Listín Diario 19/02/2011.-
Al otro lado del Río de la Plata la izquierda democrática llegó de la mano de los Kirchner. El justicialismo fue el instrumento para desmontar las reformas estructurales que esta misma organización política había impulsado durante los gobiernos del presidente Carlos Menem bajo la euforia neoliberal que desató privatizaciones a granel, desmontes arancelarios, desregulación laboral y de los mercados, y todo el paquete que debieron adoptar los países en vía de desarrollo para entrar en la lógica de los industrializados que, en medio del orgasmo unipolar, pretendían reducirnos a simples consumidores.
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Menem se distanció, aplicando “políticas responsables”, del peronismo original que se alió a los sectores laborales para poner en práctica medidas de corte populistas, que muchos confundieron con progresistas sin darse cuenta de que Perón seducía a los trabajadores para agenciarse los votos de éstos, pero vivía de los bienes de los oligarcas argentinos, acumulados mediante la explotación de los sectores populares, entre los cuales estaban los hombres y mujeres que sólo disponían de la fuerza de trabajo que vendían a los dueños de los medios de producción.
La distancia entre los gobiernos justicialistas de los Kirchner y Menem, tiene que ver mucho con el origen y la evolución del peronismo que guarda estrecha relación con el elástico pensamiento político de Perón, pues el ideólogo y alma de esta organización multiforme llegó a manifestar públicamente simpatías con el fascismo de Benito Mussolini al expresar que éste era “un ensayo del socialismo nacional, ni marxista ni dogmático”; a manifestar simpatías por el falangismo español y a ser el líder de la resistencia durante la dictadura, resistencia que incluía a Los Montoneros, grupo guerrillero de orientación marxista.
La cuestión es, que los sectores conservadores a lo interno del justicialismo se sintieron excitados con el avance arrollador de las políticas del Consenso de Washington que, por demás, parecía resolver el problema de la inversión extranjera, el crecimiento y la estabilidad macroeconómica, lastimada durante el gobierno del socialdemócrata Raúl Alfonsín que en 1984 disparó la inflación a 625 por ciento.
Como en el resto del mundo donde se aplicaron las reformas que impulsó Menem, el espejismo se diluyó cuando el impacto de éstas quedó al desnudo mostrando las grandes desigualdades que se habían creado, y estalló entonces la crisis que tocó fondo con la vuelta del radicalismo y el famoso “corralito” de Fernando De la Rúa, que convocó al pueblo argentino a la movilización permanente, creando una situación de volatilidad política que desembocó en el ascenso al poder de Néstor Kirchner, un desconocido peronista de izquierda que puso orden, para alivio de los sectores productivos que vieron resucitar sus negocios, y populares que sintieron mejorar de forma sustancial sus condiciones de vida.
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Menem se distanció, aplicando “políticas responsables”, del peronismo original que se alió a los sectores laborales para poner en práctica medidas de corte populistas, que muchos confundieron con progresistas sin darse cuenta de que Perón seducía a los trabajadores para agenciarse los votos de éstos, pero vivía de los bienes de los oligarcas argentinos, acumulados mediante la explotación de los sectores populares, entre los cuales estaban los hombres y mujeres que sólo disponían de la fuerza de trabajo que vendían a los dueños de los medios de producción.
La distancia entre los gobiernos justicialistas de los Kirchner y Menem, tiene que ver mucho con el origen y la evolución del peronismo que guarda estrecha relación con el elástico pensamiento político de Perón, pues el ideólogo y alma de esta organización multiforme llegó a manifestar públicamente simpatías con el fascismo de Benito Mussolini al expresar que éste era “un ensayo del socialismo nacional, ni marxista ni dogmático”; a manifestar simpatías por el falangismo español y a ser el líder de la resistencia durante la dictadura, resistencia que incluía a Los Montoneros, grupo guerrillero de orientación marxista.
La cuestión es, que los sectores conservadores a lo interno del justicialismo se sintieron excitados con el avance arrollador de las políticas del Consenso de Washington que, por demás, parecía resolver el problema de la inversión extranjera, el crecimiento y la estabilidad macroeconómica, lastimada durante el gobierno del socialdemócrata Raúl Alfonsín que en 1984 disparó la inflación a 625 por ciento.
Como en el resto del mundo donde se aplicaron las reformas que impulsó Menem, el espejismo se diluyó cuando el impacto de éstas quedó al desnudo mostrando las grandes desigualdades que se habían creado, y estalló entonces la crisis que tocó fondo con la vuelta del radicalismo y el famoso “corralito” de Fernando De la Rúa, que convocó al pueblo argentino a la movilización permanente, creando una situación de volatilidad política que desembocó en el ascenso al poder de Néstor Kirchner, un desconocido peronista de izquierda que puso orden, para alivio de los sectores productivos que vieron resucitar sus negocios, y populares que sintieron mejorar de forma sustancial sus condiciones de vida.
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