sábado, 1 de noviembre de 2008

La batalla a través de las ideas


Por Joaquín Estefenía de El País


Los libros de Paul Krugman se basan en un concepto: la polarización política de Estados Unidos es fruto de las crecientes desigualdades económicas. El Nobel analiza en su última obra el fin de los neocons.

Bill Clinton dejó la economía estadounidense, en la intersección de los dos siglos, con un crecimiento medio superior al 4% y superávit público. Las dos últimas legislaturas demócratas -básicamente la década de los noventa del siglo pasado- se caracterizaron por un incremento sin parangón de la riqueza, y dieron lugar al nacimiento de otro paradigma, la denominada nueva economía, que decía que se habían acabado los ciclos económicos. Todo ello motivado por la utilización masiva de las tecnologías de la información y la comunicación (lo relacionado con Internet y el planeta digital) y una flexibilización de las herramientas empresariales. Sin embargo, tanto desarrollo no sirvió para que se estrechasen las desigualdades en Estados Unidos, sino lo contrario, y éste es el único hilo conductor que coincide con lo que sucedería después, durante los ocho años de mandato de George W. Bush.
El apellido Bush, que desaparece ahora de la primera fila de la historia, no ha tenido suerte con la economía. Bush padre perdió las elecciones a favor de un semidesconocido Bill Clinton, después de haber vencido en la primera guerra de Irak, porque una pequeña e inoportuna recesión se coló en la campaña al grito de: "¡Es la economía, estúpido!". Y Bush hijo, después de haber tenido que superar las secuelas del estallido de la burbuja tecnológica, de los atentados del 11-S, y de los escándalos corporativos que colocaron a Enron como su principal icono, deja la Casa Blanca como ya sabemos: EE UU al borde de la recesión, todos los desequilibrios macroeconómicos (inflación, déficit, deuda) manifestándose a la vez, e incrementándose espectacularmente las diferencias de la renta y la riqueza entre los ciudadanos.
Desde el inicio del primer mandato del actual Bush hubo un economista que manifestó abiertamente sus críticas a la política económica neocon, que hacía su principal bandera de la economía de mercado sin interferencias y que se reivindicaba heredera directa de la revolución conservadora de Ronald Reagan y Margaret Thatcher: el neokeynesiano Paul Krugman, que acaba de recibir el Premio Nobel de Economía por sus trabajos científicos, pero que había brillado en el planeta de la influencia no sólo por los mismos sino por su asombrosa capacidad de divulgación, manifestada en sus artículos semanales en The New York Times (que en España publica EL PAÍS) y por sus libros. En los últimos años ha publicado al menos tres de ellos. En El gran engaño. Ineficacia y deshonestidad: Estados Unidos ante el siglo XXI -una crónica de la primera legislatura de Bush- resume lo que ha pasado desde que la Administración Clinton cesase: caída de las Bolsas, escándalos empresariales, crisis energética, retroceso del medio ambiente, dos millones de nuevos parados, los déficits gemelos (exterior y público), recesión, terrorismo, etcétera. Krugman se asombra entonces de que la principal política económica de Bush consista en bajar los impuestos a los más ricos (con el pretexto de que son los que más invierten) en medio de dos guerras. Lo contrario de lo que decía el sentido común e incluso cualquier ortodoxia económica. Según nuestro economista, la secuencia que los neocons pretendían instalar tenía un cariz ideológico: rebajar los ingresos públicos, subir el déficit ("el déficit no importa", declaró el vicepresidente Dick Cheney), y aumentar al tiempo los gastos de seguridad y defensa. Cuando la situación se hiciese insostenible, la solución era cristalina: reducir los gastos sociales, lo que significaba acabar con el pequeño welfare estadounidense que, a su entender, es un freno a la eficacia del sistema.
No todo el Partido Republicano pensaba igual. Las anteriores no son las señas de identidad tradicionales de los republicanos (por ejemplo, no lo fueron de la Administración Nixon) sino de un pequeño grupo, muy ideologizado, con raíces en la extrema derecha religiosa y en los institutos de pensamiento fundamentalistas más relacionados con la Escuela de Chicago, que se ha apoderado de la dirección del mismo: los neocons. Ésta es la principal tesis del último libro de Krugman, Después de Bush, que subtitula El fin de los neocons y la hora de los demócratas. En él se demuestra que la polarización política es consecuencia de la desigualdad económica, lo que explicaría en buena parte el desarrollo de la actual campaña electoral. El hoy Nobel de Economía apostó en principio por Hillary Clinton como la mejor candidata demócrata a la Casa Blanca, por ser la más coherente para aplicar la política que según él debía seguir el país (el libro está escrito antes de que estallase la crisis financiera y económica): completar la obra del New Deal rooselvetiano, incluyendo una expansión del seguro social que cubriera riesgos evitables cuya relevancia se ha hecho inconmensurablemente mayor durante las últimas décadas.
En el año 1999, Krugman escribió otro libro, cuyo título puede resultar premonitorio estos días: El retorno de la economía de la depresión. En él abordaba los efectos de la primera crisis económica de la globalización: la que comenzó en el verano de 1997 en Tailandia, con la devaluación de su moneda, que se extendió primero por el conjunto de Asia, luego a Rusia y a América Latina, y finalmente al resto del planeta. Decía entonces que la economía mundial no se encontraba en depresión y que probablemente tampoco experimentaría ninguna depresión en el corto plazo. Pero que la economía de la depresión -los tipos de problemas que caracterizaron buena parte de la economía mundial en los años treinta del siglo pasado- se había instalado de forma pasmosa: hasta hace poco era difícil que alguien pensara que los países modernos se verían obligados a soportar recesiones apabullantes por temor a los especuladores monetarios; que un país avanzado podría verse con persistencia incapaz de generar el gasto suficiente para mantener el empleo de sus trabajadores y de sus fábricas; que incluso la Reserva Federal se preocuparía por su capacidad para contener un pánico del mercado financiero. La economía mundial, concluye, se ha convertido en un lugar mucho más peligroso de lo que imaginábamos. Este texto, publicado hace una década, está siendo reescrito ahora por Krugman, a la luz de la experiencia presente, que multiplica por cien lo acontecido antaño.
En 1930, John Maynard Keynes escribió que "nos hemos metido en un desorden colosal, cometiendo errores garrafales en el control de una máquina delicada, cuyo funcionamiento no entendemos". La batalla que ha dado Krugman consiste precisamente en ello: para compartir un pronóstico de las dificultades y actuar en consecuencia, hay que comprender antes lo que está pasando. En ello ha sido un verdadero maestro. -

Después de Bush. El fin de los neocons y la hora de los demócratas. Traducción de Francesc Fernández. Crítica. Barcelona, 2008, 326 páginas. 29 euros. El gran engaño . Ineficacia y deshonestidad: Estados Unidos ante el siglo XXI. Traducción de Isabel Campos Adrados. Crítica. Barcelona, 2004. El retorno de la economía de la depresión . Traducción de Jordi Pascual. Crítica. Barcelona, 2000.

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