Perspectiva Ciudadana 12/09/2010.-
Juan Francisco Santamaria murió el 11 de septiembre pasado. Una fecha emblemática en el mundo. En America Latina por el derrocamiento del gobierno de izquierda de Salvador Allende en 1973. En el mundo por los ataques en New York y Washington en el 2001, que desataron las invasiones de Afganistán e Irak y que aún afectan la situación política internacional y de Estados Unidos. Para mi ahora, más que todo, el 11-S estará marcado por la partida de un amigo entrañable: Juan Francisco Santamaría. Cuando conocí a Juan, ambos éramos unos jóvenes encantados con las ideas radicales de cambio y transformación del mundo en boga en los años 70. Corría el 1975 en París. Juan Francisco llegaba a la Ciudad Luz unos meses después que un grupo de mozalbetes dominicanos de menos de 20 años, entre los que me encontraba. Roberto Rodríguez Marchena, Carlos Kalaf Pou y Enrique Caminero Brea, completaban conmigo el grupo. Idealistas, impacientes y cargados de amor al prójimo, lo mismo que Juan. Llegamos a la meca del pensamiento vanguardista del mundo, la capital francesa, y con las cabezas como ollas de presión hirviendo sin una válvula que las regulara.
Juan Francisco era ya delegado del entonces recientemente fundado por el Profesor Juan Bosch, Partido de la Liberación Dominicana, como una ruptura de izquierda del Partido Revolucionario Dominicano. En representación del PLD asistía a los congresos tanto de los partidos socialdemócratas, de la Unión Internacional de Juventudes Socialistas (IUSY), y de los entonces poderosos partidos comunistas de Europa Occidental. Juan, como ex Secretario General de la Federación de Estudiantes Dominicanos había tejido una vasta red de relaciones internacionales, y desde entonces fue un internacionalista dedicado tanto al estudio de las tendencias políticas mundiales como a las relaciones con las fuerzas progresistas.
Las condiciones económicas de su estadía en Europa hicieron que Juan se quedara con nosotros, compartiendo apartamento por un breve tiempo, con el grupo de jóvenes estudiantes dominicanos recién llegados a París, viviendo en una especie de colonia de jóvenes dominicanos, variopinta y diversa. Compartíamos discusiones intensas y apasionadas, reuniones permanentes con casi todos los sectores de los entonces refugiados políticos dominicanos, reuniones con estudiantes latinoamericanos, penas, alegrías y momentos inolvidables. Como lo definió el Presidente Fernández ante su féretro, Juan Francisco Santamaría fue un ser humano excepcional. Bondadoso, antitesis del sectarismo, aunque defensor apasionado de las tesis peledeistas desde el primer momento, buen amigo, solidario, y sobretodo un gran patriota dominicano. Murió a destiempo un 11 de septiembre con apenas 59 años.
El destino lo llevó posteriormente a Madrid, que usó como base de su actividad política europea e internacional. Sin embargo, siempre mantuvimos un estrecho vinculo de amistad y una intensa comunidad intelectual. Recuerdo que por su intermedio, asistimos como invitados a la sesión del Tribunal Bertrand Russel sobre Crímenes de Guerra, que tuvo lugar en Roma en 1976. En aquella ocasión tuve la ocasión de conocer y compartir intensas jornadas con el Profesor Juan Bosch, uno de los destacados miembros y animadores del Tribunal, junto al filosofo inglés Russel y al francés Jean Paul Sartre. El contacto con el Profesor Bosch y poder discutir sus ideas sociológicas y políticas marcaron mi visión en muchos aspectos. Esa sesión del Tribunal Russel, que se originó por los horrores del guerra de Vietnam, estuvo dedicada al derrocamiento de Salvador Allende en Chile el 11 de septiembre de 1973 y los crímenes cometidos y que seguía cometiendo la dictadura militar chilena.
¡Que ironía de la vida, que Juan Francisco nos deje a destiempo otro 11 de septiembre! Juan hizo familia en Madrid. Fundó un prospero negocio de remesas, convirtiéndose en pionero de esa actividad en los inicios de los años 80. Abandonó todo por servir a su país y a su gobierno, que con tanto anhelo buscó por décadas. Primero como Cónsul General de la República Dominicana en Madrid y luego como Asistente Especial del Presidente Leonel Fernández. Nunca olvidaré que cuando le decía que cómo abandonaría el Consulado y sus intereses personales por venir al país, me contestaba siempre con su peculiar uso de expresiones españolas: "Joer tío, es que sí no vuelvo al país cuando somos gobierno, después de décadas luchar por ello, me frustraré".
El dolor y la perdida de Juan debe conducir a los que lo quisimos como un hermano, y a sus compañeros de partido, a una profunda reflexión. ¿Cuál camino debe seguir la fuerza política que un grupo de valientes y decididos compañeros de Juan Bosch fundó un 15 de diciembre de 1973? ¿La masificación del PLD es incompatible con las ideas originarias de disciplina, liberación nacional y servicio al pueblo? En una parte importante de la población hay una percepción que esos valores se han perdido en el PLD. La "realpolitik" del mundo la postguerra fría no debe hacer peder el norte a un partido que fue concebido como un instrumento de liberación, honestidad y transformaciones. Juan y yo discutimos en varias oportunidades, en fechas recientes, estos problemas. Que su muerte a destiempo sirva para producir esa reflexión y esos cambios que se requieren para que el PLD pueda continuar siendo el instrumento de progreso que nuestra nación requiere. ¡En paz descanses, querido hermano!
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