Listín Diario 18/03/2011.-
El interés del capitalista será siempre incrementar su capital, pues lo hacen los que amasan riquezas sobre las estructuras productivas trasnacionales fortalecidas al calor de la deslocalización de las empresas y los incentivos de los países en vías de desarrollo para la atracción de inversiones; y también los empresarios nacionales que no pudieron por décadas pasar de clase dominante a clase gobernante y que con la expansión de los primeros han visto peligrar sus negocios.
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La competencia por el mercado ha puesto de frente a unos y otros, por ello el nacionalismo, una ideología de origen burguesa que durante un tiempo se opuso al internacionalismo por ser este último revolucionario e instrumento del proletariado (“¡Proletarios del mundo, uníos!”) y el primero reaccionario, aliado del gran capital extranjero, cambia de papeles, ya que la izquierda en su nuevo rol de defensora del nacionalismo democrático, puede convertirse en aliado de la burguesía nacional para definir un plan estratégico de desarrollo sin exclusiones, que eleve los ingresos, mejore las ganancias y establezca una sociedad de derechos.
Aunque se dice que el capital no tiene patria sino bolsillo, ésta, en la coyuntura histórica que vivimos, se convierte en una tabla de salvación para la burguesía criolla que la necesita precisamente para llenar el saquillo, solo que en medio de un círculo virtuoso de derrame con equidad, que sea la expresión de un nuevo Estado que dirija su atención al ciudadano para brindarle la justicia social y económica que nos permita elevar nuestros magros índices de desarrollo humano.
Competir en un mundo abierto en el que caen las barreras arancelarias dejando a los productores nacionales a merced del darwinismo económico y comercial, no resulta fácil para los países en vías de desarrollo que ven inundados sus mercados de bienes importados y no encuentran protección en un Estado atrapado en las fuerzas del neoliberalismo, que insiste en que la famosa “mano invisible” de Adam Smith andará entre los pequeños mercados y el mercado mundial, corrigiendo vicios y repartiendo las cargas y el botín.
El nacionalismo democrático, sin embargo, no puede perder de vista que la integración regional puede ser un medio excelente para la alianza entre la izquierda y la burguesía, porque los países emergentes, de mercados insuficientes, deben apostar a este instrumento para crecer y hacer frente a las amenazas del capital global, pero sin perder de vista jamás que el objetivo es mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos y ciudadanas para que, insisto, siendo buenos consumidores, que no consumistas, continúen el círculo de consumir, ganar; ganar-invertir; invertir, generar empleos; en fin, construir comunidades regionales prósperas.
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La competencia por el mercado ha puesto de frente a unos y otros, por ello el nacionalismo, una ideología de origen burguesa que durante un tiempo se opuso al internacionalismo por ser este último revolucionario e instrumento del proletariado (“¡Proletarios del mundo, uníos!”) y el primero reaccionario, aliado del gran capital extranjero, cambia de papeles, ya que la izquierda en su nuevo rol de defensora del nacionalismo democrático, puede convertirse en aliado de la burguesía nacional para definir un plan estratégico de desarrollo sin exclusiones, que eleve los ingresos, mejore las ganancias y establezca una sociedad de derechos.
Aunque se dice que el capital no tiene patria sino bolsillo, ésta, en la coyuntura histórica que vivimos, se convierte en una tabla de salvación para la burguesía criolla que la necesita precisamente para llenar el saquillo, solo que en medio de un círculo virtuoso de derrame con equidad, que sea la expresión de un nuevo Estado que dirija su atención al ciudadano para brindarle la justicia social y económica que nos permita elevar nuestros magros índices de desarrollo humano.
Competir en un mundo abierto en el que caen las barreras arancelarias dejando a los productores nacionales a merced del darwinismo económico y comercial, no resulta fácil para los países en vías de desarrollo que ven inundados sus mercados de bienes importados y no encuentran protección en un Estado atrapado en las fuerzas del neoliberalismo, que insiste en que la famosa “mano invisible” de Adam Smith andará entre los pequeños mercados y el mercado mundial, corrigiendo vicios y repartiendo las cargas y el botín.
El nacionalismo democrático, sin embargo, no puede perder de vista que la integración regional puede ser un medio excelente para la alianza entre la izquierda y la burguesía, porque los países emergentes, de mercados insuficientes, deben apostar a este instrumento para crecer y hacer frente a las amenazas del capital global, pero sin perder de vista jamás que el objetivo es mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos y ciudadanas para que, insisto, siendo buenos consumidores, que no consumistas, continúen el círculo de consumir, ganar; ganar-invertir; invertir, generar empleos; en fin, construir comunidades regionales prósperas.
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