sábado, 13 de noviembre de 2010

De la guerra de las galaxias a la de las divisas

Por Ángel Garrido*
Alexandria, Virginia 12/11/2010.-
Especial para UMBRAL
Boquiabiertos y cariacontecidos nos dejan frente a las pantallas chica y grande las escalofriantes imágenes siderales que nos llevan por mundos habitados por el hombre prehistórico. Nada que ver con el hombre de cromañón ni con los neandertales velludos de las estepas del hielo. Eran hombres imaginarios y espaciales porque necesitábamos a seres galácticos frente al hombre de maletín rojo de la guerra fría. No ganábamos para noticias tremebundas que nos pusieran al borde de la catástrofe final.
Amainó por fin gracias a la virgen de Higüey la indeseable guerra de las galaxias. Sobrevino a la falta de miedo el cataclismo universal de la crisis hipotecaria. Nos acostábamos bajo techo y en lo que el Sol se ponía en Wall Street amanecíamos a campo traviesa. Hubo que prestarle el paraguas a los que desataron el temporal. La reserva federal o banco central de EE UU sacó de la cárcel a la banca comercial con la totalidad de la fianza: dos billones europeos de dólares estadounidenses. O dicho en la aritmética joven del continente atravesado en el camino de Colón: la Reserva Federal financió a la banca privada con dos millones de millones en dólares de EE UU.

Financiadita la banca privada, la Reserva Federal ha necesitado financiar su propia moneda con más de medio billón europeo de dólares verdes: 600 mil millones, para ser precisos. Lo que abunda se abarata, consigna en letras grandes el abecé del pregón de la esquina. Demasiados verdes en el mercado y los chinos y los alemanes como arañas cacatas tuyas en boca de Rhinita. Poco han hecho. Poco hacen.

Los vientos y la lluvia, más que los miles de agentes antimotines, mantuvieron a raya las temidas protestas frente al Museo Nacional de Seúl, sede de la cumbre del G-20. Al socaire de la paz que derivaba de los elementos de la naturaleza, y contra un fondo adornado por los colores negrirrojidorado y azuliblanquirrojo de sus respectivas banderas nacionales, la canciller alemana Angela Merkel y el presidente estadounidense Barack Obama compartieron sala en Seúl con la innegable intención de dirimir el precio de una moneda y de la otra. Cualquier observador con tintes de imparcialidad se atrevería a arriesgar el juicio de que cuando los ademanes de disensión entre dos hablantes son concomitantes, el audio de la conversación deviene secundario. Para coincidir dos hablantes no es necesario que ordenen a la vez detener el tránsito en una misma dirección y en sentido contrario.

La guerra de las galaxias no nos importó tanto. En lo que a América Latina respecta, que la echen en un barco roto, y que la mar se la trague. La guerra de las divisas, por el contrario, nos reafirma en la vieja creencia de que latina viene de lata. Un efecto inmediato en la región ha sido el abaratamiento de las importaciones. En Chile, para poner un ejemplo perfumado, se habla de una reducción promedio de un 7% en los precios de bienes electrónicos, así como de la ropa y de los alimentos importados.

En Colombia se reporta un aumento en la venta de automotores. Justo al cierre de la cumbre del G-20 en Seúl, Sharon Terlep reporta desde NYC para The Wall Street Journal que el principal fabricante chino de automotores se prepara para comprar acciones de la General Motors.

Por un motivo o por el otro, la falta de acuerdo con respecto al valor real de las divisas, así como con respecto a los desequilibrios comerciales, dan pie a quienes empiezan a temer una vuelta a los proteccionismos que desataron la gran depresión del pasado siglo XX. De la moneda china bien podría decirse hoy que es un aristócrata invertido: que vale 40% más de lo que él cree que vale. Cierto que el aristócrata vale 400% menos de lo que él cree que vale. Pero igual nos equivocamos en un precio y en el otro. Tanto el yuan como el aristócrata necesitan de una tasación justa.

En definitiva, que los grandes mercados del sistema con moneda barata, buscan mercados emergentes con monedas revaluadas. Pero los que provenimos de la ruralía del tercer mundo, sabemos que la burra no se ofende porque la inviten a la boda, sino por la cantidad de leña que para celebrarla sea menester.
*Ángel Garrido, Premio Nacional de Novela

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