Noviembre de 2010. Especial para UMBRAL.
En El amor en los tiempos del cólera la mano impar del novelista de todos los siglos, de todas las lenguas y de todos los continentes, retrata de un solo plumazo la condición étnica, física, social y moral del refugiado antillano Jeremiah de Saint-Amour, inválido de guerra, fotógrafo de niños y su adversario de ajedrez más compasivo. La compasión ejercida en relación con el doctor Juvenal Urbino. Y explicamos además para quienes no hayan leído la obra que era el Dr. Urbino el médico amigo al cual le tocó ordenar el levantamiento del cadáver de Saint-Amour luego que éste decidiera ponerse a salvo de los tormentos de la memoria con un sahumerio de cianuro de oro.
En El amor en los tiempos del cólera la mano impar del novelista de todos los siglos, de todas las lenguas y de todos los continentes, retrata de un solo plumazo la condición étnica, física, social y moral del refugiado antillano Jeremiah de Saint-Amour, inválido de guerra, fotógrafo de niños y su adversario de ajedrez más compasivo. La compasión ejercida en relación con el doctor Juvenal Urbino. Y explicamos además para quienes no hayan leído la obra que era el Dr. Urbino el médico amigo al cual le tocó ordenar el levantamiento del cadáver de Saint-Amour luego que éste decidiera ponerse a salvo de los tormentos de la memoria con un sahumerio de cianuro de oro.
El martes 12 de enero del presente 2010, a las 4:54 pm hora local, con epicentro a 15 kilómetros de Puerto Príncipe e hipocentro a 10 kilómetro corteza adentro, se desató con furia inaudita la energía acumulada desde 1772 a lo largo y a lo ancho de las cremalleras dantescas que suturan el vientre revuelto de la litosfera entre una placa tectónica y la otra. Allí fue Troya. La ciudad se desplomó sin remisión en el lapso efímero de un latido del corazón. Desgracia la del terremoto del 12E demasiado reciente como para que vengamos hoy con la novedad pasada por agua de narrarla de nuevo.
Sin embargo, con lo narradito y todo que ha quedado en la mente de todos nosotros el 12E haitiano, lo que se ha hecho hasta hoy por evitarle a Haití y al mundo el desamor estremecedor de este cólera infame sin amores contrariados, lo deja todo por desear.
Es casi seguro que François Luckner, el adolescente milagroso cuya desidia académica le sirvió para sobrevivirle en el patio de su escuela a la casi totalidad de sus condiscípulos y maestros, y que días después del 12E lavara en una tina plástica azul celeste su ajuar interior al tiempo que hacía votos por su futuro de mecánico automotriz, estará hoy en Camp de Mars lejos de su meta laboral, y esperamos nosotros que también y por lo menos lejos del cólera y de los devastadores estragos del huracán Tomás.
No desdecimos de ninguno de los múltiples esfuerzos internacionales por ayudar a Haití, deploramos de corazón que sea noviembre y Nacarile del Oriente para los deudos de los más de 300 mil muertos del 12E, y para los cientos de miles de desamparados y mutilados.
Cuando los vientos procelosos de la tempestad tropical Tomás, que lleva en su seno el potencial ciclónico que sólo necesita encontrar a su paso sobre el océano temperaturas que excedan los 80 grados Farenheit, se acerque a las costas y a los antiguos cauces por los cuales corrían una vez los ríos haitianos, se constituirá sin duda en el caldo de cultivo pesaroso para diseminar sobre todo el territorio haitiano la cepa asiática del cólera mortal.
Es obvio que también sobre los dos tercios mal medidos que de la isla Española ocupamos los dominicanos, se ciernen de manera ominosa los negros nubarrones del contagio sobre la mitad mal contada del total de habitantes que pueblan la isla.
¿Por qué no nos bastamos ni nos alcanzamos los occidentales a la hora de resarcir a la humanidad en carne haitiana? ¿No sería el método el que ha fallado? ¿Por qué no organizamos la cumbre de las responsabilidades nacionales?
El pueblo estadounidense la tiene buena cuando quien ya ha quedado mal promete llamar de nuevo: “No me llames, por favor; yo te llamaré a ti”, suelen decir los americanos. El presidente Bill Clinton conoce a esos plebeyos, porque es uno de ellos. Tomamos de su
pueblo el consejo que le damos.
La República Dominicana, un país pequeño y que lucha a brazo partido por superar sus propias privaciones, ha dado un ejemplo digno de ser imitado. Es cierto que estamos comprometidos más que ningún otro país en el mundo debido al hecho físico incontrovertible de que somos el único país que comparte con Haití frontera. Pero lo que te grava no es ventaja, y Haití nos grava porque está gravado por sus propias penas. ¡Por fin lo hemos entendido en el seno de ambos gobiernos!
Pero ese divino entendimiento no lo resuelve todo de golpe y porrazo. Queremos que lo entienda el continente y el mundo. El continente y el mundo han ayudado. Por Haití se pone el Sol y los japoneses y los chinos, que habitan la cuna del astro rey, han traído ayuda al pueblo haitiano. Bueno que lo mencionemos para que no se confunda con ingratitud este grito nuestro.
El pueblo dominicano estuvo desde el primer momento presente en Haití luego del 12E. Ninguna gloria distinta de la que le cabe a partes iguales a todos los pueblos solidarios y fraternos del mundo. Pero ha sido además el presidente dominicano quien primero ha postulado la ejecución de un proyecto concreto: una universidad para Haití. Y luego veremos si podemos asimismo repavimentar un tramo de carretera o construir un puente o una clínica rural. No porque nos sobre asfalto, ni bloques ni varillas ni cemento. Sino porque uno no le regala a su hermano lo que le sobra, le regala parte de su propia comida.
Es cuestión de asignar tareas y no aceptar promesas. Así como un país pequeño y pobre construye en la actualidad una universidad en Cabo Haitiano, bien podría una potencia económica como Italia, por ejemplo, aceptar el compromiso de reconstruir desde sus cimientos el palacio nacional haitiano. Que viviendas de tipo económico podría construir Canadá. Las podría construir de igual manera EE UU.
Y a los convidados a las cumbres del futuro, que no nos llamen, por favor, que nosotros los llamaremos a ellos.
Sin embargo, con lo narradito y todo que ha quedado en la mente de todos nosotros el 12E haitiano, lo que se ha hecho hasta hoy por evitarle a Haití y al mundo el desamor estremecedor de este cólera infame sin amores contrariados, lo deja todo por desear.
Es casi seguro que François Luckner, el adolescente milagroso cuya desidia académica le sirvió para sobrevivirle en el patio de su escuela a la casi totalidad de sus condiscípulos y maestros, y que días después del 12E lavara en una tina plástica azul celeste su ajuar interior al tiempo que hacía votos por su futuro de mecánico automotriz, estará hoy en Camp de Mars lejos de su meta laboral, y esperamos nosotros que también y por lo menos lejos del cólera y de los devastadores estragos del huracán Tomás.
No desdecimos de ninguno de los múltiples esfuerzos internacionales por ayudar a Haití, deploramos de corazón que sea noviembre y Nacarile del Oriente para los deudos de los más de 300 mil muertos del 12E, y para los cientos de miles de desamparados y mutilados.
Cuando los vientos procelosos de la tempestad tropical Tomás, que lleva en su seno el potencial ciclónico que sólo necesita encontrar a su paso sobre el océano temperaturas que excedan los 80 grados Farenheit, se acerque a las costas y a los antiguos cauces por los cuales corrían una vez los ríos haitianos, se constituirá sin duda en el caldo de cultivo pesaroso para diseminar sobre todo el territorio haitiano la cepa asiática del cólera mortal.
Es obvio que también sobre los dos tercios mal medidos que de la isla Española ocupamos los dominicanos, se ciernen de manera ominosa los negros nubarrones del contagio sobre la mitad mal contada del total de habitantes que pueblan la isla.
¿Por qué no nos bastamos ni nos alcanzamos los occidentales a la hora de resarcir a la humanidad en carne haitiana? ¿No sería el método el que ha fallado? ¿Por qué no organizamos la cumbre de las responsabilidades nacionales?
El pueblo estadounidense la tiene buena cuando quien ya ha quedado mal promete llamar de nuevo: “No me llames, por favor; yo te llamaré a ti”, suelen decir los americanos. El presidente Bill Clinton conoce a esos plebeyos, porque es uno de ellos. Tomamos de su
pueblo el consejo que le damos.
La República Dominicana, un país pequeño y que lucha a brazo partido por superar sus propias privaciones, ha dado un ejemplo digno de ser imitado. Es cierto que estamos comprometidos más que ningún otro país en el mundo debido al hecho físico incontrovertible de que somos el único país que comparte con Haití frontera. Pero lo que te grava no es ventaja, y Haití nos grava porque está gravado por sus propias penas. ¡Por fin lo hemos entendido en el seno de ambos gobiernos!
Pero ese divino entendimiento no lo resuelve todo de golpe y porrazo. Queremos que lo entienda el continente y el mundo. El continente y el mundo han ayudado. Por Haití se pone el Sol y los japoneses y los chinos, que habitan la cuna del astro rey, han traído ayuda al pueblo haitiano. Bueno que lo mencionemos para que no se confunda con ingratitud este grito nuestro.
El pueblo dominicano estuvo desde el primer momento presente en Haití luego del 12E. Ninguna gloria distinta de la que le cabe a partes iguales a todos los pueblos solidarios y fraternos del mundo. Pero ha sido además el presidente dominicano quien primero ha postulado la ejecución de un proyecto concreto: una universidad para Haití. Y luego veremos si podemos asimismo repavimentar un tramo de carretera o construir un puente o una clínica rural. No porque nos sobre asfalto, ni bloques ni varillas ni cemento. Sino porque uno no le regala a su hermano lo que le sobra, le regala parte de su propia comida.
Es cuestión de asignar tareas y no aceptar promesas. Así como un país pequeño y pobre construye en la actualidad una universidad en Cabo Haitiano, bien podría una potencia económica como Italia, por ejemplo, aceptar el compromiso de reconstruir desde sus cimientos el palacio nacional haitiano. Que viviendas de tipo económico podría construir Canadá. Las podría construir de igual manera EE UU.
Y a los convidados a las cumbres del futuro, que no nos llamen, por favor, que nosotros los llamaremos a ellos.
*Ángel Garrido es Premio Nacional de Novela
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