sábado, 12 de septiembre de 2009

La queja del presidente Clinton

Por Rafael Sánchez Cárdenas
Perspectivas Ciudadanas 12/09/09.-
Nada más degradante que la pobreza. Y Haití es un símbolo inequívoco de la misma. De colonia rica y admirada, dueña de un folclor y una cultura especial, ha devenido con los años en una auténtica vergüenza para las buenas conciencias.
Un pueblo bueno, sencillo, pero sumido en una casi trágica indefensión y abandono. Como las putas envejecidas, después de la labor rendida. Ni el amor prodigado les salva.
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Cuando se escriba la historia del sufrimiento en América habrá un primer capítulo para Haití: de plantaciones de caña, de ron, de franceses y mulatos, de esclavos, de intervencionismo extranjero y, a pesar de la independencia, de confusión e intriga interna incapacitante.
Y todo esto a propósito de las críticas hechas por el expresidente Bill Clinton a los países ricos, que se habían comprometido a dar una significativa ayuda financiera y técnica para la recuperación del empobrecido País hermano.
Prometieron cientos de miles de millones de dólares para la generación de empleos en la reparación y construcción del sistema vial, para el empuje de la educación y la salud públicas, para el apoyo al desarrollo de instituciones estatales estables, en fin, ayudar al renacimiento haitiano.
El presidente Clinton nos revela hoy que la ayuda prometida por los países ricos a penas alcanza el 3% de lo prometido. Que es lo mismo que no haber entregada nada. Las promesas, hechas con solemnidad ante la comunidad internacional, no han sido más que teatro y burla.
Más ayuda es la que nuestro País, pobre también, ofrece con la recepción de millares de ciudadanos que huyen de la pobreza de espanto que les aflige. Las remesas mensuales de los haitianos que laboran en República Dominicana sobrepasan los US$50 millones de dólares.
La indolencia de la comunidad internacional frente al drama haitiano es evidente y el pueblo dominicano debe prepararse para acudir, allá, en un auxilio mayor. Y esto se podría hacer con la implementación, por ejemplo, de un tratado libre comercio con Haití, quien ya de por sí es uno de nuestros mejores socios comerciales. Y todo a pesar de las fuerzas opuestas al entendimiento a ambos lados de la frontera.
Es el momento de profundizar en la definición de una política frente Haití, que nos ofrezca las seguridades estratégicas que precisamos y el apuntalamiento de los factores haitianos favorables a los cambios mutuos.
Olvidémonos de la cobija de esa comunidad internacional, que ignora hasta al presidente Clinton. Tomemos la iniciativa.

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