunque, frunciendo el entrecejo, no pude menos que murmurar para mi propio coleto: “Y ahora ¿qué voy hacer para salir airoso de tan arriesgado trance?... ¡vaya compromiso!, ponderar una obra que no he leído de la autoría de una aprendiz de la que cabría suponer cualquier cosa salvo veteranía en la compleja brega de la escritura novelística”.

He aquí, sin embargo, que mi preocupación se desvaneció como el humo bajo el soplo del cierzo, dando paso a un reconfortante sentimiento de júbilo apenas tuve ocasión, días más tarde, de leer de una sentada el relato de Náyila Pichardo. La historia, una suerte de thriller de suspense o


ficción, logró interesarme, consiguió entretenerme; en ningún momento me invadió la fatiga ni el aburrimiento al recorrer las páginas de la novelilla Psique… Y conste que el término “novelilla” nada tiene de despectivo en este preciso lugar: hace simplemente referencia al hecho de que se trata de una novela muy corta, que no excede las noventa y tantas páginas, perteneciendo entonces por derecho a ese género al que los franceses calificarían de “nouvelle”.

No cometeré la imprudencia de aludir a la anécdota, de cierto intrigante, sobre la que se vertebran los diferentes episodios de la obra que nos ocupa, por modo a no dar al traste con la sorpresa ni desinflar la curiosidad de los lectores.

Sí recalcaré, empero, pues es resorte de la crítica escrupulosa hacerlo, que la joven novelista muestra una precoz y feliz competencia lingüística, rara sobremanera en personas de sus escasos años. Su frase es dúctil y clara; maneja el idioma con vigor y perfecta corrección no exenta de elegancia; jamás incurre en vulgaridad; sus imágenes, siempre empleadas con comedimiento, no suelen resbalar por la pendiente del lugar común sino que ordinario contribuyen con atinadas pinceladas de color a conferir vida y amenidad a lo que cuenta; desenvuelve los sucesos ficticios con destreza de la que no sospecharíamos capaz a una bisoña adolescente; los diálogos son ágiles, oportunos y a no dudarlo ajustados a la sicología de los imaginarios personajes que la autora creara, personajes, convengamos en ello, cuya verosimilitud, no obstante la atmósfera mirífica del universo en que se mueven, no hallaremos motivo de poner ni por un instante en entredicho.

Añádase a lo que antecede una persistente y notoria atención a los detalles –don con el que el novelista de garra viene al mundo- , una fantasía desbordante y una inocente ternura y habremos, creo, condensado las más descollantes cualidades con que en punto a literario regodeo nos obsequia la novela Psique.

Habrá quien no dispute la obre a la que vengo de referirme por una creación acabada, rebosante de aliento y humano espesor. Mayúscula sandez.

Nunca el olmo ha dado peras y sería incurrir en pecaminosa arbitrariedad, por entero reñida con la ecuanimidad a que debe aspirar la crítica empinada establecer un parangón entre esta primera flor que Náyila Pichardo entrega a sus lectores y las grandes novelas de los autores de nota y aventajada escritura. Semejante equiparación, por indelicada e improcedente, no merecería siquiera a los honores de refutación.

Ahora bien, una cosa cabe ser admitida de rondón: si es imperativo convenir que siempre que tengamos en cuenta la juventud de la escritora resulta difícil exagerar el valor de esta su primera incursión en el arte de novelar, lo que no se presta a discusión y en realidad importa es lo que las páginas de Psique anuncian y prometen, el auspicio desarrollo de un espíritu de formidable y singular talento narrativo al que lo único que le falta es maduración y vida, adquirir ese tesoro de experiencias con el que Dios mediante el tiempo, cargado de alegrías y decepciones, no dejará de coronarla.

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